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Etiquetas | PSOE | Zapatero
Es la obra, imagen y recuerdo que tienen su origen en él

ZP debe ser destruído

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Marco Poncio Catón, Catón el Viejo, o “el Censor”, fue un senador romano que, mientras se libraban las Guerras Púnicas (hacia el año 150 a.C.), terminaba sus discursos ante el Senado Romano con la frase “Carthago delenda est”: Cartago ha de ser destruida.

Catón “el Censor” creía que Roma estaba amenazada por la realidad cartaginesa y que su futuro estaba condicionado por la existencia de Cartago. Por eso su obsesión por destruir Cartago.

Hoy, cuando la locución latina “Punica granatum” ha devenido en una “Operación Púnica” que lucha contra la corrupción política y pone al aire una forma de servir a la “res publica”, la propensión a la obsesión, que tuvo Catón cuando romanos y cartagineses guerreaban en la Segunda Guerra Púnica, parece que se ha reavivado.

A la vez que las “punicas” llanas y guerreras de entonces convergen con las “púnicas” corruptas y esdrújulas actuales, en una parte de la familia socialista (la cúpula del partido) ha aparecido lo que en principio parecía una simple tendencia que, con el correr de los días, se está convirtiendo en una verdadera obsesión: La destrucción de ZP, que no es José Luis Rodríguez Zapatero, sino la obra, imagen y recuerdo que tienen su origen en él.

Por eso, desde la cúpula del PSOE parece que se ha decidido algo más que la destrucción del anagrama ZP. Porque conviene a los intereses del partido, arguyen, se ha determinado la destrucción de todo lo que hay alrededor de la imagen desgastada del último presidente socialista.

Echando la vista atrás, desde que Rodríguez Zapatero abandonara el liderazgo del socialismo, poco a poco, el PSOE ha ido apartando de los puestos dirigentes a los que tuvieron poder con él. Primero fue la desaparición del lastre inservible de las Bibianas, Pagines y otros ornatos del pasado. Después, sin estridencias, se apartaron Alonso, Blanco, Caamaño, Camacho, Sebastián y otros, mientras se encargaba que “guardaran la viña” algunas figuras consistentes: Pérez Rubalcaba, Alfonso Guerra, Ramón Jáuregui, José Segura, Valeriano Gómez… Más tarde, una vez limpias las filas y afiladas las codicias, llegó el momento de encarar el futuro.

Había que dejar, y se ha dejado (no se sabe por cuánto tiempo), al dúo Chaves-Zarrías para que sirviera de puente, dique, contención, baluarte o vaya usted a saber qué en la realidad andaluza. Éstos, con la ayuda de Griñán, consiguieron un punto de equilibrio entre Sevilla y Madrid y en la izquierda andaluza (PSOE-IU) con dos medidas: Una, fácil, la nominación de Susana Díaz como Presidenta andaluza para mantener el bastón de mando y unir al resto de la izquierda bética. Y otra, difícil, conseguir que Díaz se conformara con la cuota de poder que se le entregaba en Andalucía sin aspirar a otras metas.

Pero, de cara al futuro, había que buscar mimbres nuevas con las que tejer el cesto socialista. Apartada Susana Díaz y retirada de la puja por el poder Carme Chacón, se orquestó una operación para el ascenso del que un grupo de diputados había decidido que fuera el elegido. Se logró el “corrimiento” de Cristina Narbona para dejar un escaño libre en el Congreso de los Diputados. Se produjo la Convención Nacional del socialismo. Se hicieron unas primarias con acompañantes flojos. Y apareció como nuevo Secretario General la nueva figura: Pedro Sánchez, un jugador de baloncesto habituado a pelear bajo las canastas y a recibir y encajar golpes y codazos.

Una vez Sánchez en la cúpula, con algunos pesos livianos del socialismo acompañándole y otros “colocados” esperando acontecimientos, llegó el momento de “seguir”. Para hacerlo, con Podemos desbordando en las encues-tas, había que soltar lastre. Se decidió que una parte de ese lastre fuera ZP.

Existían runrunes y movimientos dentro de las distintas familias del socialismo, pero el primer síntoma importante de que desde la cúpula se había decidido la defenestración de ZP fue la decisión de “des reformar” la Reforma Constitucional del artículo 135 de la Constitución que había hecho Zapatero. Se “ornó” como una decisión de la nueva cúpula que presidía Pedro Sánchez, pero en las declaraciones del “acompañamiento” (Luena, Micaela Navarro, Pradas y Montón) se pudo comprobar que la “desreforma” era algo más.

Rodríguez Zapatero, defenestrado y aislado, supo ver qué había tras la “desreforma” constitucional que propugnaba Sánchez y, sagaz y conocedor del aparato, optó por ofrecer su perfil más benigno: Una sonrisa que envolvió en “respeto al nuevo Secretario General”.

El siguiente indicio se vio en la Sesión de Control al Gobierno del 9 de diciembre protagonizada por Juan Moscoso. Éste tuvo la suerte, y puede que la intuición maquiavélica, de hacer una pregunta sobre la salida a bolsa de Bankia al ministro de Economía y Competitividad y consiguió que el ministro se enredara en una contestación que quedará en la historia de la X Legislatura como muestra de un sinsentido notable.

El ministro De Guindos, haciéndole el juego a la cúpula socialista en contra de ZP, terminó afirmando que la salida a bolsa de Bankia fue una decisión política del Gobierno socialista. La afirmación, rotunda, estuvo precedida por una crítica feroz al gobierno de Rodríguez Zapatero: “En vez de sanear, reestructurar y recapitalizar el sector bancario, su gestión se limitó a una huida hacia adelante para ganar tiempo y dejar que el siguiente gobierno, es decir éste, se encontrara irremediablemente con el rescate financiero de España”.

En réplica, Moscoso, en vez de rebatir y defender a ZP, se puso de perfil y, en un brindis a Júpiter, se dedicó a recordar la petición de una Comisión Parlamentaria para investigar lo ocurrido en Bankia y a cuestionar la entrada en vigor de la Ley de Trasparencia. Con eso se lograban dos objetivos: Se erosionaba al Gobierno del PP, aunque poco. Y, olvidándose de la defensa de ZP, se renegaba de su forma de hacer política, dejándole solo a los “pies de los caballos”. O, lo que es lo mismo en la actualidad, enfrentado a sus responsabilidades personales: Penales, cívicas y políticas.

La intervención de un Moscoso nervioso y sin don de palabra podía parecer una simple acometida contra el Gobierno. Pero, en días sucesivos, el mismo Moscoso se encargaría de demostrar que el lance sólo iba a dedicarlo para abundar en el comportamiento del ministro sin ocuparse de defender a ZP. Fue lo que hizo en los platós y púlpitos televisivos y radiofónicos que se le brindaron y a los que acudió.

En todos ellos, el diputado navarro, valor emergente ascendido a portavoz de Economía del PSOE, se olvidó de un ZP que, al entender de algunos, quedaba listo para enfrentarse a lo que hiciera falta: Tribunal Supremo, Fiscal General del Estado, Juzgados, Juicios paralelos, penas de telediario…

E incluso a todos los Marco Poncio Catón modernos (socialistas o no) que, como “el Censor” autor del “Carthago delenda est”, hoy apuntan que “ZP debe ser destruido” .

ZP debe ser destruído

Es la obra, imagen y recuerdo que tienen su origen en él
José Luis Heras Celemín
lunes, 15 de diciembre de 2014, 07:27 h (CET)
Marco Poncio Catón, Catón el Viejo, o “el Censor”, fue un senador romano que, mientras se libraban las Guerras Púnicas (hacia el año 150 a.C.), terminaba sus discursos ante el Senado Romano con la frase “Carthago delenda est”: Cartago ha de ser destruida.

Catón “el Censor” creía que Roma estaba amenazada por la realidad cartaginesa y que su futuro estaba condicionado por la existencia de Cartago. Por eso su obsesión por destruir Cartago.

Hoy, cuando la locución latina “Punica granatum” ha devenido en una “Operación Púnica” que lucha contra la corrupción política y pone al aire una forma de servir a la “res publica”, la propensión a la obsesión, que tuvo Catón cuando romanos y cartagineses guerreaban en la Segunda Guerra Púnica, parece que se ha reavivado.

A la vez que las “punicas” llanas y guerreras de entonces convergen con las “púnicas” corruptas y esdrújulas actuales, en una parte de la familia socialista (la cúpula del partido) ha aparecido lo que en principio parecía una simple tendencia que, con el correr de los días, se está convirtiendo en una verdadera obsesión: La destrucción de ZP, que no es José Luis Rodríguez Zapatero, sino la obra, imagen y recuerdo que tienen su origen en él.

Por eso, desde la cúpula del PSOE parece que se ha decidido algo más que la destrucción del anagrama ZP. Porque conviene a los intereses del partido, arguyen, se ha determinado la destrucción de todo lo que hay alrededor de la imagen desgastada del último presidente socialista.

Echando la vista atrás, desde que Rodríguez Zapatero abandonara el liderazgo del socialismo, poco a poco, el PSOE ha ido apartando de los puestos dirigentes a los que tuvieron poder con él. Primero fue la desaparición del lastre inservible de las Bibianas, Pagines y otros ornatos del pasado. Después, sin estridencias, se apartaron Alonso, Blanco, Caamaño, Camacho, Sebastián y otros, mientras se encargaba que “guardaran la viña” algunas figuras consistentes: Pérez Rubalcaba, Alfonso Guerra, Ramón Jáuregui, José Segura, Valeriano Gómez… Más tarde, una vez limpias las filas y afiladas las codicias, llegó el momento de encarar el futuro.

Había que dejar, y se ha dejado (no se sabe por cuánto tiempo), al dúo Chaves-Zarrías para que sirviera de puente, dique, contención, baluarte o vaya usted a saber qué en la realidad andaluza. Éstos, con la ayuda de Griñán, consiguieron un punto de equilibrio entre Sevilla y Madrid y en la izquierda andaluza (PSOE-IU) con dos medidas: Una, fácil, la nominación de Susana Díaz como Presidenta andaluza para mantener el bastón de mando y unir al resto de la izquierda bética. Y otra, difícil, conseguir que Díaz se conformara con la cuota de poder que se le entregaba en Andalucía sin aspirar a otras metas.

Pero, de cara al futuro, había que buscar mimbres nuevas con las que tejer el cesto socialista. Apartada Susana Díaz y retirada de la puja por el poder Carme Chacón, se orquestó una operación para el ascenso del que un grupo de diputados había decidido que fuera el elegido. Se logró el “corrimiento” de Cristina Narbona para dejar un escaño libre en el Congreso de los Diputados. Se produjo la Convención Nacional del socialismo. Se hicieron unas primarias con acompañantes flojos. Y apareció como nuevo Secretario General la nueva figura: Pedro Sánchez, un jugador de baloncesto habituado a pelear bajo las canastas y a recibir y encajar golpes y codazos.

Una vez Sánchez en la cúpula, con algunos pesos livianos del socialismo acompañándole y otros “colocados” esperando acontecimientos, llegó el momento de “seguir”. Para hacerlo, con Podemos desbordando en las encues-tas, había que soltar lastre. Se decidió que una parte de ese lastre fuera ZP.

Existían runrunes y movimientos dentro de las distintas familias del socialismo, pero el primer síntoma importante de que desde la cúpula se había decidido la defenestración de ZP fue la decisión de “des reformar” la Reforma Constitucional del artículo 135 de la Constitución que había hecho Zapatero. Se “ornó” como una decisión de la nueva cúpula que presidía Pedro Sánchez, pero en las declaraciones del “acompañamiento” (Luena, Micaela Navarro, Pradas y Montón) se pudo comprobar que la “desreforma” era algo más.

Rodríguez Zapatero, defenestrado y aislado, supo ver qué había tras la “desreforma” constitucional que propugnaba Sánchez y, sagaz y conocedor del aparato, optó por ofrecer su perfil más benigno: Una sonrisa que envolvió en “respeto al nuevo Secretario General”.

El siguiente indicio se vio en la Sesión de Control al Gobierno del 9 de diciembre protagonizada por Juan Moscoso. Éste tuvo la suerte, y puede que la intuición maquiavélica, de hacer una pregunta sobre la salida a bolsa de Bankia al ministro de Economía y Competitividad y consiguió que el ministro se enredara en una contestación que quedará en la historia de la X Legislatura como muestra de un sinsentido notable.

El ministro De Guindos, haciéndole el juego a la cúpula socialista en contra de ZP, terminó afirmando que la salida a bolsa de Bankia fue una decisión política del Gobierno socialista. La afirmación, rotunda, estuvo precedida por una crítica feroz al gobierno de Rodríguez Zapatero: “En vez de sanear, reestructurar y recapitalizar el sector bancario, su gestión se limitó a una huida hacia adelante para ganar tiempo y dejar que el siguiente gobierno, es decir éste, se encontrara irremediablemente con el rescate financiero de España”.

En réplica, Moscoso, en vez de rebatir y defender a ZP, se puso de perfil y, en un brindis a Júpiter, se dedicó a recordar la petición de una Comisión Parlamentaria para investigar lo ocurrido en Bankia y a cuestionar la entrada en vigor de la Ley de Trasparencia. Con eso se lograban dos objetivos: Se erosionaba al Gobierno del PP, aunque poco. Y, olvidándose de la defensa de ZP, se renegaba de su forma de hacer política, dejándole solo a los “pies de los caballos”. O, lo que es lo mismo en la actualidad, enfrentado a sus responsabilidades personales: Penales, cívicas y políticas.

La intervención de un Moscoso nervioso y sin don de palabra podía parecer una simple acometida contra el Gobierno. Pero, en días sucesivos, el mismo Moscoso se encargaría de demostrar que el lance sólo iba a dedicarlo para abundar en el comportamiento del ministro sin ocuparse de defender a ZP. Fue lo que hizo en los platós y púlpitos televisivos y radiofónicos que se le brindaron y a los que acudió.

En todos ellos, el diputado navarro, valor emergente ascendido a portavoz de Economía del PSOE, se olvidó de un ZP que, al entender de algunos, quedaba listo para enfrentarse a lo que hiciera falta: Tribunal Supremo, Fiscal General del Estado, Juzgados, Juicios paralelos, penas de telediario…

E incluso a todos los Marco Poncio Catón modernos (socialistas o no) que, como “el Censor” autor del “Carthago delenda est”, hoy apuntan que “ZP debe ser destruido” .

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