Cuando se facilita al paciente los instrumentos necesarios para que éste pueda terminar con su vida, estamos ante el suicidio asistido, y cuando es directamente un profesional sanitario el que administra la sustancia letal al paciente se incurre en la eutanasia.
Naturalmente estas dos últimas acciones son moral y éticamente ilícitas, aunque el juicio moral que merecen es diferente, pues en la eutanasia aún se agrava más su ilicitud, al implicar directamente a una tercera persona, en este caso el médico o personal sanitario que participa en ella.
A la vista de esto, para enjuiciar moramente la MDA (sedación terminal) hay que valorar objetivamente la finalidad que se persigue con ese acto. Si lo que se pretende es ayudar médicamente a morir a un paciente, como la misma definición de la MDA parece indicar, no cabe duda, que al margen de todos los razonamientos que Friesen aduce para justificarla, es una práctica moral y éticamente ilícita.
En resumen, al valorar la moralidad de la MDA no hay que enjuiciar teóricamente lo que significa, sino lo que con ella se consigue y con qué intención se practica, y, a nuestro juicio, la MDA siempre se utiliza para acelerar la muerte de un paciente que sufre, y siempre que esto sea así, el juicio que merece es moral y éticamente negativo