Esta columna se afana en observar a la intemperie, desde la objetividad, sin engaños, y con la perspectiva de la distancia, cuanto sucede en este mundo globalizado. No resulta complicado, a pesar de la distancia geográfica, recoger qué sucede en los lugares más remotos de la Aldea. Y, con el uso elemental de la lógica y la razón, aferradas a la verdad, deducir por “dónde van los tiros”, si es que los hay, que, por fortuna, no en todos los sitios se entienden las gentes desenfundando.
En el anterior artículo de esta ventilada columna, se podían predecir, sin inventos ni particulares intereses, las consecuencias de los cambios sucedidos en el continente que descubrió Colón; la nueva orientación de las Naciones Unidas; la inestabilidad introducida por el armamento nuclear de Norcorea -como se denomina a la península coreana por encima del paralelo 38-, amén de las disputas por el dominio de la exportación entre China, Corea y Japón, y los mercados emergentes del resto del continente asiático, que darán que hablar lo suyo dentro del legítimo deseo de destacar en la economía mundial como resultado de su desarrollo.
Así mismo, sin elucubraciones, son esperados los cambios que se avecinan en la Unión Europea, con nuevos miembros y nuevos dirigentes de los primeros en formarla. La “locomotora” alemana, que tan importante papel jugó en sus orígenes como proveedora de los “fondos de cohesión”, ahora, bajo la recia mano del gabinete de Ángela Merckel, vuelve a preverse como trascendente en este conglomerado que ha de conseguir la definitiva Constitución europea (la Ley de leyes de los usuarios del euro, que, a propósito y poderoso, sigue costando un tercio más que el dólar).
Más, y aquí viene la interrogante difícil de aclarar aún aplicando las lentes de mayor aumento. ¿Qué sucede que pueda narrarse, con transparencia, en España? El acrecentamiento para precisar detalles no ayuda, sino, todo lo contrario. La confusión impera se mire por donde se profundice. Las columnas de reconocidos comentaristas de la actualidad nacional se repiten, como si se hurtasen unos a otros argumentos propios conque deshacer el ovillo. Cada uno tira de cabos que, al contrario de deshacer la madeja, aprietan más los nudos. La amenaza del terrorismo sigue latente, y a expensas de unos descerebrados que, con su dislate, quieren señalar el rumbo del resto del país. Convocatorias de manifestaciones que no consiguen aclararse, ni siquiera, en el motivo de las mismas. Partidos de índole nacional sacudidos por intereses de escuetos nacionalistas que nunca gobernarán el país porque su implantación, dicho sin remilgos, es exclusivamente regional. ¿Qué decir de un presidente de gobierno, y del director de las fuerzas de seguridad, que ignoran, en el momento de tranquilizar, que se introducía en un estacionamiento público el más potente coche bomba utilizado hasta ahora? Colectivos de emigrantes que hacen acto de presencia como fuerzas políticas emergentes, y que, sin ir más lejos, pueden llegar a aliarse con sus países de origen para influir en los intereses de su tierra de acogida. Se asiste a una demencial batalla semántica que tiene por objetivo ensombrecer el sentido auténtico de las ideas. ¿Qué hacer ante la confusión repleta de interrogantes? Mirar para otro lado no resulta inteligente, pero si parece lo más sensato. Por higiene mental, p.e., es preferible seguir las peripecias de Bush en Iraq; al menos las composiciones acerca del nuevo Vietnam, si no son del todo inocuas para España, si resultan lo suficientemente alejadas como para que, hasta cierto punto, resbalen.