Me dicta mi conciencia que lo del sensor bajo la piel para vigilar la salud de los diabéticos es un paso más en la conquista del mundo Matrix. Aseguran los científicos, que están tras la investigación, que será un avance para los pacientes de una de las peores enfermedades de occidente y que les evitará muchos pinchazos más molestos que dolorosos y casi siempre algo humillantes. Les hará la vida mucho más fácil han venido a decirnos aquellos. Pero estos mismos científicos deberían entender que este tipo de avances puedan ser recibidos con cierta cautela por la población analfabeta en materia científica, entre los que me incluyo.
Hay encuestas que aseguran que el 8,6% de la población del mundo occidental padece de diabetes. No tengo que ir muy lejos, de mi vida familiar, para recordar personas que sufren esta alteración metabólica para darme cuenta de que todo lo que sea una mejora en el tratamiento de la enfermedad repercutirá positivamente en el paciente. Pero eso de introducir un dispositivo bajo la piel no deja de ser algo con lo que se puede soñar en negativo.
El proyecto que tiene enlazadas a quince instituciones de ocho países -entre ellos España- puede ver la luz en apenas cuatro años. La idea consiste en introducir un mecanismo de unos dos centímetros cuadrados bajo la piel del paciente, mediante una sencilla operación, para medir los niveles de azúcar, enviar los datos al médico responsable, y dosificar las dosis de insulina necesarias en caso de riesgo para el paciente. El proyecto ha recibido el nombre de Paul Cézanne, por aquello de que el pintor francés -del siglo XIX-, considerado el padre del arte moderno, era diabético.
El proyecto científico todavía está en una primera fase, y los investigadores buscan ahora voluntarios diabéticos para recabar información, que será superada para iniciar las primeras pruebas en laboratorio con ratas, paso previo e indispensable para que los humanos empiecen a emitir señales bajo la piel. Es pues un proyecto a estandarizarse a medio plazo.
Las dudas surgen en cuanto al sistema utilizado. Para bien podríamos pensar que con simples implantes subcutáneos se podrían, en un futuro lejano, evitar, o conllevar, ciertas enfermedades de las que ahora no somos capaces de diagnosticar con la suficiente antelación. El cáncer podría ser una de ellas. ¿Tener ciertos sensores bajo la piel que indiquen unos niveles óptimos del funcionamiento de ciertas células? También se puede pensar mal y no sería descabellado que el rechazo a estos sistemas por un número considerable de pacientes podría hacer que los estados regulasen su uso de tal manera que fueran inviables.
El tema tiene su miga y el que les escribe tiene más dudas que certezas. El mundo de Matrix (dejando la política catalana a un lado) está a la vuelta de la esquina y puede que estemos a punto de abandonar la caverna. Solo el tiempo y la búsqueda por deshacernos de estas cadenas que nos aprietan el cuello pueden dar con la respuesta.