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Jaume Catalán Díaz, Girona

​El Espíritu Santo y las Bienaventuranzas

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Con la celebración de la venida del Espíritu Santo se consuma el tiempo de la Pascua cristiana. Con ella recibimos los dones, los frutos y las bienaventuranzas. Recuerdo, Bienaventuranza quiere decir felicidad. Dios ha puesto en el corazón de todo hombre un deseo natural de una vida feliz. Según la fe cristiana las bienaventuranzas anuncian una felicidad centrada en Dios y, como consecuencia, en las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Esa felicidad será definitiva solamente en el cielo, con la contemplación y posesión de Dios. En la tierra podemos ser felices de modo incoado por medio de la gracia, es decir, de la unidad y amistad de Dios, que implica el rechazo del pecado y promueve la verdadera belleza y la paz.





Más que deseos o promesas de felicidad, las bienaventuranzas son una “felicitación” porque a esas personas (los pobres de espíritu, los humildes, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos y limpios de corazón, los que buscan la paz o son perseguidos por causa de la justicia y de Cristo), por su fidelidad a Dios, se les asegura la felicidad definitiva. Por eso las bienaventuranzas son proclamación de una gozosa esperanza.




Para los cristianos las bienaventuranzas son ante todo la “biografía interior” de Jesucristo, un retrato de su figura. En Jesús el rostro del amor divino se nos revela como modelo de santidad y de justicia en la ofrenda de sí mismo. Las bienaventuranzas se sitúan en el centro de la predicación de Jesús (cf. Mt 5, 3-11; Lc 6, 20-23).







​El Espíritu Santo y las Bienaventuranzas

Jaume Catalán Díaz, Girona
Lectores
sábado, 6 de junio de 2020, 10:36 h (CET)

Con la celebración de la venida del Espíritu Santo se consuma el tiempo de la Pascua cristiana. Con ella recibimos los dones, los frutos y las bienaventuranzas. Recuerdo, Bienaventuranza quiere decir felicidad. Dios ha puesto en el corazón de todo hombre un deseo natural de una vida feliz. Según la fe cristiana las bienaventuranzas anuncian una felicidad centrada en Dios y, como consecuencia, en las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Esa felicidad será definitiva solamente en el cielo, con la contemplación y posesión de Dios. En la tierra podemos ser felices de modo incoado por medio de la gracia, es decir, de la unidad y amistad de Dios, que implica el rechazo del pecado y promueve la verdadera belleza y la paz.





Más que deseos o promesas de felicidad, las bienaventuranzas son una “felicitación” porque a esas personas (los pobres de espíritu, los humildes, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos y limpios de corazón, los que buscan la paz o son perseguidos por causa de la justicia y de Cristo), por su fidelidad a Dios, se les asegura la felicidad definitiva. Por eso las bienaventuranzas son proclamación de una gozosa esperanza.




Para los cristianos las bienaventuranzas son ante todo la “biografía interior” de Jesucristo, un retrato de su figura. En Jesús el rostro del amor divino se nos revela como modelo de santidad y de justicia en la ofrenda de sí mismo. Las bienaventuranzas se sitúan en el centro de la predicación de Jesús (cf. Mt 5, 3-11; Lc 6, 20-23).







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