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“El cientismo…emplea el prestigio de la ciencia como disfraz y protección”. A.H. Hobbes (1953)

Vergonzoso cientismo

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Nos embadurnan a diario las pantallas con relucientes gráficos tildados de científicos, sin el rubor por silenciar las ausencias de comprobaciones pertinentes, para que fueran considerados como tales. Con la misma frivolidad los contradicen a las pocas horas. Tampoco es extraña la aparición simultánea de resultados formalmente contrapuestos en el mismo medio difusor o en los de la competencia. Entre tanta gente inteligente causa SONROJO ese trato, excusado en una pretendida ciencia, ante la indiferencia de muchos y con la grave repercusión del deterioro informativo que supone. No se vislumbra rectificación, si los mismos emisores se lo creen, si para ellos eso es la ciencia al son de la mediocridad mostrenca.

A nadie se le escapa la engañifa latente en la profusión de estos procedimientos divulgadores empleados en la comunicación social. Los mismos controladores de los datos emitidos, justifican con ellos la medidas de gobierno dirigidas a gran número de personas. Afirman cifras concretas de afectados (Fallecidos, contagiados, parados), sin la precisión de las pruebas efectuadas que son diferentes, sin calibrar las diferencias de la población involucrada (Edad, sexo, vacunas previas, enfermedades, tipo de trabajo, familiares), poniendo las cifras en una globalidad inexistente. Si acaso, ponen de manifiesto una AUSENCIA, la auténtica labor científica; es suplantada por otros menesteres.

Uno de los deslices en ese presunto tratamiento científico de los aconteceres comunitarios, gira en torno a la intención de cuantificar cualquier cosa, sin considerar si son cosas, hechos, actitudes o sentimientos. De un modo drástico, todo ha de ser reducido a números y algoritmos; con la consiguiente simplificación de otros condicionamientos. La felicidad, la satisfacción, los anhelos, por citar algunas situaciones, han de cifrarse en un porcentaje concreto. Esa pretendida EXACTITUD calibradora, en realidad deforma la evaluación de entidades complejas con dimensiones cualitativas ajenas a los parámetros cuantitativos habituales. Es una pretensión incongruente.

A nadie en su sano juicio se le ocurre negar las bondades de la ciencia, sus logros fantásticos y su enorme proyección; constituye una de las evidencias notorias. Sin embargo, se ve sometida al influjo de cuantos la practican, con posibles errores, intenciones ocultas e incluso maldades manifiestas; en esos trabajos hay también mediocridades, sorpresas y corrupciones. Aún en la buena ciencia son patentes las LIMITACIONES. No abarca la totalidad de la persona, no alcanza el sentido musical, el valor literario, el trato debido al enfermo, el cuidado de las plantas o animales. Por lo tanto, no es menuda cuestión esta de la comprensión de las limitaciones en todo el sector de la ciencia.

De lo dicho se desprende una cierta explicación del desbarajuste actual. La propia ciencia ha sido utilizada como respaldo nominal de actuaciones descuidadas, dedicadas con asiduidad a la manipulación del funcionamiento social. El comportamiento de los científicos, sus métodos exhaustivos, sus publicaciones, constituían un cientismo loable; mutado ahora en concepto PEYORATIVO, si continuamos con los apoyos poco o nada científicos, aunque se sirvan de ese nombre. Estamos ante un imperativo decisivo, el discernimiento de lo que sea auténticamente científico. Las supercherías, en mayor o menor grado, nos conducen a una serie de desastres impropios.

Hace ya unos años, Susan Haack exponía en un excelente artículo los 6 signos para el reconocimiento de este cientismo intempestivo. Lejos de amainar su arraigo, se incrementó en estos años e impera potente con descaro; no nos viene mal repasar el contenido de esos signos:

1. Usar alegre y reiterativamente las palabras ciencia, científico, como medio de conferir honorabilidad a las comunicaciones, una alabanza; prescindiendo del respaldo ratificante oportuno.

2. Adoptan la terminología técnica o los símbolos sin conocerlos a fondo y por lo tanto, sin relación con su utilidad real.

3. Despreocupados en cuanto a la demarcación real con respecto a la ciencia genuina. Más bien al contrario, les interesa la confusión.

4. Ni siquiera se adentran en los pormenores exigentes de los métodos, sin ellos queda poco de la ciencia.

5. Ofrecen respuestas tildadas de científicas para cuestiones que están fuera del alcance de la ciencia.

6. Tienden a negar el valor de otra clase de investigaciones, como si la ciencia, que ellos no cumplen, encima fuera el único medio del conocimiento.

Las conclusiones científicas superan a las simples opiniones e incluso a las argumentaciones mejor elaboradas, pero sin los requisitos metodológicos de la ciencia. El rigor del MÉTODO utilizado es la única manera de afrontar la complejidad de las cosas con objetividad. No es lo mismo una coincidencia que la causalidad, una asociación de efectos que la comprensión de todo el proceso. Los indicios, aunque se sumen, no son suficientes para el establecimiento de una afirmación contundente. La deliberación y la confrontación metódica de resultados, forman parte de los laboriosos avances en el conocimiento. La transparencia en cuanto a los métodos utilizados evitaría la mayoría de las confusiones tendenciosas.

Es comprensible para todos, pero sobre todo para aquellos expuestos en los medios de comunicación, la acumulación de circunstancias agobiantes. Nos acechan las prisas el cuanto antes es tiránico, la insuficiencia de datos contrastados nos pesa, las competencias se muestran intratables, las tensiones afloran; este conjunto acentúa las precipitaciones. Suelen añadirse intereses empresariales, políticos o meramente personales, para forzar los procedimientos hasta lo indecible. En este asunto de hoy, la desfachatez aboca a los SILENCIAMIENTOS de las deficiencias. La transparencia no les interesa. Actúan a base de un utilitarismo ramplón inconfesable basado en su poderío.

Pese a la estridencia de los comportamientos, no se vislumbran rasgos correctores; el alarde de su mediocridad impera vociferante. Dichas SUPERCHERÍAS aportan también una graduación a tener en cuenta. Las de alto copete, cuando los ejemplos deplorables surgen desde los centros de gestión. Las dicharacheras en los medios de difusión, con un objetivo de distracción y otro de potenciar las consignas superiores. Las practicadas en los pequeños coloquios son menos relevantes; así como las personales. Perjudican a menos gente en cuanto bajan de grado. Su identificación puede servir de estímulo para futuras tareas clarificadoras en busca de una convivencia iluminada con mayor nitidez.

Vergonzoso cientismo

“El cientismo…emplea el prestigio de la ciencia como disfraz y protección”. A.H. Hobbes (1953)
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 5 de junio de 2020, 08:37 h (CET)

Nos embadurnan a diario las pantallas con relucientes gráficos tildados de científicos, sin el rubor por silenciar las ausencias de comprobaciones pertinentes, para que fueran considerados como tales. Con la misma frivolidad los contradicen a las pocas horas. Tampoco es extraña la aparición simultánea de resultados formalmente contrapuestos en el mismo medio difusor o en los de la competencia. Entre tanta gente inteligente causa SONROJO ese trato, excusado en una pretendida ciencia, ante la indiferencia de muchos y con la grave repercusión del deterioro informativo que supone. No se vislumbra rectificación, si los mismos emisores se lo creen, si para ellos eso es la ciencia al son de la mediocridad mostrenca.

A nadie se le escapa la engañifa latente en la profusión de estos procedimientos divulgadores empleados en la comunicación social. Los mismos controladores de los datos emitidos, justifican con ellos la medidas de gobierno dirigidas a gran número de personas. Afirman cifras concretas de afectados (Fallecidos, contagiados, parados), sin la precisión de las pruebas efectuadas que son diferentes, sin calibrar las diferencias de la población involucrada (Edad, sexo, vacunas previas, enfermedades, tipo de trabajo, familiares), poniendo las cifras en una globalidad inexistente. Si acaso, ponen de manifiesto una AUSENCIA, la auténtica labor científica; es suplantada por otros menesteres.

Uno de los deslices en ese presunto tratamiento científico de los aconteceres comunitarios, gira en torno a la intención de cuantificar cualquier cosa, sin considerar si son cosas, hechos, actitudes o sentimientos. De un modo drástico, todo ha de ser reducido a números y algoritmos; con la consiguiente simplificación de otros condicionamientos. La felicidad, la satisfacción, los anhelos, por citar algunas situaciones, han de cifrarse en un porcentaje concreto. Esa pretendida EXACTITUD calibradora, en realidad deforma la evaluación de entidades complejas con dimensiones cualitativas ajenas a los parámetros cuantitativos habituales. Es una pretensión incongruente.

A nadie en su sano juicio se le ocurre negar las bondades de la ciencia, sus logros fantásticos y su enorme proyección; constituye una de las evidencias notorias. Sin embargo, se ve sometida al influjo de cuantos la practican, con posibles errores, intenciones ocultas e incluso maldades manifiestas; en esos trabajos hay también mediocridades, sorpresas y corrupciones. Aún en la buena ciencia son patentes las LIMITACIONES. No abarca la totalidad de la persona, no alcanza el sentido musical, el valor literario, el trato debido al enfermo, el cuidado de las plantas o animales. Por lo tanto, no es menuda cuestión esta de la comprensión de las limitaciones en todo el sector de la ciencia.

De lo dicho se desprende una cierta explicación del desbarajuste actual. La propia ciencia ha sido utilizada como respaldo nominal de actuaciones descuidadas, dedicadas con asiduidad a la manipulación del funcionamiento social. El comportamiento de los científicos, sus métodos exhaustivos, sus publicaciones, constituían un cientismo loable; mutado ahora en concepto PEYORATIVO, si continuamos con los apoyos poco o nada científicos, aunque se sirvan de ese nombre. Estamos ante un imperativo decisivo, el discernimiento de lo que sea auténticamente científico. Las supercherías, en mayor o menor grado, nos conducen a una serie de desastres impropios.

Hace ya unos años, Susan Haack exponía en un excelente artículo los 6 signos para el reconocimiento de este cientismo intempestivo. Lejos de amainar su arraigo, se incrementó en estos años e impera potente con descaro; no nos viene mal repasar el contenido de esos signos:

1. Usar alegre y reiterativamente las palabras ciencia, científico, como medio de conferir honorabilidad a las comunicaciones, una alabanza; prescindiendo del respaldo ratificante oportuno.

2. Adoptan la terminología técnica o los símbolos sin conocerlos a fondo y por lo tanto, sin relación con su utilidad real.

3. Despreocupados en cuanto a la demarcación real con respecto a la ciencia genuina. Más bien al contrario, les interesa la confusión.

4. Ni siquiera se adentran en los pormenores exigentes de los métodos, sin ellos queda poco de la ciencia.

5. Ofrecen respuestas tildadas de científicas para cuestiones que están fuera del alcance de la ciencia.

6. Tienden a negar el valor de otra clase de investigaciones, como si la ciencia, que ellos no cumplen, encima fuera el único medio del conocimiento.

Las conclusiones científicas superan a las simples opiniones e incluso a las argumentaciones mejor elaboradas, pero sin los requisitos metodológicos de la ciencia. El rigor del MÉTODO utilizado es la única manera de afrontar la complejidad de las cosas con objetividad. No es lo mismo una coincidencia que la causalidad, una asociación de efectos que la comprensión de todo el proceso. Los indicios, aunque se sumen, no son suficientes para el establecimiento de una afirmación contundente. La deliberación y la confrontación metódica de resultados, forman parte de los laboriosos avances en el conocimiento. La transparencia en cuanto a los métodos utilizados evitaría la mayoría de las confusiones tendenciosas.

Es comprensible para todos, pero sobre todo para aquellos expuestos en los medios de comunicación, la acumulación de circunstancias agobiantes. Nos acechan las prisas el cuanto antes es tiránico, la insuficiencia de datos contrastados nos pesa, las competencias se muestran intratables, las tensiones afloran; este conjunto acentúa las precipitaciones. Suelen añadirse intereses empresariales, políticos o meramente personales, para forzar los procedimientos hasta lo indecible. En este asunto de hoy, la desfachatez aboca a los SILENCIAMIENTOS de las deficiencias. La transparencia no les interesa. Actúan a base de un utilitarismo ramplón inconfesable basado en su poderío.

Pese a la estridencia de los comportamientos, no se vislumbran rasgos correctores; el alarde de su mediocridad impera vociferante. Dichas SUPERCHERÍAS aportan también una graduación a tener en cuenta. Las de alto copete, cuando los ejemplos deplorables surgen desde los centros de gestión. Las dicharacheras en los medios de difusión, con un objetivo de distracción y otro de potenciar las consignas superiores. Las practicadas en los pequeños coloquios son menos relevantes; así como las personales. Perjudican a menos gente en cuanto bajan de grado. Su identificación puede servir de estímulo para futuras tareas clarificadoras en busca de una convivencia iluminada con mayor nitidez.

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