LA ESCALADA de la violencia terrorista con el atentado de Barajas y la intensificación de la lucha callejera en el País Vasco demuestra más que nunca la necesidad de que las fuerzas constitucionales se agrupen en la defensa de unos valores comunes.
La Constitución precisamente los señala: democracia, consenso, superación de antagonismos trasnochados, autonomía y solidaridad entre las Comunidades Autónomas.
Mientras esos criterios han estado en vigor las cosas han funcionado medianamente bien en España, durante casi treinta años. Sería cuestión de analizar y corregir las causas por las que esos valores de unidad de acción han desaparecido en esta legislatura.
Y, a mi entender, es el PSOE de Zapatero, o mejor dicho, es Zapatero al frente del PSOE, el que ha quebrado una línea de probada coherencia.
Intentar gobernar contra la mitad de España, aliándose para ello con cualquier grupo que le procurara estabilidad, aunque fuesen precisamente los más opuestos a los valores constitucionales es un error que debe corregirse. Por esa vía no puede construirse nada estable y no se está construyendo. Gobernar con ERC en Cataluña. Gobernar con el Bloque en Galicia. Hacer ofertas constantes de “diálogo” a quienes nunca han querido dialogar, sino imponerse, como es el caso de ETA, no es una política sensata.
El Partido Socialista Obrero Español ha tenido un proyecto de España. El zapaterismo, no. Al menos, no se le ve por ningún sitio, por más esfuerzos que uno haga.
Sus aliados naturales son, o deberían ser, aquellos que comparten valores constituciones semejantes a los que el PSOE tenía. Pero Zapatero se empeña en buscarlos precisamente en el campo contrario. ¿Está a tiempo de rectificar o, definitivamente, ni aprende ni quiere aprender lo que a todas luces parece obvio?
En cualquier caso, es necesaria la unidad. Con o sin Zapatero. Pero hacia un rumbo coherente.