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Vivir en una sociedad amenazada por la pandemia del coronavirus es parecido a una travesía por el desierto

La travesía del desierto

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Los políticos cuando atravesamos un desierto como lo estamos haciendo hoy debido a la pandemia con tantas incógnitas que despejar, para tranquilizarnos nos dicen que conocen el camino para salir del laberinto y conducirnos hasta un oasis donde podremos descansar de las penalidades del viaje. Nos engañan. Están tan perdidos como lo estamos nosotros. Unos titulares de prensa ponen en duda que los dirigentes políticos sepan hacia dónde ir:

“Las nuevas directrices de Jhonson sumergen a los británicos en la confusión”

“García Egea ve al gobierno sumido en el caos, sin rumbo, sin criterio, sin ningún tipo de indicador”.

“Sindicatos, docentes, familias, critican la capacidad de las autoridades”

“Solamente el 34% de los franceses aprueba la gestión del Gobierno durante la crisis” (del coronavirus).

<b>Leopoldo Abadía</b>, divulgador económico escribe: “En diciembre terminé un libro en donde lo anticipaba. Ahora, únicamente le he añadido algunas páginas. La humanidad está angustiada, oscura, perdida, sin referentes”.

<b>Víctor-M. Amela entrevista a <b>Leopoldo Abadía</b>, si usted mandase en España, ¿qué haría? Respuesta: “Unir a los cuatro mejores técnicos que hay en España en Economía, Sanidad, Ciencia, Educación y les daría la papeleta”. El periodista hurga: ¿No confía en el gobierno actual? El divulgador económico responde: “Visto el escaso respeto a la verdad de estos chicos que nos gobiernan, me cuesta, lo siento”. El reportero sigue hurgando: ¿Qué le gustaría ver en este mundo nuevo que ahora irrumpe? <b>Abadía</b> responde: “Ética, buenas personas y competentes al frente de las empresas”.

Al final de la entrevista <b>Leopoldo Abadía</b> ingenuamente cita a <b>Swami Shantamritamenla Puri</b>: “A pesar de que no puedes escoger dónde nacer, ni tus padres, ni tu raza, ni tu posición social, sí que puedes escoger ser buena persona”. Desgraciadamente la utopía de <b>Leopoldo Abadía</b> de encontrar buenas personas que cojan las riendas de los gobiernos, de las instituciones, de las familias, no se encuentran porque no las hay. Debajo de la apariencia de buena persona se esconde el virus del pecado que impide que las personas en general sepan tomar decisiones correctas para que puedan salir derechas de las crisis que se presentan con tanta frecuencia en este mundo salpicado por el pecado. Se puede escoger desear ser buena persona pero la condición humana lo impide en su plenitud.

<b>Immanuel Kant</b> hace esta descripción de la bondad humana: “Uno no puede librarse de cierta indignación al observar la actuación de la humanidad en el escenario del gran teatro del mundo. Haciendo balance del conjunto se diría que ha sido maquinado por una locura y una vanidad infantiles e incluso con frecuencia por una maldad y un afán destructivo así mismo pueriles de manera que al fin y al cabo el hombre no sabe qué idea hacerse sobre tan envanecida especie”. Debe abandonarse el humanismo endiosado y reconocer que el hombre es un ser caído incapaz de conseguir que sus decisiones hagan diana y se busque en Jesús que es la “luz del mundo” para que nos guie en nuestra travesía por el desierto.

Pueden parecernos palabras muy sentidas pero que no hacen diana fueron las que dijo <b>Alessandro Lequio</b> a raíz de la muerte de su hijo Álex: “Eres y siempre serás mi luz y mi centro”. “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14: 12) En general es lo que está sucediendo. Tropezamos infinidad de veces en la misma piedra y no aprendemos la lección. Nos comportamos como el borracho que al despertar de su embriaguez se dice: “Me hirieron, mas no me dolió, me azotaron mas no lo sentí, cuando despierte aun lo volveré a buscar” (Proverbios 23: 35). Deberíamos aprender del salmista que se pregunta: “¿De dónde vendrá mi socorro?” El mismo da la respuesta: “Mi socorro viene del Señor que hizo los cielos y la tierra” (Salmo 121: 1,2)

Jesús se refiere al ciego que guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo (Mateo 15: 14). Comportémonos como los ciegos de los evangelios que le pedían a Jesús: “Ábrenos los ojos”. Una promesa que no debe olvidarse de Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y al que a mí viene no lo echo fuera” (Juan 6: 37). Estos escogidos de Dios son los que perseveran en su palabra y no son oyentes olvidadizos, sino que le siguen de cerca. Esto creyentes no son cristianos domingueros sino practicantes de las enseñanzas de Jesús. A estos creyentes el Señor los compara “a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos y golpearon contra aquella casa, y no cayó porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7: 24,25). No es así con los cristianos que se consideran “creyentes no practicantes” que se parecen “a un hombre que edificó su casa sobre la arena, y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa, y cayó y fue grande su ruina” (vv. 26,27).

Construimos la carretera pero las tormentas “Gloria” destruyen la construcción una y otra vez. Jamás el Presidente puede cortar la cinta inaugural.

La travesía del desierto

Vivir en una sociedad amenazada por la pandemia del coronavirus es parecido a una travesía por el desierto
Octavi Pereña
sábado, 30 de mayo de 2020, 10:35 h (CET)

Los políticos cuando atravesamos un desierto como lo estamos haciendo hoy debido a la pandemia con tantas incógnitas que despejar, para tranquilizarnos nos dicen que conocen el camino para salir del laberinto y conducirnos hasta un oasis donde podremos descansar de las penalidades del viaje. Nos engañan. Están tan perdidos como lo estamos nosotros. Unos titulares de prensa ponen en duda que los dirigentes políticos sepan hacia dónde ir:

“Las nuevas directrices de Jhonson sumergen a los británicos en la confusión”

“García Egea ve al gobierno sumido en el caos, sin rumbo, sin criterio, sin ningún tipo de indicador”.

“Sindicatos, docentes, familias, critican la capacidad de las autoridades”

“Solamente el 34% de los franceses aprueba la gestión del Gobierno durante la crisis” (del coronavirus).

<b>Leopoldo Abadía</b>, divulgador económico escribe: “En diciembre terminé un libro en donde lo anticipaba. Ahora, únicamente le he añadido algunas páginas. La humanidad está angustiada, oscura, perdida, sin referentes”.

<b>Víctor-M. Amela entrevista a <b>Leopoldo Abadía</b>, si usted mandase en España, ¿qué haría? Respuesta: “Unir a los cuatro mejores técnicos que hay en España en Economía, Sanidad, Ciencia, Educación y les daría la papeleta”. El periodista hurga: ¿No confía en el gobierno actual? El divulgador económico responde: “Visto el escaso respeto a la verdad de estos chicos que nos gobiernan, me cuesta, lo siento”. El reportero sigue hurgando: ¿Qué le gustaría ver en este mundo nuevo que ahora irrumpe? <b>Abadía</b> responde: “Ética, buenas personas y competentes al frente de las empresas”.

Al final de la entrevista <b>Leopoldo Abadía</b> ingenuamente cita a <b>Swami Shantamritamenla Puri</b>: “A pesar de que no puedes escoger dónde nacer, ni tus padres, ni tu raza, ni tu posición social, sí que puedes escoger ser buena persona”. Desgraciadamente la utopía de <b>Leopoldo Abadía</b> de encontrar buenas personas que cojan las riendas de los gobiernos, de las instituciones, de las familias, no se encuentran porque no las hay. Debajo de la apariencia de buena persona se esconde el virus del pecado que impide que las personas en general sepan tomar decisiones correctas para que puedan salir derechas de las crisis que se presentan con tanta frecuencia en este mundo salpicado por el pecado. Se puede escoger desear ser buena persona pero la condición humana lo impide en su plenitud.

<b>Immanuel Kant</b> hace esta descripción de la bondad humana: “Uno no puede librarse de cierta indignación al observar la actuación de la humanidad en el escenario del gran teatro del mundo. Haciendo balance del conjunto se diría que ha sido maquinado por una locura y una vanidad infantiles e incluso con frecuencia por una maldad y un afán destructivo así mismo pueriles de manera que al fin y al cabo el hombre no sabe qué idea hacerse sobre tan envanecida especie”. Debe abandonarse el humanismo endiosado y reconocer que el hombre es un ser caído incapaz de conseguir que sus decisiones hagan diana y se busque en Jesús que es la “luz del mundo” para que nos guie en nuestra travesía por el desierto.

Pueden parecernos palabras muy sentidas pero que no hacen diana fueron las que dijo <b>Alessandro Lequio</b> a raíz de la muerte de su hijo Álex: “Eres y siempre serás mi luz y mi centro”. “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14: 12) En general es lo que está sucediendo. Tropezamos infinidad de veces en la misma piedra y no aprendemos la lección. Nos comportamos como el borracho que al despertar de su embriaguez se dice: “Me hirieron, mas no me dolió, me azotaron mas no lo sentí, cuando despierte aun lo volveré a buscar” (Proverbios 23: 35). Deberíamos aprender del salmista que se pregunta: “¿De dónde vendrá mi socorro?” El mismo da la respuesta: “Mi socorro viene del Señor que hizo los cielos y la tierra” (Salmo 121: 1,2)

Jesús se refiere al ciego que guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo (Mateo 15: 14). Comportémonos como los ciegos de los evangelios que le pedían a Jesús: “Ábrenos los ojos”. Una promesa que no debe olvidarse de Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y al que a mí viene no lo echo fuera” (Juan 6: 37). Estos escogidos de Dios son los que perseveran en su palabra y no son oyentes olvidadizos, sino que le siguen de cerca. Esto creyentes no son cristianos domingueros sino practicantes de las enseñanzas de Jesús. A estos creyentes el Señor los compara “a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos y golpearon contra aquella casa, y no cayó porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7: 24,25). No es así con los cristianos que se consideran “creyentes no practicantes” que se parecen “a un hombre que edificó su casa sobre la arena, y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa, y cayó y fue grande su ruina” (vv. 26,27).

Construimos la carretera pero las tormentas “Gloria” destruyen la construcción una y otra vez. Jamás el Presidente puede cortar la cinta inaugural.

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