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Etiquetas | Política | Memoria | Historia
La historia puede contener mucho de ficción, como la realidad puede encontrarse envuelta de surrealismo en algunas repúblicas sudamericanas

De yernocracias y golpes de estado en familia

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La historiografía política paraguaya, como las cosmogonías bárbaras, es un género literario que integrado por un conglomerado de relatos donde la ficción, la realidad y el surrealismo son como aquellas tres cabezas unidas a un solo cuerpo del guardián canino que custodiaba el ingreso al inframundo.

Entre ellos, se encuentran imbricados los libelos acusatorios y las familias del poder integradas por dioses tan humanos como los olímpicos griegos, como me lo recordó mi amiga Cristina Romero, hija de alguien que supo ser presidente interino del Paraguay.

Hurgando en esa narrativa, puede encontrarse la historia de un golpe de estado ocurrido en agosto de 1937, y que empezó a gestarse cuando fue confiscado el automóvil que usaba la esposa de un alto mando para ir de compras. El vehículo fue requerido para ser utilizado con fines más institucionales pero exigir el debido uso de los bienes del estado pocas veces ha contribuido a que la democracia de ciertos países se gane el respeto de los poderes fácticos y mucho menos a la gobernabilidad.

Rememorando estas fechas del año 1954, relata Cristina entretelones que desmienten la participación de su padre en los prolegómenos del ascenso al poder de Alfredo Stroessner, mito que hoy incluso es compartido por cuestionadas enciclopedias digitales. Stroessner había llegado al poder en aquel tiempo para convertirse con el tiempo para construir un poder que llegó a ser, al momento de su epílogo en 1989, en el régimen autoritario más longevo de Latinoamérica.

De acuerdo su calificado testimonio, su padre -el Arquitecto Tomás Romero Pereira- se encontraba totalmente ajeno a los preparativos del golpe iniciado el 4 de mayo de 1954, puntualizando que había llegado en la víspera de su establecimiento ganadero. Caía el sol sobre Asunción el 3 de mayo cuando “Don Tomás” (como lo llamaría el mundillo político durante la interminable hegemonía de Stroessner), tras ser recibido por los suyos, licenció a su chofer permitiéndole asistir a una función en el cine Victoria de la capital.

En el cinematógrafo, una interrupción de la energía eléctrica se llevó como hojas secas los sueños hollywoodenses y el conductor del automóvil de quien presidía el partido gobernante en el país, se percató de inusuales movimientos de tropas en las calles de una ciudad a oscuras y donde lo único vivo parecían ser los muertos. También se habían empezado a escuchar disparos y el consabido fuego de mortero a distancias inestimables.

Recorrió agitado y presuroso el par de kilómetros desde el centro de Asunción a la mansión de su jefe, para alertarle de los extraños sucesos que no presagiaban nada bueno. Era el golpe de estado que impulsaban algunos militares descontentos con una secular institución paraguaya conocida desde tiempos coloniales como la “Yernocracia”.

El influyente secretario de estado del entonces presidente paraguayo Federico Chávez, el ministro del interior Rigoberto Caballero, había construido su poder de contramano a los postulados republicanos, pues había establecido alianzas con el militarismo a través de varias de sus hijas que habían contraído matrimonio con altos jefes militares. Cual alianzas tejidas por una monarquía absolutista, Caballero pensaba que controlaba el más real de los poderes fácticos a través de sus yernos.

La realidad que se percibía en el ambiente castrense contradecía esos cálculos, generando resistencia e incluso repudio entre connotados jefes militares de carisma y prestigio.

El disgusto estalló aquella noche que un apagón interrumpió la función en el cine Victoria, frustrando las expectativas cinéfilas del chofer de don Tomas.

Alertado por este hombre de confianza, el presidente del partido gobernante, se encontraba expectante en su residencia mientras recibía las alarmantes noticias de extramuros: el gabinete de ministros que hasta hacía pocos meses había integrado como ministro de Obras Públicas estaba desintegrado y tras las rejas.

La mayoría de ellos eran sus amigos, entre ellos el Canciller Moreno y su sucesor en el ministerio de Obras, el ingeniero Storm.

Cerca de la medianoche, una llamada telefónica interrumpió las oraciones de la familia Romero.

Era Stroessner.

La llamada era para convocar a Romero Pereira al no muy lejano Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.

A esas alturas ya se encontraba bajo arresto el presidente Federico Chávez, detenido en la Academia militar donde hoy por ironías del destino, se encuentra el edificio del Parlamento paraguayo. El ministro yernócrata, Rigoberto Caballero, guardaba arresto domiciliario en consideración a su avanzada edad.

Relata Cristina que su padre ya se daba por preso político, única lectura que podía hacerse a la llamada del general de Brigada que acababa de arrestar al presidente de la república y a todos sus ministros.

Romero Pereira pidió entonces a su amigo, el embajador norteamericano, que también era vecino suyo, que asile a su familia en su legación diplomática y que luego use sus influencias en Paraguay para poder reunirse con los suyos en Estados Unidos.

Sin embargo, Don Tomas se sorprendió al ser tratado respetuosamente por Stroessner, que al parecer, ocasionalmente tenía arranques de doble personalidad y se convertía en dulce y apacible interlocutor.

Mientras avanzaba el diálogo en el seno del poder revolucionario, el país se mantuvo en piloto automático hasta el 8 de mayo, fecha en que se concretó un acuerdo. La ausencia de autoridades, según parece, en Paraguay es un episodio recurrente que nunca mayores consecuencias.

El resto es historia conocida. Un contexto internacional al principio y por mucho tiempo favorable, hizo que Stroessner manejara el Paraguay por tres décadas y media con el simple libreto de su vocinglería maccartista.

Impulsaban las velas de su nave los vientos favorables de la guerra fría.

Su poder fue casi eterno, duró tanto que le hizo olvidar la lección de la yernocracia fallida que dejó la caída de Chávez.

El olvido siempre está lleno de memoria.

En su caso, las cosas fueron más lejos confirmando que los parientes suelen ser los peores, y que por fortuna solo

debemos verlos en las fiestas de fin de año. La noche del dos a tres de febrero de 1989, el genial Roa Bastos pudo ver el último acto de su libreto premonitorio, describiendo las últimas boqueadas del Tiranosaurio.

El golpe de estado volvía a gestarse dentro de una familia, en este caso lo encabezaba el consuegro del dictador. La historia demostraba una vez más que los conjuros de la yernocracia habían dejado de surtir efecto. LAW

De yernocracias y golpes de estado en familia

La historia puede contener mucho de ficción, como la realidad puede encontrarse envuelta de surrealismo en algunas repúblicas sudamericanas
Luis Agüero Wagner
miércoles, 6 de mayo de 2020, 09:00 h (CET)

La historiografía política paraguaya, como las cosmogonías bárbaras, es un género literario que integrado por un conglomerado de relatos donde la ficción, la realidad y el surrealismo son como aquellas tres cabezas unidas a un solo cuerpo del guardián canino que custodiaba el ingreso al inframundo.

Entre ellos, se encuentran imbricados los libelos acusatorios y las familias del poder integradas por dioses tan humanos como los olímpicos griegos, como me lo recordó mi amiga Cristina Romero, hija de alguien que supo ser presidente interino del Paraguay.

Hurgando en esa narrativa, puede encontrarse la historia de un golpe de estado ocurrido en agosto de 1937, y que empezó a gestarse cuando fue confiscado el automóvil que usaba la esposa de un alto mando para ir de compras. El vehículo fue requerido para ser utilizado con fines más institucionales pero exigir el debido uso de los bienes del estado pocas veces ha contribuido a que la democracia de ciertos países se gane el respeto de los poderes fácticos y mucho menos a la gobernabilidad.

Rememorando estas fechas del año 1954, relata Cristina entretelones que desmienten la participación de su padre en los prolegómenos del ascenso al poder de Alfredo Stroessner, mito que hoy incluso es compartido por cuestionadas enciclopedias digitales. Stroessner había llegado al poder en aquel tiempo para convertirse con el tiempo para construir un poder que llegó a ser, al momento de su epílogo en 1989, en el régimen autoritario más longevo de Latinoamérica.

De acuerdo su calificado testimonio, su padre -el Arquitecto Tomás Romero Pereira- se encontraba totalmente ajeno a los preparativos del golpe iniciado el 4 de mayo de 1954, puntualizando que había llegado en la víspera de su establecimiento ganadero. Caía el sol sobre Asunción el 3 de mayo cuando “Don Tomás” (como lo llamaría el mundillo político durante la interminable hegemonía de Stroessner), tras ser recibido por los suyos, licenció a su chofer permitiéndole asistir a una función en el cine Victoria de la capital.

En el cinematógrafo, una interrupción de la energía eléctrica se llevó como hojas secas los sueños hollywoodenses y el conductor del automóvil de quien presidía el partido gobernante en el país, se percató de inusuales movimientos de tropas en las calles de una ciudad a oscuras y donde lo único vivo parecían ser los muertos. También se habían empezado a escuchar disparos y el consabido fuego de mortero a distancias inestimables.

Recorrió agitado y presuroso el par de kilómetros desde el centro de Asunción a la mansión de su jefe, para alertarle de los extraños sucesos que no presagiaban nada bueno. Era el golpe de estado que impulsaban algunos militares descontentos con una secular institución paraguaya conocida desde tiempos coloniales como la “Yernocracia”.

El influyente secretario de estado del entonces presidente paraguayo Federico Chávez, el ministro del interior Rigoberto Caballero, había construido su poder de contramano a los postulados republicanos, pues había establecido alianzas con el militarismo a través de varias de sus hijas que habían contraído matrimonio con altos jefes militares. Cual alianzas tejidas por una monarquía absolutista, Caballero pensaba que controlaba el más real de los poderes fácticos a través de sus yernos.

La realidad que se percibía en el ambiente castrense contradecía esos cálculos, generando resistencia e incluso repudio entre connotados jefes militares de carisma y prestigio.

El disgusto estalló aquella noche que un apagón interrumpió la función en el cine Victoria, frustrando las expectativas cinéfilas del chofer de don Tomas.

Alertado por este hombre de confianza, el presidente del partido gobernante, se encontraba expectante en su residencia mientras recibía las alarmantes noticias de extramuros: el gabinete de ministros que hasta hacía pocos meses había integrado como ministro de Obras Públicas estaba desintegrado y tras las rejas.

La mayoría de ellos eran sus amigos, entre ellos el Canciller Moreno y su sucesor en el ministerio de Obras, el ingeniero Storm.

Cerca de la medianoche, una llamada telefónica interrumpió las oraciones de la familia Romero.

Era Stroessner.

La llamada era para convocar a Romero Pereira al no muy lejano Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.

A esas alturas ya se encontraba bajo arresto el presidente Federico Chávez, detenido en la Academia militar donde hoy por ironías del destino, se encuentra el edificio del Parlamento paraguayo. El ministro yernócrata, Rigoberto Caballero, guardaba arresto domiciliario en consideración a su avanzada edad.

Relata Cristina que su padre ya se daba por preso político, única lectura que podía hacerse a la llamada del general de Brigada que acababa de arrestar al presidente de la república y a todos sus ministros.

Romero Pereira pidió entonces a su amigo, el embajador norteamericano, que también era vecino suyo, que asile a su familia en su legación diplomática y que luego use sus influencias en Paraguay para poder reunirse con los suyos en Estados Unidos.

Sin embargo, Don Tomas se sorprendió al ser tratado respetuosamente por Stroessner, que al parecer, ocasionalmente tenía arranques de doble personalidad y se convertía en dulce y apacible interlocutor.

Mientras avanzaba el diálogo en el seno del poder revolucionario, el país se mantuvo en piloto automático hasta el 8 de mayo, fecha en que se concretó un acuerdo. La ausencia de autoridades, según parece, en Paraguay es un episodio recurrente que nunca mayores consecuencias.

El resto es historia conocida. Un contexto internacional al principio y por mucho tiempo favorable, hizo que Stroessner manejara el Paraguay por tres décadas y media con el simple libreto de su vocinglería maccartista.

Impulsaban las velas de su nave los vientos favorables de la guerra fría.

Su poder fue casi eterno, duró tanto que le hizo olvidar la lección de la yernocracia fallida que dejó la caída de Chávez.

El olvido siempre está lleno de memoria.

En su caso, las cosas fueron más lejos confirmando que los parientes suelen ser los peores, y que por fortuna solo

debemos verlos en las fiestas de fin de año. La noche del dos a tres de febrero de 1989, el genial Roa Bastos pudo ver el último acto de su libreto premonitorio, describiendo las últimas boqueadas del Tiranosaurio.

El golpe de estado volvía a gestarse dentro de una familia, en este caso lo encabezaba el consuegro del dictador. La historia demostraba una vez más que los conjuros de la yernocracia habían dejado de surtir efecto. LAW

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