Decía mi abuelo que, en estos tiempos que corren, el ser humano está perdiendo el espíritu real de lo que significan estas fiestas. No lo decía desde un punto de vista religioso porque él era tan religioso como yo, es decir, no lo era en absoluto. Tengamos en cuenta que el origen de estas fiestas, como el de casi todas las cristianas, es pagano. Él se refería al espíritu de concordia que significaba recordar que todos los hombres son hermanos, que aquellos que más suerte han tenido no han de olvidar a los que no han tenido tanta, que es el momento de sentarse ante la lumbre con la familia y los amigos, es tiempo de sonreír, dar y recibir. Todo ello con la esperanza de que el ser humano recuerde ese espíritu y le quede en el subconsciente durante el resto del año, hasta la siguiente celebración.
En la Universidad, en una de esas clases de una asignatura trimestral por la que los estudiantes pasábamos sin pena ni gloria, el profesor de Teoría de la religión explicaba a un auditorio inusualmente atento, que el origen del árbol de Navidad estaba en la tradición de adornar los árboles de hoja perenne, ya con las ramas peladas, con dulces, frutas escarchadas y panes para que los dioses recordaran vestirlos de verde tras el invierno. El espíritu de dar y recibir, así como el de recordar que todos somos hermanos también tiene su origen en la tradición pagana. Aquellos que habían tenido más suerte en la cosecha repartían parte de sus excedentes entre aquellos que no habían tenido tanta en medio de una gran celebración en comunidad que solía coincidir con el solsticio de invierno. La religión cristiana, y este fue, bajo mi punto de vista, uno de sus grandes aciertos, recogió todas esas tradiciones y, aunque no dudo que, en principio, lo intentaría, en vez de prohibirlas, las adaptó, o más bien adaptó su imaginario a ellas.
Es previsible que las religiones tal y como las conocemos, ya ha pasado antes, desaparezcan, pero es indudable que las tradiciones perdurarán tal y como han perdurado incluso tras enormes intentos por borrarlas del mapa. Es más, me atrevería a decir que esta, la Navidad, a excepción de su superficialidad comercial y consumista, debería perdurar como espíritu real de todo lo que el hombre aspira a ser: hermano de sus semejantes, presto a ayudarles, y dispuesto a dar con el corazón y a recibir con agradecimiento.
Feliz Navidad en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad.
Suena de fondo "Oratorio de Navidad, BWV 248", de Bach.
Buenas noches, y buena suerte.