La semana pasada se dio a conocer el descubrimiento del sarcófago del apóstol Pablo. En estos tiempos que corren, en los que las iglesias españolas -sobre todo en Cataluña, ¿por qué será?- están cada vez más vacías, la noticia de la aparición de este sepulcro, tras cuatro años de trabajo del arqueólogo italiano Giorgio Flippi, solo puede ser recibida como un auténtico milagro para los dirigentes del Estado vaticano y de la Iglesia católica.
Pablo, nacido Saulo, que era su nombre en hebreo, oriundo de Tarso (actual Turquía) y contemporáneo de Jesús de Nazaret está considerado como el transformador del cristianismo tras Jesús. Una vez muerto el mesías, Pablo se dedicó a perseguir a los seguidores de aquel. Al poco tiempo de dedicarse a erradicar a los primeros cristianos se transformó en el mayor divulgador de la fe que dejó Jesucristo en la Tierra. Una caída del caballo en el momento preciso, camino de Damasco, se convierte en el momento de inflexión más importante de su vida, y que tendrá repercusión en el mundo entero. Es el autor del documento más antiguo de los Evangelios: su carta a los Tesalonicenses.
Saber si realmente están los restos de Pablo en el sarcófago de la Basílica de San Pablo Extramuros no es solo una expectación para peregrinos y creyentes, es también, una cuestión de historia. Pablo murió decapitado en Roma, en algún momento de la séptima década del primer siglo de nuestra era, por orden de Nerón. ¿Se encontrarán los restos de la cabeza de Pablo en el interior del sarcófago? Solo el Papa Benedicto XVI puede firmar la autorización para que los especialistas investiguen el interior del sepulcro del apóstol. Es muy probable que dé esa autorización necesaria, sobre todo teniendo en cuenta que “no hay ninguna duda”, como afirmó el cardenal Andrea Cordero Lanza de Montezemolo, de que es el auténtico sepulcro de San Pablo. ¿Y si no es? Estará cerca, porque todos los indicios y documentos con los que se trabajan indican que el sepulcro de Pablo está en la Basílica de San Pablo Extramuros: “No ha habido dudas durante los últimos 20 siglos de que la tumba estaba aquí. Ha estado visible y no visible en varias ocasiones en el pasado, hasta que se desenterró”, afirmó el cardenal arcipreste de la Basílica al dar a conocer la noticia.
La losa que cubre el sepulcro lleva la inscripción Paulo Apostolo Mart (Pablo, apóstol, mártir), faltando las tres últimas letras de la última palabra: Martyri, ya que se rompió, según parece, la losa en el siglo IV. El mármol milagroso evidencia que en el interior podrían estar los restos de Pablo. Evidencias hay.
El catolicismo tendrá así, si se confirma lo presumible del interior del sarcófago, otro lugar más de peregrinaje. Desde 1968, cuando Pablo VI culminó y confirmó lo iniciado por Pío XII, no se conoce un descubrimiento tan importante para la Iglesia, por lo religioso, lo histórico y lo mediático del acontecimiento. Entonces, 1968, fue la tumba de San Pedro y se tardaron casi treinta años en confirmar, según estudios científicos, que se habían encontrado los restos del primer Papa. Esperemos que esta vez no tengamos que esperar tanto.