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Alfonso Sotelo

Dos erres muy distintas

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Durante la semana pasada leí en numerosos sitios las diferencias y las comparaciones entre el recibimiento de Reyes y de Sergio Ramos en el Sánchez-Pizjuán el pasado día 9. Creo que estas diferencias sólo sorprendieron a los que residen fuera de Sevilla, porque cada una de las formas de recibir a los jugadores del Madrid que habían jugado en el club hispalense eran esperadas en Nervión. Y más o menos lógicas, por mucho que nos pese.

Quede por delante que el nivel intelectual de muchos aficionados al fútbol, ya sea en Sevilla, en Madrid o en Lima, dista mucho del deseado. Fui testigo, atónito, de cómo un aficionado culpaba a Manolo Lama de que Muñiz Fernández no expulsase a Míchel Salgado. “Tú tienes la culpa, tú”, le decía a cinco metros y con el doble cristal blindado de la cabina de prensa de por medio con una vena en el cuello que parecía que iba a reventar por momentos. “Estos periodistas de m… que siempre defienden al Madrid, por eso no han echado al rubio ese”, seguía espetando el aficionado. Curioso. Que un futbolista no sea expulsado por culpa del árbitro es porque a un periodista de Madrid no le da la regalada gana. Creo que estarán conmigo en que es curioso, cuanto menos.

Pero bueno, ese es el nivel intelectual que tenemos en este país, que prefiere centrarse en revivir a muertos republicanos de los años treinta (republicanos sólo, eh, que se dejaban tirotear vilmente por los nacionales) que por mejorar un nivel educativo y social que hace aguas desde hace décadas. Y a lo que íbamos. Resulta que cada vez que Sergio Ramos tocaba el balón, la grada reproducía el concierto en sí bemol de pitos de Chopin. Obvio. El de Camas salió del Sevilla a gritos y dando un portazo. Cierto es que la entidad se calló muchas cosas de la operación y Sergio no salió escondido en un maletero de un coche ni mucho menos. Salió como tenía que salir, dejando una buena cantidad de dinero en las arcas sevillistas, pero no debe remover el pasado cada vez que debe enfrentarse a su ex equipo. Manifestaciones como las que hizo llamando rencorosos a los sevillanos (como si el no lo fuese) y poniendo en duda la honestidad de la afición le pasaron factura ya a Simeone, a José Mari y a Baptista. Y ahora le pasa a Sergio.

Me llena de orgullo y satisfacción (pega bien esta frase en estas fechas) recordar que fui el primero que le hizo una entrevista a Sergio, para ABC de Sevilla, cuando no era casi conocido y debutó con el Sevilla. Era un chico modesto, humilde, que incluso saludaba a la prensa cada vez que se cruzaba con ella y que dejó (curioso) que este periodista le invitara a desayunar el día de la entrevista a modo de agradecimiento y de felicitación por aprobar el teórico del coche. Me cuentan que ahora es distinto, que es galáctico y más distante. Debía aplicarse esa frase del Rey Joaquín (Sabina) que dice que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver.

Reyes sí. Él sí que puede volver. Salió a calentar y el Pizjuán se caía. Salió al césped y volvió a derrumbarse. Se lo tenía merecido. Se fue entre lágrimas en casa, en la rueda de prensa, en el avión, en Londres y en su casa inglesa del Sevilla y eso no se olvida en el Pizjuán. Como le pasó a Suker, a Caparrós y a Pablo Alfaro. Además siempre reconoce su sevillismo y así le va, que su pie roza Sevilla y hay aplausos en el avión. De esa humildad debía aprender Sergio Ramos. Al menos para que no vuelva a pasarle cada vez que aterrice en Sevilla. Una afición nunca olvida los reproches, aunque sea lógico pensar que cualquiera cambiaria sus colores por muchos ceros en el banco. Pero a ese entendimiento se llegará cuando se fomente la educación, no el remover las tumbas y las heridas de hace setenta años y que ya parecían cerradas.

Dos erres muy distintas

Alfonso Sotelo
Alfonso Sotelo
domingo, 17 de diciembre de 2006, 02:43 h (CET)
Durante la semana pasada leí en numerosos sitios las diferencias y las comparaciones entre el recibimiento de Reyes y de Sergio Ramos en el Sánchez-Pizjuán el pasado día 9. Creo que estas diferencias sólo sorprendieron a los que residen fuera de Sevilla, porque cada una de las formas de recibir a los jugadores del Madrid que habían jugado en el club hispalense eran esperadas en Nervión. Y más o menos lógicas, por mucho que nos pese.

Quede por delante que el nivel intelectual de muchos aficionados al fútbol, ya sea en Sevilla, en Madrid o en Lima, dista mucho del deseado. Fui testigo, atónito, de cómo un aficionado culpaba a Manolo Lama de que Muñiz Fernández no expulsase a Míchel Salgado. “Tú tienes la culpa, tú”, le decía a cinco metros y con el doble cristal blindado de la cabina de prensa de por medio con una vena en el cuello que parecía que iba a reventar por momentos. “Estos periodistas de m… que siempre defienden al Madrid, por eso no han echado al rubio ese”, seguía espetando el aficionado. Curioso. Que un futbolista no sea expulsado por culpa del árbitro es porque a un periodista de Madrid no le da la regalada gana. Creo que estarán conmigo en que es curioso, cuanto menos.

Pero bueno, ese es el nivel intelectual que tenemos en este país, que prefiere centrarse en revivir a muertos republicanos de los años treinta (republicanos sólo, eh, que se dejaban tirotear vilmente por los nacionales) que por mejorar un nivel educativo y social que hace aguas desde hace décadas. Y a lo que íbamos. Resulta que cada vez que Sergio Ramos tocaba el balón, la grada reproducía el concierto en sí bemol de pitos de Chopin. Obvio. El de Camas salió del Sevilla a gritos y dando un portazo. Cierto es que la entidad se calló muchas cosas de la operación y Sergio no salió escondido en un maletero de un coche ni mucho menos. Salió como tenía que salir, dejando una buena cantidad de dinero en las arcas sevillistas, pero no debe remover el pasado cada vez que debe enfrentarse a su ex equipo. Manifestaciones como las que hizo llamando rencorosos a los sevillanos (como si el no lo fuese) y poniendo en duda la honestidad de la afición le pasaron factura ya a Simeone, a José Mari y a Baptista. Y ahora le pasa a Sergio.

Me llena de orgullo y satisfacción (pega bien esta frase en estas fechas) recordar que fui el primero que le hizo una entrevista a Sergio, para ABC de Sevilla, cuando no era casi conocido y debutó con el Sevilla. Era un chico modesto, humilde, que incluso saludaba a la prensa cada vez que se cruzaba con ella y que dejó (curioso) que este periodista le invitara a desayunar el día de la entrevista a modo de agradecimiento y de felicitación por aprobar el teórico del coche. Me cuentan que ahora es distinto, que es galáctico y más distante. Debía aplicarse esa frase del Rey Joaquín (Sabina) que dice que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver.

Reyes sí. Él sí que puede volver. Salió a calentar y el Pizjuán se caía. Salió al césped y volvió a derrumbarse. Se lo tenía merecido. Se fue entre lágrimas en casa, en la rueda de prensa, en el avión, en Londres y en su casa inglesa del Sevilla y eso no se olvida en el Pizjuán. Como le pasó a Suker, a Caparrós y a Pablo Alfaro. Además siempre reconoce su sevillismo y así le va, que su pie roza Sevilla y hay aplausos en el avión. De esa humildad debía aprender Sergio Ramos. Al menos para que no vuelva a pasarle cada vez que aterrice en Sevilla. Una afición nunca olvida los reproches, aunque sea lógico pensar que cualquiera cambiaria sus colores por muchos ceros en el banco. Pero a ese entendimiento se llegará cuando se fomente la educación, no el remover las tumbas y las heridas de hace setenta años y que ya parecían cerradas.

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