La caída de Ana Mato -la peor ministra/o de Sanidad que hemos tenido desde el comienzo de la democracia- no por menos esperada y celebrada, es un ejemplo del tono califal con que Mariano Rajoy despacha los más diversos asuntos de Estado y cambia de validos, ora cuando el volumen de sus presuntos robos supera el límite de lo que el sufrido contribuyente está dispuesto a soportar sin castigar en las urnas (casos de Bárcenas, Matas, Fabra etc.) ora cuando el sujeto en cuestión supone una amenaza en el futuro a su liderazgo en el partido (Gallardón como ejemplo máximo de defenestración de un edecán ambicioso).
Lo que está más que claro a estas alturas es que vivimos una ficción de democracia. No es el PP ni hace tres años el PSOE los que pervierten el sistema de libertades, derechos y deberes que la constituye, sino, me temo, algo mucho menos circunstancial, mucho más profundo, mucho más grave. Puede resumirse en pocas palabras: lo que en la mayoría de los países del Norte de Europa se consideran actos inmorales,carentes de ética o, simplemente, incívicos, en los meridionales se tiende a hacer la vista gorda; sobre todo en aquellos que tienen que ver con la propiedad pública.
Sería excesivo decir que somos un país de ladrones, y no quiero que mis lectores me protesten; sin embargo, no me resisto a comentar que un buen número de los que se rasgan las vestiduras ante los escándalos de corrupción política se habrán colado alguna vez sin pagar en el metro, habrán caído en lo de “con iva o sin iva”, habrán cobrado un subsidio y trabajado en negro o acaso no hayan declarado una herencia,cruzando los dedos para que pasen pronto los cinco años necesarios para que prescriba el delito sin que les pille Hacienda. He dicho “muchos”, que no “todos”; pero eso ya es mucho...
Háganse la siguiente pregunta: Si alguien es capaz de llevarse del platillo la propina destinada al camarero ¿qué haría esa misma persona si tuviera acceso a una caja repleta de billetes? Creo que la respuesta ofrece pocas dudas. Pues bien, eso mismo eso mismo es lo que ha ocurrido con destacados “ricos hombres” y “ricas hembras” de la política: han robado a mansalva en cuanto tuvieron ocasión.
Retomando, aunque sea brevemente, al sibilante personaje del terno gris, Rajoy, está claro que, como buen califa, se ha aburrido de los pesadísimos cuentos de la ministra (no era precisamente Scherezade) y la ha arrojado por la borda. Su pésima gestión y el clamor popular en su contra no bastaron para que el habitante de la Moncloa tomara la decisión. Ni siquiera con el último escándalo; me refiero a cómo se hizo frente a la reciente “crisis del ébola”. Rajoy lo ha hecho cuando le ha parecido bien; nadie le marca los tiempos; nadie (salvo Angela Merkel)se le sube a la barba.
Se dice que ayer, jornada en que tuvo lugar el debate parlamentario sobre la corrupción, Ana Mato no podía haber ocupado su asiento en la bancada azul; sobre todo después de haber sido imputada formalmente por sus implicaciones en el “caso Gürtel” Puede ser. Como puede ser que haya alguien tan despistado que no sepa que tiene agazapado un Jaguar en el garaje.
Comoquiera que haya sido la cosa, con Ana Mato puede repetirse eso de “fuese y no hubo nada”.
(Y ahora fijémonos en Tania Sánchez y en la supuesta superioridad moral de la izquierda. Como buen gato iré afilándome las uñas).