Los mimbres de los tiempos virtuales nos asedian en cada actividad por la que transitamos. Con el CONTRASTE de un pretendido acceso casi ilimitado, pero, eso sí, a unas realidades evanescentes de un contacto real fantasioso. La misma multiplicación de las conexiones e imágenes, diluye la presencia de gentes y eventos. Que si niños famélicos, asesinatos, marginados, guerras, violaciones; generan una magna exposición de efectos especiales, en sustitución de las crudas vivencias personales. Provocamos una separación instrumental que desplaza a las personas, las aisla; creando hábito de conductas despegadas.
Lo que cada uno experimenta no tiene par. Por muchas explicaciones elaboradas, ¿Qué sintió, qué vivió cada individuo? Cada uno vive a su manera, es un elemento SOLITARIO en cuanto al perfil de sus vivencias. A sus curiosas peculiaridades, añade aquellas ubicadas en el territorio subconsciente. Ni uno mismo alcanza al conocimiento de todas sus influencias interiores; esa detección de los pormenores es un imposible para quien lo intenta desde fuera. Es un alejamiento acentuado cuando las conexiones no pasan de las superficies, que con frecuencia están manipuladas. Esta es una soledad con mayúsculas, inabordable para las redes de comunicación.
Y llegamos a la frase incisiva de Saint-Exupéry en “El principito”: Lo esencial es invisible para los ojos. En el trato humano, menudo contraste con la práctica dominante de las imágenes como vehículo casi exclusivo de las comunicaciones que dirigen los movimientos sociales. Las apariencias imperan totalitariamente en un alarde sobre la desaparición de los límites; pero, tropezamos con la cruda realidad para las personas, proliferan las FRONTERAS funcionales de una rigidez intempestiva. Los centros importantes de gestión prescinden de los individuos; somos tratados como números foráneos molestos que no deben medrar en el meollo de las decisiones. Las barreras son variadas y evidentes.
Mientras nos mantienen como usuarios, clientes o simples paseantes hartos del ninguneo; mientras, digo, los ENTES del proceso mantienen muy activas sus organizaciones. Nunca faltan los beneficiados de turno, bien asentados dentro de la colmena, chupando las dulzuras de la miel, con pocas responsabilidades y el menor esfuerzo posible. Es la visualización nítida de la utilidad de las mencionadas fronteras y las más novedosas barreras; digamoslo en versión sociológica, los externos penando y los internos disfrutando. Ese protagonismo de los beneficiados en acción, contribuye al alejamiento de la escena de las demás figuras humanas; su logro es convertirlas en invisibles, evitando presumibles incordios.
Dicen que lo cortés no impide la valentía; aunque suelen guardar silencio sobre la cortesía hipócrita convertida en paripé utilitario, un simple artificio encubridor de la fría INDIFERENCIA. Esa empalagosa displicencia en el trato repele los afectos entre las personas; incrementa por el contrario la gelidez de las relaciones. Las diferentes ramas afectivas fueron podadas desde sus arranques básicos, el descuido de los sentimientos fue progresivo, con el resultado de la ausencia notoria de motivos para los tratos amigables. La presencia individual por separado, con el desdén de fondo, dejado cada uno a su suerte, transforma a las personas en realidades remotas, casi desconocidas. A qué vendrá eso de pensar en los demás.
Como consecuencia lógica de soledades y desdenes, de entes apoltronados e indiferencias acérrimas, como vengo aludiendo, llegamos aturdidos, como sorprendidos, al tan manido puerto de la GLOBALIDAD invasora. No sé a que viene la sorpresa, cuando la renuncia a cada particularidad constituyente ha sumado su efecto a las cesiones anteriores. Ese carácter amorfo de un conjunto tan extendido no se consigue por decreto, sino a base de la cómoda complicidad de los integrantes pasivos del conglomerado. Cándidamente desinteresados de los asuntos cruciales; caemos al fin en la cuenta de que sólo interesamos a los poderosos como instrumentos. El victimismo es una solución insuficiente, es ridículo.
Quizá pensáramos en una deseable reacción ciudadana de apertura a la comunicación entre todos; como manera de poner sobre el tapete la presencia de cada sujeto, de contrarrestar la homogeneización impulsada desde fuera. Sin embargo, muy al contrario, es patente la tendencia centrípeta de una actitud de ENSIMISMAMIENTO. De tal suerte retraídos, apenas atisbamos las colaboraciones sanas, obedientes en exceso a las directrices uniformistas. Fuera de los asuntos propios, el vecino apenas cuenta y menos aún la gente alejada. Sin apercibirnos de que así, ni los asuntos internos cobran relevancia. Contribuimos a los aislamientos en pleno desinterés comunitario. La rueda del despego nos arrastra enajenados.
Escuchamos a diario los mensajes emitidos con aires de autoridad. La justicia es igual para todos, el derecho a la salud es universal, ahora la información dada a los ciudadanos es transparente (Quizá por falta de consistencia); o bien, los muy eficaces silencios interesados. En términos breves, percibimos con frustración las enormes DISTANCIAS entre afirmaciones y lo que notamos encima. Desaparecemos en un distanciamiento que no sólo es cuestión de kilómetros. Algunos de los más lacerantes ocupan los ambientes habituales. Es evidente que ciertos recorridos necesarios siguen pendientes para la calidad de los acercamientos, para evitar la desaparición virtual de inmensa mayorías.
Están muy comprobadas las acciones que repercutan sobre los demás según las distancias, las veamos en directo o como meras reacciones virtuales sin personas reales a la vista. Los experimentos en este sentido son clásicos. Con una descarga eléctrica mediana por ejemplo. Los agentes puestos a prueba apretarán un botón para la provocación de esa descarga sobre otros humanos que no hayan respondido adecuadamente a ciertos estímulos. Pues bien, lo hacen con mayor frecuencia cuando no ven las imágenes del sufrimiento provocado. La CRUELDAD aumenta cuando no visualizan las consecuencias de su acto. Si a ellos tampoco se les viera desde fuera, todavía puede ser peor. Aunque vaya usted a saber, la malicia evoluciona.
Si queremos una demostración de la difuminación personal entre la imaginería circundante; echemos una ojeada a la CHARADA de los corruptos, con el vaivén constante de sus acertijos. Actuaban rodeados de encumbrados compañeros, en una voraz utilización de los asuntos públicos; aunque ninguno de todos ellos testifica sobre las andanzas delictivas. ¿Por complicidad? ¿Por miedo? ¿Por desaparición del carácter personal de las actuaciones entre la maraña? Es asombrosa la gran proliferación de ciegos, sordos y mudos, en dichos ámbitos. Es lo que hay. Los posibles testigos, desaparecidos.
Cada cosa tiene su sitio. El de las personas no parece estar centrado en las redes o en las nubes cibernéticas, tampoco en los despachos de postín; si antes no disponen de una buena organización de su cerebro. Con una mentalidad adecuada sería factible el equilibrio adaptado a la vitalidad de las personas.