Últimamente desayuna uno día sí y día no escuchando hablar de Turquía. Ya sea porque Estambul se ha convertido en destino turístico de primer nivel, porque Orhan Pamuk es premiado con el Nobel de literatura o porque andan en un tira y afloja constante para conseguir la integración en la Unión Europea. Por una cosa o por otra, Turquía está de moda.
Lo de la integración de los turcos en la UE es un asunto que ciertamente tiene su miga. Geográficamente hablando, Turquía es un país tan europeo como España lo es africano: sólo un 3 por ciento de su superficie se encuentra en nuestro continente. Sin embargo, los intereses económicos y geopolíticos hacen que la UE y la nación otomana estén condenados a entenderse tarde o temprano.
La posición estratégica que ocupa, su potencial económico y su realidad cosmopolita y occidentalizada colocan a la República de Turquía a las puertas de la Unión Europea. Por una mera cuestión de interés político, no cabe la menor duda de que entrarán a formar parte de la “Gran Europa”. Sin embargo, para ello necesitan acometer cambios, y muchos, sobre todo en el respeto a los Derechos Humanos y en política exterior. En el primer aspecto ya se ha avanzado bastante, pero en el segundo el conflicto de Chipre va a ser difícil de desencallar.
De todos modos, las voces discordantes que surgen en el seno de la UE acerca de la anexión turca parecen más encaminadas a defender los ámbitos de poder de cada Estado. El gobierno francés, por ejemplo, anda bastante inquieto pensando que Turquía, con setenta millones de habitantes, pase a ser la segunda fuerza sólo por detrás de Alemania. Nuestros vecinos del norte, que ya mostraron con su “No” a la Constitución Europea su desacuerdo con el rumbo que lleva la UE, no pueden permitir eso.