Cuando se echa un vistazo hacia atrás para ver cómo han sido las relaciones entre los gobiernos de España, la gente de a pie y el nacionalismo, enseguida acuden a la mente hechos bastante elocuentes. Sólo citaré unos cuantos botones de muestra. Recuerdo que, ya en los primeros años de la Transición, se puso de moda llevar una banderita en la pulsera del reloj. Entonces, muchos españolitos, para presumir de progres, enseguida añadieron a su pulsera la ikurriña, la señera o alguna otra banderita autonómica. Y a los pocos que llevaban la banderita española se les tachaba de fachas o de algo similar; encima, pasados unos años, se les acusaba de que se habían apropiado de la bandera roja y gualda, cuando, en realidad, nadie había prohibido a los primeros que la portasen; si no lo hicieron fue porque no quisieron. También a mucha gente le faltó tiempo para incorporar a su léxico palabras tales como Girona, Lleida, A Coruña, etc., aunque, hablando en castellano, siguiesen diciendo Londres o Nueva York, en vez de London o New York. Y, poco a poco, los mangoneadores y los muchos ciudadanos de a pie que se dejaron mangonear crearon un estado de opinión que "empujó", incluso a la iniciativa privada, a suprimir el adjetivo español de sus denominaciones, porque, con ese ambiente, "no vendía"; así, por ejemplo, la revista Escuela Española pasó a llamarse simplemente Escuela, La Vanguardia Española y El Magisterio Español también se quedaron sin su "apellido" y los Institutos Nacionales de Bachillerato perdieron primero lo de nacionales y, después, se les llamó Institutos de Enseñanza Secundaria, adjetivo que describe bien (de segundo en orden y no principal) en lo que ciertas leyes convirtieron a los prestigiosos INB. Y, salvo contadísimos ciudadanos, ¡todos tan contentos!.
Como se ve, aunque es cierto que los partidos políticos son los principales culpables (los de izquierdas bastante más que UCD y el PP) de que hayamos llegado a la penosa y tediosa situación actual en Cataluña (o a lo del petróleo de Canarias), los españolitos de a pie también hemos contribuido a ello; por eso, convendría que hiciésemos nuestra autocrítica correspondiente para no seguir cayendo en los mismos errores. Como también se ve, con ceder y ceder a las pretensiones de los nacionalistas lo único que se consigue es llegar a situaciones cada vez más irreversibles: hace años hubiese sido fácil cortar; hoy ya no lo es tanto. Y es que los nacionalistas son insaciables. Que también tome buena nota de esto don Pedro Sánchez y deje de marear la perdiz con lo del federalismo. Si no se atreve a agarrar el toro por los cuernos, que sea humilde y lo reconozca.