Las pandemias no solo fueron decisivas para impedir la reconstrucción del imperio romano de occidente, también ayudaron a construir el colosal imperio español
Un paradigma situacional fue la conquista del imperio mexica o azteca por un puñado de arrojados españoles que siguieron en aquella aventura a Hernán Cortes. Este controvertido personaje de la historia hispanoamericana, se había amparado en la distancia que separaba de España a sus jefes, basados en la isla de Cuba, para emprender por su cuenta la colosal empresa de conquistar México.
Dicen las crónicas solemnes de su epopeya, que al desembarcar en lo que sería Nueva España, hoy México, incluso ordenó quemar sus naves significando que habían cruzado el Rubicón y el empeño no tenía retorno.
Habilidoso político y diplomático, Cortés supo entretejer alianzas con pueblos que se encontraban enemistados con los hegemónicos mexicas, pero cuando a punto estaba de alcanzar sus objetivos en el mismo corazón de la capital azteca, supo de la llegada de una fuerza punitiva al mando de Pánfilo de Narváez. La fortuna le sonrió una vez más, y a pesar de su inferioridad numérica, no solo derrotó al enviado a reprimirlo sino que sumó sus hombres a su ejército.
Dicen los cronistas que entre los expedicionarios al mando de Narváez, llegó al continente americano un africano portador de una viruela ante la cual los pueblos originarios se encontraban absolutamente indefensos. No está dilucidada históricamente la existencia de este personaje que podría ser apenas un ingrediente racista que no es extraño en las crónicas imperialistas.
Lo cierto es que al regresar a la capital de los mexicas (aztecas) Cortés encontró a los indígenas soliviantados porque uno de sus lugartenientes, Alvarado, había emprendido una dura represión y organizado matanzas entre los nobles de la capital. Fue entonces que estalló la epidemia de viruela entre los mexicas, que causó una terrible mortandad.
La enfermedad impidió toda reacción a los pueblos originarios, sin afectar a los europeos que evidentemente contaban con inmunidad al virus adquirida en sus frecuentes contactos con la población magrebí.
La elevada mortalidad de los aztecas causó asombro entre los conquistadores y así lo relatan en sus crónicas. La verdad es que muchas de sus conquistas militares fueron en gran parte favorecidas por la ayuda de estos males, agravados por costumbres de los autóctonos como darse baños calientes compartiendo las aguas.
Atribuir las victorias militares a las armas españolas superiores, la organización o la caballería, o al ingenio militar de sus líderes, es un enfoque reduccionista direccionado a eleva el ánimo de los combatientes e incentivar el espíritu misionero.
Pero la verdad histórica es diferente.
América tenía sus propios males, como la enfermedad de Chagas, de Carrión, la triquinosis y tal vez la sífilis. Sin embargo, la mortandad de estos males era escasa y su influencia sobre la vida económica y social casi inexistente.
Lo cierto es que la viruela causó estragos entre los pueblos conquistados y asistió a los invasores en su empresa. Apenas bastaba un contacto con los europeos para desatar terribles epidemias entre la población autóctona. Se estima que casi veinticinco millones de indígenas perecieron en aquel tiempo de enfermedades importadas por los recién llegados europeos y sus auxiliares africanos.
Hoy es innegable que los conquistadores europeos trajeron a América: piojos, pulgas, ratas, cucarachas y otras alimañas, enfermedades infectocontagiosas: viruela, sarampión, tos ferina, gripe, difteria, peste, tifus, tracoma, muermo, rabia, gonorrea, tuberculosis, lepra, fiebre amarilla, sífilis y otros, que diezmaron a la población americana.
La conquista, más que una guerra convencional fue una guerra microbiológica genocida, que encontró en las pandemias un letalmente eficaz aliado. Por más que cinco siglos de historia imperialista hayan intentado olvidarlo. LAW
|