Amy Dunne (Rosamund Pike) desaparece el día de su quinto aniversario de boda con Nick (Ben Affleck), quien pronto se convierte en el principal sospechoso de la desaparición.
Con Gone Girl, adaptación de la novela superventas de Gillian Flynn (la propia escritora es la autora del guión), David Fincher demuestra de nuevo que sus trabajos suelen generar mayor expectación previa que resultados a posteriori. Y eso que, en opinión de quien suscribe estas líneas, se trata de su película más interesante desde la estupenda Zodiac (ídem, 2007), lo que no significa que nos encontremos ante una gran obra, ni de lejos, pero sí, al menos, ante un entretenido y, a ratos, adictivo thriller psicológico con estudio de pareja y personalidad psicopática.
Aunque el guión, más propio de un telefilme de sobremesa para amas de casa, sea rocambolesco y ponga a prueba la paciencia del espectador a la hora de aceptar como verosímiles unos hechos difícilmente creíbles, el buen ritmo, la minuciosidad narrativa y el complejo retrato que hace del personaje femenino (escalofriante interpretación de una gélida Rosamund Pike), consiguen elevar al conjunto a una categoría cinematográfica bastante aceptable. Gone Girl no pasará a la posteridad, pero proporcionará al público casi dos horas y media de buen entretenimiento. El uso de diversos flashbacks durante los primeros minutos, donde se describe la relación que mantienen Amy y Nick, incidiendo especialmente en la idealización de la personalidad de ella, remite a la obra maestra Laura (ídem, 1944), de Otto Preminger. Sin embargo, la cinta comienza a perder interés mediado su metraje, una vez se rebela lo que en verdad ha ocurrido, recurso que recuerda al utilizado por Hitchcock en Vértigo. Uno de los puntos flacos del guión, es no haber acentuado la ambigüedad del personaje de Affleck, a quien cuesta digerir como posible asesino de su esposa. Fincher, por su parte, se olvida por completo de dotar de atmósfera a la película, algo fundamental en este género.
Cabe contabilizar entre los aciertos del filme, el hecho de haber mostrado todo el ruido mediático que este tipo de casos generan en el seno de la sociedad norteamericana, y cómo los medios de comunicación de masas condicionan, a través de sus informaciones, la orientación de la maleable opinión pública.