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El pensamiento de que uno ha de morir se expulsa con gusto de la conciencia

No existen los muertos, pero sí los espiritualmente muertos

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Para celebrar el Día de los Todos los Santos, una tradición muy arraigada en toda España y Latinoamérica, es habitual visitar los cementerios donde pensamos que descansan nuestros familiares fallecidos. Por ese motivo, este año queremos ofrecer con este artículo una alternativa diferente. Para ello nos hemos basado en el libro de la Editorial Vida Universal: «Nuestra acompañante la muerte. Cada cual muere por sí mismo», en el que encontramos este interesante párrafo: Para muchas personas el final de su existencia terrenal, la muerte, tiene el gélido hálito de lo inconcebible, inexplicable e incluso horrible.

El pensamiento de que uno ha de morir se expulsa con gusto de la conciencia. Sin embargo, tarde o temprano le llega a cada uno la hora en que ha de confrontarse con ella, sobre todo cuando la persona se ocupa demasiado con su pasado; pues precisamente la conciencia, que habla entonces de modo apremiante, no resulta ser un blando cojín donde descansar. Pero quien aprende a oír y sentir lo que le aconseja su conciencia, pues la conciencia que procede del alma es siempre lo bueno, y quien se ocupa de ello para hacer en adelante lo bueno, de él se desprenderá el miedo paulatinamente, se sentirá libre y llevado por una fuerza buena que le da seguridad y apoyo desde el interior y que le hace feliz. Es la fuente originaria, Dios. Sólo cuando aprendemos a entender nuestra existencia como seres humanos aquí en la tierra, cuando captamos porqué vivimos aquí como hombres, la vida empieza a tener un sentido, sólo entonces entendemos lo que significa «vivir y morir para seguir viviendo».

Quien es aún joven, en la mayoría de los casos no tomará en cuenta la brevedad o duración de su vida terrenal, sobre todo si es de la opinión que reflexionará sobre ello sólo cuando llegue el momento. Pero ¿quién sabe cuándo el «compadre de la guadaña» le mostrará que la manecilla del reloj de su vida ha alcanzado las doce, y que para él la encarnación ya ha acabado? Nadie sabe ni el día, ni el año, ni la hora, pero una cosa es segura: que esa hora llegará, y con ella las preguntas ¿Cómo encaro mi muerte? ¿Qué es para mí la muerte? ¿Qué actitud tengo ante este proceso? ¿Con qué idea la relaciono? ¿Estoy preparado para morir?

Ante estas preguntas habría que decir sin complejos que quien niega a Dios, la Vida, se ha cerrado a la luz. Se ha establecido en el reino de las sombras, en la ignorancia espiritual, en la irrealidad. Esa persona por lo tanto no percibe ya la vida como tal, sino que está espiritualmente ciego, es decir, espiritualmente muerto, de lo que se deduce que no existen los muertos, sino únicamente los espiritualmente muertos.

No existen los muertos, pero sí los espiritualmente muertos

El pensamiento de que uno ha de morir se expulsa con gusto de la conciencia
Vida Universal
jueves, 30 de octubre de 2014, 10:22 h (CET)
Para celebrar el Día de los Todos los Santos, una tradición muy arraigada en toda España y Latinoamérica, es habitual visitar los cementerios donde pensamos que descansan nuestros familiares fallecidos. Por ese motivo, este año queremos ofrecer con este artículo una alternativa diferente. Para ello nos hemos basado en el libro de la Editorial Vida Universal: «Nuestra acompañante la muerte. Cada cual muere por sí mismo», en el que encontramos este interesante párrafo: Para muchas personas el final de su existencia terrenal, la muerte, tiene el gélido hálito de lo inconcebible, inexplicable e incluso horrible.

El pensamiento de que uno ha de morir se expulsa con gusto de la conciencia. Sin embargo, tarde o temprano le llega a cada uno la hora en que ha de confrontarse con ella, sobre todo cuando la persona se ocupa demasiado con su pasado; pues precisamente la conciencia, que habla entonces de modo apremiante, no resulta ser un blando cojín donde descansar. Pero quien aprende a oír y sentir lo que le aconseja su conciencia, pues la conciencia que procede del alma es siempre lo bueno, y quien se ocupa de ello para hacer en adelante lo bueno, de él se desprenderá el miedo paulatinamente, se sentirá libre y llevado por una fuerza buena que le da seguridad y apoyo desde el interior y que le hace feliz. Es la fuente originaria, Dios. Sólo cuando aprendemos a entender nuestra existencia como seres humanos aquí en la tierra, cuando captamos porqué vivimos aquí como hombres, la vida empieza a tener un sentido, sólo entonces entendemos lo que significa «vivir y morir para seguir viviendo».

Quien es aún joven, en la mayoría de los casos no tomará en cuenta la brevedad o duración de su vida terrenal, sobre todo si es de la opinión que reflexionará sobre ello sólo cuando llegue el momento. Pero ¿quién sabe cuándo el «compadre de la guadaña» le mostrará que la manecilla del reloj de su vida ha alcanzado las doce, y que para él la encarnación ya ha acabado? Nadie sabe ni el día, ni el año, ni la hora, pero una cosa es segura: que esa hora llegará, y con ella las preguntas ¿Cómo encaro mi muerte? ¿Qué es para mí la muerte? ¿Qué actitud tengo ante este proceso? ¿Con qué idea la relaciono? ¿Estoy preparado para morir?

Ante estas preguntas habría que decir sin complejos que quien niega a Dios, la Vida, se ha cerrado a la luz. Se ha establecido en el reino de las sombras, en la ignorancia espiritual, en la irrealidad. Esa persona por lo tanto no percibe ya la vida como tal, sino que está espiritualmente ciego, es decir, espiritualmente muerto, de lo que se deduce que no existen los muertos, sino únicamente los espiritualmente muertos.

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