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Ana García Obregón, el triste epílogo de una bióloga

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Hay personajes en nuestra sociedad que son incapaces de aceptar que los años pasan, que la notoriedad se desgasta, que los intentos persistentes de continuar en el candelero son vanos y que el físico, por mucho que se haya intentado remendarlo a base de cirugía estética, acaba por erosionarse. Con ello, queremos decir que, cualquier intento de conservarse, a los 60 años de edad, en las mismas condiciones que se gozan a los veinte, tanto física como mentalmente, aparte de ser baldíos y estériles, acaban por resultar grotescos, ridículos y cómicos.

Es evidente que, en la tertulia diaria de la señora Inés Ballester, en el programa Amigas y Conocidas de la TV1, no existe una verdadera preocupación para que, de ella, surjan conversaciones cultas, interesantes, amenas y basadas en hechos constatados, contemplados con seriedad y mesura; de modo que, entre las personas asistentes a ella, no se produzcan diferencias tan notables entre las que, obviamente, están preparadas, conocen los límites que se han de respetar cuando se tratan asuntos serios y se someten, por encima de chismorreos, salidas de tono e idearios políticos, a la verdadera dimensión de los temas que se discuten, separando lo que hay de opiniones desinformadas y profanas de la realidad de los hechos y la responsabilidad de las distintas personas que han intervenido en ellos; de aquellas otras asistentes que, sin estar especialmente instruidas para juzgar sobre cuestiones que, indudablemente, tienen un interés público, no dudan en intervenir para decir lo que primero se les ocurre que, en la mayoría de ocasiones, poco tiene que ver con lo que la lógica, el sentido común y la sensatez requerirían, cuando se está en un programa de cara al público.

Ya hablamos, en otra ocasión, de una de las invitadas usuales, la señora Loles León, una persona de la Farándula, muy espontánea, catalana y separatista que, seguramente de buena fe, parece obligada a dar la nota con sus opiniones no siempre oportunas, en ocasiones disparatadas y, casi siempre, impropias de una persona culta. No la recriminamos a ella que, seguramente, lo que intenta es ganarse la vida representando el papel de díscola y revolucionaria, pero sí les pedimos cuentas a los directivos del programa por incluir en un línea de debate a personas de tan distinta formación que deslucen, sin duda, el verdadero interés de la programación.

Pero, en esta ocasión, nos vamos a referir a esta señora que nos castiga con su presencia en la pequeña pantalla a todos aquellos que nos hemos visto obligados a soportarla durante años, más de los que hubiéramos querido, como una de las asiduas a los programas televisivos. Decir que la señora García Obregón es un incunable de la TV no es más que incurrir en una perogrullada, porque no creemos que en España haya espectador televisivo que no conozca a esta “bióloga” histriónica, ególatra, enamorada de sí misma y, especialmente, asidua a los cirujanos esteticistas. Pero, sobre todo, se puede decir que, a diferencia de todos aquellos que son verdaderos expertos en su profesión, que suelen ser personas humildes que nunca se jactan de sus conocimientos y no hacen ostentación de sus éxitos, la señora García Obregón, posee algo que suele adornar a todos aquellos que quieren disimular sus carencias intelectuales, su innata e insoportable pedantería.

No puede asistir a ninguna entrevista, show, tertulia, representación o reunión que no mencione una docena de veces su calidad de “bióloga”. Tanto es así que ya es corriente, entre los periodistas o presentadores televisivos que, cuando se alude a ella, en plan de guasa, se le añada el apelativo de la “bióloga”. Es cierto que estudió biología en la universidad Complutense de Madrid, con buenas calificaciones, licenciándose en 1.976, pero ahí acaba la historia científica de esta señora ya que, al poco tiempo, empezó a hacer cine, baile y televisión, sin que hiciera ascos a películas de destape tan en moda en aquella época. Su borrascosa vida sentimental y algunas de sus locuras con distintos acompañantes no ayudaron a que se diera una imagen demasiado favorable de esta mujer que hubiera podido ser, seguramente, una buena profesional de la ciencia pero que, dado el tiempo transcurrido desde su licenciatura y su escaso reciclaje, si no nulo, en su profesión de bióloga; es fácil presumir que, en estos momentos, no es precisamente una especialista en la materia.

Y a ello queremos referirnos cuando, en la tertulia de Inés Ballester la señora García Obregón, mucho nos tememos que con la idea de hacer propaganda de una obra de teatro en la que interviene, se ha permitido hacer una crítica ácida, impropia, teatral y, evidentemente, buscando el aplauso de la audiencia, quejándose de la actuación de las autoridades españolas en el tratamiento del Ébola, exigiendo, si señores, tal como lo digo, exigiendo dimisiones, porque en España nuestra Sanidad, a su criterio, no estaba preparada para enfrentarse a tal enfermedad. En mal momento, cuando nuestros médicos y sanitarios acaban de obtener un feliz resultado para la enferma Teresa Romero. Como cualquier otra persona, está en su derecho a expresar su opinión pero, por favor, no saque usted su título del desván de su casa para presumir de estar al día en las cuestiones biológicas que, desde que se sacó el título hasta ahora los microbios se han convertido en gigantes.

Y es que, señores, hay personas que no saben envejecer con dignidad, que están convencidas de que siguen tan frescas a los 60 años como cuando tenían 15 y que no se resignan a que su fama decrezca, que ya no se hable tanto de ellas y que sean otras más jóvenes, más guapas y, al menos, tan inteligentes, las que hoy ocupen la cima de la fama, porque ya no son sujetos de un “meme” y cuando aparecen, muchos ya se sonríen diciendo “ ¡Vaya, otra vez la Obregón! pero ¿ ésta, ya no estaba retirada?”. No, señora García Obregón, usted ha votado toda su vida al PP como lo he hecho yo, al menos hasta ahora, no quiera aparecer como una contestataria para ganarse a la gente para que la vaya a ver a su espectáculo. No se crea tan lista ni haga gala de ser una sesentona que está todavía en “edad de merecer” (como se decía antes) porque, por mucho que se esfuerce, este tiempo ya ha pasado y ahora tiene que empezar a asumir la realidad de la vida, como hacemos todos, porque el pretender ignorar que la vida tiene un principio, una parte central y un fin, todavía hace más costoso y doloroso el darse cuenta, en un momento, que todo lo que creíamos que nos sostenía se derrumba de una vez debajo de nuestros pies.

Y si quiere continuar manteniéndose, cogida por alfileres, en este mundo ilusorio que se ha fabricado para su uso particular, siga en ello, pero ¡Por favor! No pretenda convertirnos en blanco de su desatada ficción, intentando, en vano, convencernos de que sigue siendo la gran bióloga que usted se cree seguir siendo y no nos obligue a tener que seguir aguantando su alegría fingida y sus “picardías” de presunta mujer fatal. No podríamos aguantarlo, se lo aseguro que no.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, en ocasiones no somos capaces de callarnos y decimos lo que verdaderamente sentimos. Algo muy gratificante, se lo aseguro.

Ana García Obregón, el triste epílogo de una bióloga

Miguel Massanet
sábado, 25 de octubre de 2014, 07:35 h (CET)
Hay personajes en nuestra sociedad que son incapaces de aceptar que los años pasan, que la notoriedad se desgasta, que los intentos persistentes de continuar en el candelero son vanos y que el físico, por mucho que se haya intentado remendarlo a base de cirugía estética, acaba por erosionarse. Con ello, queremos decir que, cualquier intento de conservarse, a los 60 años de edad, en las mismas condiciones que se gozan a los veinte, tanto física como mentalmente, aparte de ser baldíos y estériles, acaban por resultar grotescos, ridículos y cómicos.

Es evidente que, en la tertulia diaria de la señora Inés Ballester, en el programa Amigas y Conocidas de la TV1, no existe una verdadera preocupación para que, de ella, surjan conversaciones cultas, interesantes, amenas y basadas en hechos constatados, contemplados con seriedad y mesura; de modo que, entre las personas asistentes a ella, no se produzcan diferencias tan notables entre las que, obviamente, están preparadas, conocen los límites que se han de respetar cuando se tratan asuntos serios y se someten, por encima de chismorreos, salidas de tono e idearios políticos, a la verdadera dimensión de los temas que se discuten, separando lo que hay de opiniones desinformadas y profanas de la realidad de los hechos y la responsabilidad de las distintas personas que han intervenido en ellos; de aquellas otras asistentes que, sin estar especialmente instruidas para juzgar sobre cuestiones que, indudablemente, tienen un interés público, no dudan en intervenir para decir lo que primero se les ocurre que, en la mayoría de ocasiones, poco tiene que ver con lo que la lógica, el sentido común y la sensatez requerirían, cuando se está en un programa de cara al público.

Ya hablamos, en otra ocasión, de una de las invitadas usuales, la señora Loles León, una persona de la Farándula, muy espontánea, catalana y separatista que, seguramente de buena fe, parece obligada a dar la nota con sus opiniones no siempre oportunas, en ocasiones disparatadas y, casi siempre, impropias de una persona culta. No la recriminamos a ella que, seguramente, lo que intenta es ganarse la vida representando el papel de díscola y revolucionaria, pero sí les pedimos cuentas a los directivos del programa por incluir en un línea de debate a personas de tan distinta formación que deslucen, sin duda, el verdadero interés de la programación.

Pero, en esta ocasión, nos vamos a referir a esta señora que nos castiga con su presencia en la pequeña pantalla a todos aquellos que nos hemos visto obligados a soportarla durante años, más de los que hubiéramos querido, como una de las asiduas a los programas televisivos. Decir que la señora García Obregón es un incunable de la TV no es más que incurrir en una perogrullada, porque no creemos que en España haya espectador televisivo que no conozca a esta “bióloga” histriónica, ególatra, enamorada de sí misma y, especialmente, asidua a los cirujanos esteticistas. Pero, sobre todo, se puede decir que, a diferencia de todos aquellos que son verdaderos expertos en su profesión, que suelen ser personas humildes que nunca se jactan de sus conocimientos y no hacen ostentación de sus éxitos, la señora García Obregón, posee algo que suele adornar a todos aquellos que quieren disimular sus carencias intelectuales, su innata e insoportable pedantería.

No puede asistir a ninguna entrevista, show, tertulia, representación o reunión que no mencione una docena de veces su calidad de “bióloga”. Tanto es así que ya es corriente, entre los periodistas o presentadores televisivos que, cuando se alude a ella, en plan de guasa, se le añada el apelativo de la “bióloga”. Es cierto que estudió biología en la universidad Complutense de Madrid, con buenas calificaciones, licenciándose en 1.976, pero ahí acaba la historia científica de esta señora ya que, al poco tiempo, empezó a hacer cine, baile y televisión, sin que hiciera ascos a películas de destape tan en moda en aquella época. Su borrascosa vida sentimental y algunas de sus locuras con distintos acompañantes no ayudaron a que se diera una imagen demasiado favorable de esta mujer que hubiera podido ser, seguramente, una buena profesional de la ciencia pero que, dado el tiempo transcurrido desde su licenciatura y su escaso reciclaje, si no nulo, en su profesión de bióloga; es fácil presumir que, en estos momentos, no es precisamente una especialista en la materia.

Y a ello queremos referirnos cuando, en la tertulia de Inés Ballester la señora García Obregón, mucho nos tememos que con la idea de hacer propaganda de una obra de teatro en la que interviene, se ha permitido hacer una crítica ácida, impropia, teatral y, evidentemente, buscando el aplauso de la audiencia, quejándose de la actuación de las autoridades españolas en el tratamiento del Ébola, exigiendo, si señores, tal como lo digo, exigiendo dimisiones, porque en España nuestra Sanidad, a su criterio, no estaba preparada para enfrentarse a tal enfermedad. En mal momento, cuando nuestros médicos y sanitarios acaban de obtener un feliz resultado para la enferma Teresa Romero. Como cualquier otra persona, está en su derecho a expresar su opinión pero, por favor, no saque usted su título del desván de su casa para presumir de estar al día en las cuestiones biológicas que, desde que se sacó el título hasta ahora los microbios se han convertido en gigantes.

Y es que, señores, hay personas que no saben envejecer con dignidad, que están convencidas de que siguen tan frescas a los 60 años como cuando tenían 15 y que no se resignan a que su fama decrezca, que ya no se hable tanto de ellas y que sean otras más jóvenes, más guapas y, al menos, tan inteligentes, las que hoy ocupen la cima de la fama, porque ya no son sujetos de un “meme” y cuando aparecen, muchos ya se sonríen diciendo “ ¡Vaya, otra vez la Obregón! pero ¿ ésta, ya no estaba retirada?”. No, señora García Obregón, usted ha votado toda su vida al PP como lo he hecho yo, al menos hasta ahora, no quiera aparecer como una contestataria para ganarse a la gente para que la vaya a ver a su espectáculo. No se crea tan lista ni haga gala de ser una sesentona que está todavía en “edad de merecer” (como se decía antes) porque, por mucho que se esfuerce, este tiempo ya ha pasado y ahora tiene que empezar a asumir la realidad de la vida, como hacemos todos, porque el pretender ignorar que la vida tiene un principio, una parte central y un fin, todavía hace más costoso y doloroso el darse cuenta, en un momento, que todo lo que creíamos que nos sostenía se derrumba de una vez debajo de nuestros pies.

Y si quiere continuar manteniéndose, cogida por alfileres, en este mundo ilusorio que se ha fabricado para su uso particular, siga en ello, pero ¡Por favor! No pretenda convertirnos en blanco de su desatada ficción, intentando, en vano, convencernos de que sigue siendo la gran bióloga que usted se cree seguir siendo y no nos obligue a tener que seguir aguantando su alegría fingida y sus “picardías” de presunta mujer fatal. No podríamos aguantarlo, se lo aseguro que no.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, en ocasiones no somos capaces de callarnos y decimos lo que verdaderamente sentimos. Algo muy gratificante, se lo aseguro.

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