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Opinión
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“La diferencia entre la genialidad y la estupidez, es que la genialidad tiene límites” Anónimo.

Teresa Romero. Concluido el drama del Ébola, comienza el sainete económico

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No cabe duda alguna de que el ejemplo de entereza, valor, ganas de vivir y sacrificio que ha sabido dar esta enfermera, Teresa Romero, contagiada por esta grave enfermedad conocida como Ébola, se merece, además del aplauso, el reconocimiento y el apoyo de todos los españoles; el tributo añadido de haberse contagiado de esta terrible dolencia precisamente cuando se estaba ocupando de un enfermo que padecía tan terrible enfermedad. El hecho de que haya podido recuperarse, de que su gran fortaleza física le haya permitido superar la infección del virus y de que, la evidente colaboración de un equipo de médicos, enfermeras y sanitarios que con sus conocimientos, sus esfuerzos, su entrega y su sacrificio, hayan contribuido, decisivamente, a conseguir erradicar el mal es, sin duda, motivo de reconocimiento, satisfacción y orgullo para España, sus médicos y para todo el pueblo español, más allá de que en, este largo y laborioso proceso, se puedan haber producido errores, fallos, imprevisiones e imprudencias por parte de los encargados de hacer frente a la lucha contra esta terrible dolencia que, todo hay que decirlo, ni en España ni en el resto de Europa ha adquirido, en ningún momento, la característica de una epidemia, algo que sí está dándose en los países africanos en los que se inició la pandemia.

No obstante, el espíritu cainita que anida en muchos de nuestros conciudadanos parece que no tiene quien lo frente y, en este caso, desde la consabida “marea blanca” propicia a convertir casos médicos en motivos de confrontación con la Administración, hasta los familiares de las víctimas, parecen que son incapaces de contemplar los eventos con un mínimo de objetividad y templanza, convirtiéndose en los más duros censores de aquellos a los que, en este caso del Ébola, se han tenido que enfrentar a una situación en la que las decisiones no eran fáciles, en la que las posturas de los mismos españoles estaban enfrentadas y en la que las normas internacionales que fijaban los protocolos para oponerse a esta clase de situaciones no han estado, ni mucho menos, a la altura del desafío de una enfermedad tan peligrosa, poco conocida y menos estudiada, que ha permanecido en estado latente, con simples apariciones esporádicas, en el continente africano y, por supuesto, nunca con la virulencia con la que se viene manifestando en esta ocasión.

La enfermera que ha estado entre la vida y la muerte por el contagio del peligroso virus, la señora Teresa Romero, ha sido un ejemplo de cómo se debe comportar una persona a la que la enfermedad nunca ha sido capaz de doblegar y que ha sido consciente, en todo momento, de las pocas posibilidades que le quedaban para vencer su dolencia. Un ejemplo de entereza y una digna representante de quienes se ven obligados a bregar cada día con todo tipo de infecciones, anteponiendo su deber al miedo de contagiarse en el trato con los enfermos infectados. No obstante, dejando claro este importante aspecto del caso que nos ocupa, no podemos decir que el resto de los que, desde fuera, han estado involucrados en este evento, nos merezcan el mismo respeto y consideración que la víctima del virus del Ébola.

Es evidente que, el comportamiento de los sindicatos sanitarios reclamando, sin saber a ciencia cierta lo que pedían y criticando la gestión de la Administración y de los políticos, en un caso en el que nadie, ni en España ni en los EE.UU. ni en Inglaterra, Francia o el resto de países en los que se ha dado la alarma por la presencia de casos de la enfermedad, sabía a ciencia cierta cuales eran las precauciones para evitar el contagio; la clase de ropas inmunológicas que se debían utilizar; el tiempo exacto que los sanitarios podían convivir con los infectados; el número de días que debían permanecer aislados antes de poder salir a la calle. etc. En muchos de los países, tan o más desarrollados que España en materia preventiva, se han registrado muertes, incluso en los todopoderosos EE.UU., en los que un infectado, el señor Duncan, falleció a pesar de los cuidados extremos con los que fue tratado.

Y es que, en todos estos casos en los que se producen situaciones que causan alarma a la ciudadanía, siempre existen los buitres que se aprovechan de ellas para vender más información a aquellos que se nutren del morbo de las desgracias ajenas para saciar sus bajas pasiones. Durante estos últimos años se han producido, en España, diversos casos de violaciones, secuestro y asesinatos de niños, pederastia, parricidios y toda una secuencia de tan abominables delitos que han sido causa de alarma social, de que sus familias hayan pasado por grandes tristezas y que la labor de nuestra policía haya sido puesta en cuestión, cuando le ha sido imposible determinar, en todo o en parte, la autoría de los delitos, algunos de los cuales todavía no han sido esclarecidos.

Tenemos casos, como el de Marta del Castillo en el que la natural obsesión de sus padres por conocer el paradero del cadáver de su hija ya se ha convertido en una lucha con la fiscalía que, después de años de fracasos, de cientos de miles de euros gastados en falsas pesquisas y de haber utilizado todos los modernos métodos para buscar a la desaparecida, se han visto obligada a bajar la intensidad de la búsqueda, enfrentándose a las injustas críticas de una familia a la que debiera aconsejarse que admitiera las limitaciones humanas y dejara de cargar contra aquellos que se han pasado años intentando satisfacerlos. Y, aunque pueda parecer algo cínico, tenemos que hablar de algunos padres víctimas de hechos tan terribles, como el mencionado, que han acabado convirtiendo su lucha por conseguir justicia en algo con lo que mejorar su estatus y, algunos ha habido, que han conseguido introducirse en partidos políticos que han querido aprovechar su fama y el tirón de hechos de tanta trascendencia, con lo que han conseguido mejorar su modus vivendi y adquirir una fama que les ha servido para darse a conocer y sacar rendimientos adicionales, que no les proporcionaban sus anteriores empleos ( entrevistas, tertulias, exclusivas televisivas, captaciones de fondos, viajes, artículos etc.) Puede que todo ello no les haya compensado de la pérdida del ser querido, como es natural, pero, sin duda, ha contribuido a que su dolor quedase algo mitigado.

Las declaraciones, desde su encierro en el Carlos III de Madrid, del señor Limón, marido de Teresa, aparte de su acritud, nos parecen absurdas, poco meditadas y, si se me permite, cargadas de politiqueo de baja estofa y de un evidente tufillo de un intento de buscar sacar rédito económico de una cuestión que hasta ahora parecía secundaria pero que, una vez sanada su esposa, parece que no quiere hacerle ascos. En todo caso, no sabemos si asesorados por los eternos picapleitos a la caza de trabajo o si tutelados desde algún partido político que ve en ello una forma de atacar al partido en el Gobierno; mucho nos tememos que entrar en esta faceta de pleitear contra la Administración por unos hechos que le va a ser muy difícil hacer encajar dentro del Código Penal, no le va a favorecer en nada y si es muy posible que contribuya a que, la simpatía ha cosechado hasta ahora su familia, acabe por volverse en su contra cuando la ciudadanía crea ver en ello un simple intento de sacar dinero de la enfermedad de su esposa.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, comprobamos que, por desgracia, en este país, no sólo los poderosos intentan enriquecerse a costa del resto de españoles, sino que también, dentro de los ciudadanos de a pie, los hay que no hacen ascos a conseguir enriquecerse, aunque sea a costa de la explotación de la Justicia.

Teresa Romero. Concluido el drama del Ébola, comienza el sainete económico

“La diferencia entre la genialidad y la estupidez, es que la genialidad tiene límites” Anónimo.
Miguel Massanet
martes, 21 de octubre de 2014, 06:59 h (CET)
No cabe duda alguna de que el ejemplo de entereza, valor, ganas de vivir y sacrificio que ha sabido dar esta enfermera, Teresa Romero, contagiada por esta grave enfermedad conocida como Ébola, se merece, además del aplauso, el reconocimiento y el apoyo de todos los españoles; el tributo añadido de haberse contagiado de esta terrible dolencia precisamente cuando se estaba ocupando de un enfermo que padecía tan terrible enfermedad. El hecho de que haya podido recuperarse, de que su gran fortaleza física le haya permitido superar la infección del virus y de que, la evidente colaboración de un equipo de médicos, enfermeras y sanitarios que con sus conocimientos, sus esfuerzos, su entrega y su sacrificio, hayan contribuido, decisivamente, a conseguir erradicar el mal es, sin duda, motivo de reconocimiento, satisfacción y orgullo para España, sus médicos y para todo el pueblo español, más allá de que en, este largo y laborioso proceso, se puedan haber producido errores, fallos, imprevisiones e imprudencias por parte de los encargados de hacer frente a la lucha contra esta terrible dolencia que, todo hay que decirlo, ni en España ni en el resto de Europa ha adquirido, en ningún momento, la característica de una epidemia, algo que sí está dándose en los países africanos en los que se inició la pandemia.

No obstante, el espíritu cainita que anida en muchos de nuestros conciudadanos parece que no tiene quien lo frente y, en este caso, desde la consabida “marea blanca” propicia a convertir casos médicos en motivos de confrontación con la Administración, hasta los familiares de las víctimas, parecen que son incapaces de contemplar los eventos con un mínimo de objetividad y templanza, convirtiéndose en los más duros censores de aquellos a los que, en este caso del Ébola, se han tenido que enfrentar a una situación en la que las decisiones no eran fáciles, en la que las posturas de los mismos españoles estaban enfrentadas y en la que las normas internacionales que fijaban los protocolos para oponerse a esta clase de situaciones no han estado, ni mucho menos, a la altura del desafío de una enfermedad tan peligrosa, poco conocida y menos estudiada, que ha permanecido en estado latente, con simples apariciones esporádicas, en el continente africano y, por supuesto, nunca con la virulencia con la que se viene manifestando en esta ocasión.

La enfermera que ha estado entre la vida y la muerte por el contagio del peligroso virus, la señora Teresa Romero, ha sido un ejemplo de cómo se debe comportar una persona a la que la enfermedad nunca ha sido capaz de doblegar y que ha sido consciente, en todo momento, de las pocas posibilidades que le quedaban para vencer su dolencia. Un ejemplo de entereza y una digna representante de quienes se ven obligados a bregar cada día con todo tipo de infecciones, anteponiendo su deber al miedo de contagiarse en el trato con los enfermos infectados. No obstante, dejando claro este importante aspecto del caso que nos ocupa, no podemos decir que el resto de los que, desde fuera, han estado involucrados en este evento, nos merezcan el mismo respeto y consideración que la víctima del virus del Ébola.

Es evidente que, el comportamiento de los sindicatos sanitarios reclamando, sin saber a ciencia cierta lo que pedían y criticando la gestión de la Administración y de los políticos, en un caso en el que nadie, ni en España ni en los EE.UU. ni en Inglaterra, Francia o el resto de países en los que se ha dado la alarma por la presencia de casos de la enfermedad, sabía a ciencia cierta cuales eran las precauciones para evitar el contagio; la clase de ropas inmunológicas que se debían utilizar; el tiempo exacto que los sanitarios podían convivir con los infectados; el número de días que debían permanecer aislados antes de poder salir a la calle. etc. En muchos de los países, tan o más desarrollados que España en materia preventiva, se han registrado muertes, incluso en los todopoderosos EE.UU., en los que un infectado, el señor Duncan, falleció a pesar de los cuidados extremos con los que fue tratado.

Y es que, en todos estos casos en los que se producen situaciones que causan alarma a la ciudadanía, siempre existen los buitres que se aprovechan de ellas para vender más información a aquellos que se nutren del morbo de las desgracias ajenas para saciar sus bajas pasiones. Durante estos últimos años se han producido, en España, diversos casos de violaciones, secuestro y asesinatos de niños, pederastia, parricidios y toda una secuencia de tan abominables delitos que han sido causa de alarma social, de que sus familias hayan pasado por grandes tristezas y que la labor de nuestra policía haya sido puesta en cuestión, cuando le ha sido imposible determinar, en todo o en parte, la autoría de los delitos, algunos de los cuales todavía no han sido esclarecidos.

Tenemos casos, como el de Marta del Castillo en el que la natural obsesión de sus padres por conocer el paradero del cadáver de su hija ya se ha convertido en una lucha con la fiscalía que, después de años de fracasos, de cientos de miles de euros gastados en falsas pesquisas y de haber utilizado todos los modernos métodos para buscar a la desaparecida, se han visto obligada a bajar la intensidad de la búsqueda, enfrentándose a las injustas críticas de una familia a la que debiera aconsejarse que admitiera las limitaciones humanas y dejara de cargar contra aquellos que se han pasado años intentando satisfacerlos. Y, aunque pueda parecer algo cínico, tenemos que hablar de algunos padres víctimas de hechos tan terribles, como el mencionado, que han acabado convirtiendo su lucha por conseguir justicia en algo con lo que mejorar su estatus y, algunos ha habido, que han conseguido introducirse en partidos políticos que han querido aprovechar su fama y el tirón de hechos de tanta trascendencia, con lo que han conseguido mejorar su modus vivendi y adquirir una fama que les ha servido para darse a conocer y sacar rendimientos adicionales, que no les proporcionaban sus anteriores empleos ( entrevistas, tertulias, exclusivas televisivas, captaciones de fondos, viajes, artículos etc.) Puede que todo ello no les haya compensado de la pérdida del ser querido, como es natural, pero, sin duda, ha contribuido a que su dolor quedase algo mitigado.

Las declaraciones, desde su encierro en el Carlos III de Madrid, del señor Limón, marido de Teresa, aparte de su acritud, nos parecen absurdas, poco meditadas y, si se me permite, cargadas de politiqueo de baja estofa y de un evidente tufillo de un intento de buscar sacar rédito económico de una cuestión que hasta ahora parecía secundaria pero que, una vez sanada su esposa, parece que no quiere hacerle ascos. En todo caso, no sabemos si asesorados por los eternos picapleitos a la caza de trabajo o si tutelados desde algún partido político que ve en ello una forma de atacar al partido en el Gobierno; mucho nos tememos que entrar en esta faceta de pleitear contra la Administración por unos hechos que le va a ser muy difícil hacer encajar dentro del Código Penal, no le va a favorecer en nada y si es muy posible que contribuya a que, la simpatía ha cosechado hasta ahora su familia, acabe por volverse en su contra cuando la ciudadanía crea ver en ello un simple intento de sacar dinero de la enfermedad de su esposa.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, comprobamos que, por desgracia, en este país, no sólo los poderosos intentan enriquecerse a costa del resto de españoles, sino que también, dentro de los ciudadanos de a pie, los hay que no hacen ascos a conseguir enriquecerse, aunque sea a costa de la explotación de la Justicia.

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