Que lo hiciese o no con intención lesiva, va a ser lo de menos, porque nada parece poder eximir al joven mallorquín que asestó un fuerte golpe en el cráneo a su madre con una mancuerna, de la responsabilidad de haber acabado con su vida. Los hechos ocurrieron a principios de 2013, pero hasta ahora, algo más de año y medio después, la Justicia no ha encontrado un hueco para procesar al muchacho de veinte años que se ha presentado ante el tribunal que lo juzga creyendo, absurdamente, que una declaración sesgada por la argucia del desconcierto podría redimirle de una culpa a todas luces incontestable. ¿Qué puede esperarse, si no, cuando hasta nada menos que cuatro versiones del mismo suceso llegó a relatar el muchacho al guardia civil encargado de tomar nota de sus palabras?
Cuesta creer que el marido de la fallecida no estuviese enterado de los maltratos a los que su hijo sometía a la víctima, por eso también se ha tenido que sentar junto a él en el banquillo de los acusados. Resulta poco creíble la excusa aportada por éste para intentar eludir la responsabilidad que le corresponde en el asesinato de la anciana. Ya sea por miedo al muchacho, o por pura desidia, el caso es que el padre no levantó un dedo para evitar la tragedia, lo que le lleva a ser acreedor de una pena de veintitrés años de prisión que pide la fiscalía por su fragrante indolencia.
El sombrío contenido de un diario encontrado entre las pertenencias de la víctima y que además lleva su firma, no deja lugar a dudas. Entre sus páginas queda cumplida constancia que, durante años, la mujer padeció el maltrato indiscriminado de su hijo, pero eso no habría sido posible sin la aquiescencia de su marido, que por miedo o por desidia, vaya usted a saber, ha permitido que la situación alcanzase niveles de proporción punitiva.