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Luciano Sabatini

El sentimiento frente a la tecnificación

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El fútbol, como le ha pasado a multitud de deportes, es susceptible de cambiar y evolucionar. Hay quienes para corregir los posibles y continuos errores humanos en la aplicación de las reglas de juego, normas y arbitrajes llevan tiempo proponiendo que se utilicen adelantos tecnológicos para saber si un gol llega a traspasar o no la línea de meta, si una falta se produce dentro o fuera del área o si en un fuera de juego el atacante estaba realmente adelantado.

Cierto es que son muchos los deportes que ya han aplicado avances tecnológicos para paliar estos posibles errores de apreciación arbitral. Así, por ejemplo, en el fútbol americano los entrenadores cuentan con la posibilidad de que el árbitro revise un número limitado de veces por partido las jugadas dudosas en una pequeña pantalla de video, y tras las cuales este puede corregir o ratificar su decisión. El hockey sobre hielo hace tiempo que incorporó sensores en sus porterías que hacen que una sirena suene cuando el “puck” (pastilla) atraviesa la línea de gol. El tenis es otro de los deportes que se apoya en la tecnología para hacer las decisiones más fiables, con un sensor incorporado en la red, o como pudimos ver en el último Master Series de Madrid una cámara que posibilita que los jugadores pueden pedir la revisión en video de ciertas bolas dudosas. Hasta el momento es innegable que la tecnología ha ayudado a muchos de estos deportes a evolucionar y hacer que el factor humano reduzca se influencia en los arbitrajes.

Pero el fútbol es diferente. Este deporte no es uno cualquiera, no en vano es el deporte que más adeptos arrastra a lo largo del los cinco continentes, el deporte rey. En el fútbol existe un factor humano y emocional que lo convierte en uno distinto al resto de sus compañeros. El fútbol lo mueve la pasión y los sentimientos, los de los aficionados, fervientes y exaltados en Sudamérica, respetuosos y muy arraigados a la tradición en Inglaterra, fanáticos en los países asiáticos, y también los de los propios jugadores. La polémica y los errores son parte del fútbol y de la parafernalia que le rodea, y sin estos ingredientes creo que el fútbol perdería en emoción y pasión, y en definitiva dejaría de ser fútbol.

Aunque haya aspectos que se puedan mejorar, como acabar con los goles fantasmas o los dudosos fuera de juego, la invasión de la tecnología acabaría con el factor humano, y se correría el riesgo de que poco a poco ni los jugadores tuvieran lugar para la equivocación o el error, y que acabaran siendo teledirigidos por entrenadores conectados a una red informática que le trasmitiera las mejores órdenes para cada momento del partido. Otra muestra del daño que hace al fútbol el intento de hacerlo un deporte más perfecto, fue la irrupción de las férreas tácticas encorsetadas a principios de los años 80, que atentan directamente contra la creatividad humana de los jugadores y que podría tener una peligrosa continuidad si dejamos que los avances tecnológicos nos roben las tertulias y polémicas de los lunes tras la jornada del fin de semana. Con sensores, rayos láser por el campo y microchips en las camisetas de los jugadores, se crearía quizá un deporte más perfecto, donde los árbitros perderían su rol y con ello lo el factor humano protagonismo. Más perfecto pero sin duda más aburrido, y algo está claro, eso no sería fútbol.

El sentimiento frente a la tecnificación

Luciano Sabatini
Luciano Sabatini
martes, 28 de noviembre de 2006, 02:50 h (CET)
El fútbol, como le ha pasado a multitud de deportes, es susceptible de cambiar y evolucionar. Hay quienes para corregir los posibles y continuos errores humanos en la aplicación de las reglas de juego, normas y arbitrajes llevan tiempo proponiendo que se utilicen adelantos tecnológicos para saber si un gol llega a traspasar o no la línea de meta, si una falta se produce dentro o fuera del área o si en un fuera de juego el atacante estaba realmente adelantado.

Cierto es que son muchos los deportes que ya han aplicado avances tecnológicos para paliar estos posibles errores de apreciación arbitral. Así, por ejemplo, en el fútbol americano los entrenadores cuentan con la posibilidad de que el árbitro revise un número limitado de veces por partido las jugadas dudosas en una pequeña pantalla de video, y tras las cuales este puede corregir o ratificar su decisión. El hockey sobre hielo hace tiempo que incorporó sensores en sus porterías que hacen que una sirena suene cuando el “puck” (pastilla) atraviesa la línea de gol. El tenis es otro de los deportes que se apoya en la tecnología para hacer las decisiones más fiables, con un sensor incorporado en la red, o como pudimos ver en el último Master Series de Madrid una cámara que posibilita que los jugadores pueden pedir la revisión en video de ciertas bolas dudosas. Hasta el momento es innegable que la tecnología ha ayudado a muchos de estos deportes a evolucionar y hacer que el factor humano reduzca se influencia en los arbitrajes.

Pero el fútbol es diferente. Este deporte no es uno cualquiera, no en vano es el deporte que más adeptos arrastra a lo largo del los cinco continentes, el deporte rey. En el fútbol existe un factor humano y emocional que lo convierte en uno distinto al resto de sus compañeros. El fútbol lo mueve la pasión y los sentimientos, los de los aficionados, fervientes y exaltados en Sudamérica, respetuosos y muy arraigados a la tradición en Inglaterra, fanáticos en los países asiáticos, y también los de los propios jugadores. La polémica y los errores son parte del fútbol y de la parafernalia que le rodea, y sin estos ingredientes creo que el fútbol perdería en emoción y pasión, y en definitiva dejaría de ser fútbol.

Aunque haya aspectos que se puedan mejorar, como acabar con los goles fantasmas o los dudosos fuera de juego, la invasión de la tecnología acabaría con el factor humano, y se correría el riesgo de que poco a poco ni los jugadores tuvieran lugar para la equivocación o el error, y que acabaran siendo teledirigidos por entrenadores conectados a una red informática que le trasmitiera las mejores órdenes para cada momento del partido. Otra muestra del daño que hace al fútbol el intento de hacerlo un deporte más perfecto, fue la irrupción de las férreas tácticas encorsetadas a principios de los años 80, que atentan directamente contra la creatividad humana de los jugadores y que podría tener una peligrosa continuidad si dejamos que los avances tecnológicos nos roben las tertulias y polémicas de los lunes tras la jornada del fin de semana. Con sensores, rayos láser por el campo y microchips en las camisetas de los jugadores, se crearía quizá un deporte más perfecto, donde los árbitros perderían su rol y con ello lo el factor humano protagonismo. Más perfecto pero sin duda más aburrido, y algo está claro, eso no sería fútbol.

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