Nuestro ex-presidente de la CAM, ex-alcalde, y, ahora, ex-ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón (que tiene mucha ilustración) ha sufrido un gatillazo político, sobresaltado por la decisión tomada por Mariano Rajoy de aplazar su contrarreforma de la ley del aborto a mejor ocasión. Esa su desbordante libido política se congeló al golpe del ¡achís! presidencial; estornudo provocado por el gélido viento electoral. y al que, al parecer, don Alberto se siente inmune; pues parece ser que le ha dolido más su amor propio que el miedo de su presidente a perder las próximas elecciones generales.
Decía el añorado Jorge Cafrune que la vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta, que es preciso estar alerta manejando el azadón. A Alberto Ruiz-Gallardón le puede la vanidad (no se besa porque no se llega) y Mariano Rajoy es poco ducho manejando el azadón. Y así sucede lo que sucede, al capitán del barco se le ha escapado de improviso su contramaestre y le ha dejado desarbolado, cual Santísima Trinidad en las costas de Cádiz, cuando lo de Trafalgar.
He escuchado y leído muchas alabanzas dedicadas al ex-ministro dimisionario, en las que se ensalza su honorabilidad por saber conjugar el verbo dimitir. Lo que, al parecer, desconocen esos elogiadores es que Alberto Ruiz-Gallardón ha dimitido de ministro por no divorciarse de su vanidad, esa que, a lo largo los años, ha tenido el mejor caldo de cultivo en su ser de casta para crecer y crecer, como yuyo malo, sin nadie que la detenga. De casta le viene al galgo: hijo de don José María, ahijado de don Manuel Fraga Iribarne y yerno de Utrera Molina. Con esos mimbres, no es difícil armar un cesto de soberbia. El Niño Alberto se tiró unos buenos años jugando con retroexcavadoras y tuneladoras a gogó, soterrando autovías de circunvalación y elevando rascacielos de ensueño, como el que hace castillos de arena en la playa; dejando el erario madrileño hecho unos zorros; de ahí le viene su furibundo afán recaudador, para escarmentar en cuerpo ajeno (el de los contribuyentes) sus muchos excesos.
Todos recordamos la vergonzosa escena que nos regaló El Niño Alberto a la salida de su entrevista con Rajoy, allá por el 2007, cuando recibe la noticia de que no va a ser incluido en las listas electorales del PP para las generales. Lloró como un niño al que le quitan un juguete, como una Magdalena, sin guardar el menor decoro. Ahora le ha pasado lo mismo. Y puestos a elegir entre el beneficio de su partido y el suyo propio, optó por este último. En un acto que algunos atribuyen a un "calentón" y yo a un "gatillazo". En cualquier caso, y en los tiempos que corren, es un lamentable gesto de deslealtad a los españoles, a los militantes y votantes del PP y al Gobierno de España. Deslealtad terriblemente inoportuna y pueril.
Me encuentro en las antípodas del PP, pero me parece que lo que le ha hecho Alberto Ruiz-Gallardón no tiene nombre.