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La Constitución, por su propia naturaleza, no podía entusiasmar a nadie

Claves para la deseada regeneración democrática

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"La satisfacción ante los resultados del referéndum constitucional era compartida ayer desde el Gobierno y su partido, Unión de Centro Democrático (UCD), si bien uno y otro ángulo se ensayaban justificaciones al elevado número de abstenciones registrado. El vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía, Fernando Abril, manifestó a EL PAIS que los resultados habían estado dentro de lo previsible, tratándose de una Constitución «de renuncias y compromiso para cimiento de la convivencia».El señor Abril señaló que una Constitución de estas características no podía despertar grandes entusiasmos, aparte de que deben considerarse favorables a la Constitución los resultados electorales del 15 dejunio de 1977, fecha en que el pueblo español eligió a quienes habrían de elaborarla. Otro elemento justificativo de la abstención, desde el punto de vista del vicepresidente del Gobierno, fue la convicción ciudadana de que el texto constitucional tenía asegurada la aprobación."

Esto es lo que se podía leer en el diario El País el 8 de diciembre de 1978, dos días después de celebrarse el referéndum para la ratificación de la Constitución aprobada en las Cortes el 31 de octubre de 1978.

Esa Constitución, "de renuncias y compromiso", fue aprobada por menos del 60% del censo electoral. En ningún momento, desde el Gobierno y los partidos de ámbito nacional (PP y PSOE), se aceptó la existencia de la abstención activa, lo cual no fue óbice para que uno de los padres de la Constitución, Pérez Llorca, se atreviera a afirmar que habría que estudiar la abstención en el País Vasco para averiguar "la certeza de participación del PNV en actos de coacción, que serían actos delictivos y graves en un partido parlamentario". En Euskadi los resultados del referéndum fueron los siguientes:

Sí: 69,11%
No: 23,53%
Blanco: 5,74%
Nulo: 1,60%
Abstención: 55,34%

Llevamos 36 años con una Constitución de renuncias y compromiso, tal y como reconocieron sus promulgadores a los dos días de ser aprobada, una Constitución que, por su propia naturaleza, no podía entusiasmar a nadie.

Si a los dos días de su ratificación ya se reconocía su condición de coyuntural, de poco atractiva, ¿cómo es posible que hoy en día, 36 años después y después de haber sido degrada con la modificación de su artículo 135, la Constitución de 1978 goce de mayor crédito a los ojos de los mismos que antaño reconocían sus deficiencias? Lo que este hecho demuestra es que estos últimos años de restauración borbónica han resultado ser, fundamentalmente, un periodo de mitificación de unos acuerdos (constitutivos del mítico consenso) en el que se ha pretendido dotar a la Constitución de una legitimidad y de una perdurabilidad de las que carece desde el primer día en el que entró en vigor.

Por lo tanto, la urgencia de iniciar un nuevo periodo constituyente en el que se desarrolle y apruebe una nueva Constitución está plenamente justificada, pues no se puede seguir manteniendo una Carta Magna fruto de renuncias y compromisos indignos. Y en esto se ha de trabajar, en primerísimo lugar, desde todas las formaciones que pretenden una regeneración democrática y aspiran a ocupar un lugar en nuestras instituciones.

Claves para la deseada regeneración democrática

La Constitución, por su propia naturaleza, no podía entusiasmar a nadie
Mario López
lunes, 22 de septiembre de 2014, 07:14 h (CET)
"La satisfacción ante los resultados del referéndum constitucional era compartida ayer desde el Gobierno y su partido, Unión de Centro Democrático (UCD), si bien uno y otro ángulo se ensayaban justificaciones al elevado número de abstenciones registrado. El vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía, Fernando Abril, manifestó a EL PAIS que los resultados habían estado dentro de lo previsible, tratándose de una Constitución «de renuncias y compromiso para cimiento de la convivencia».El señor Abril señaló que una Constitución de estas características no podía despertar grandes entusiasmos, aparte de que deben considerarse favorables a la Constitución los resultados electorales del 15 dejunio de 1977, fecha en que el pueblo español eligió a quienes habrían de elaborarla. Otro elemento justificativo de la abstención, desde el punto de vista del vicepresidente del Gobierno, fue la convicción ciudadana de que el texto constitucional tenía asegurada la aprobación."

Esto es lo que se podía leer en el diario El País el 8 de diciembre de 1978, dos días después de celebrarse el referéndum para la ratificación de la Constitución aprobada en las Cortes el 31 de octubre de 1978.

Esa Constitución, "de renuncias y compromiso", fue aprobada por menos del 60% del censo electoral. En ningún momento, desde el Gobierno y los partidos de ámbito nacional (PP y PSOE), se aceptó la existencia de la abstención activa, lo cual no fue óbice para que uno de los padres de la Constitución, Pérez Llorca, se atreviera a afirmar que habría que estudiar la abstención en el País Vasco para averiguar "la certeza de participación del PNV en actos de coacción, que serían actos delictivos y graves en un partido parlamentario". En Euskadi los resultados del referéndum fueron los siguientes:

Sí: 69,11%
No: 23,53%
Blanco: 5,74%
Nulo: 1,60%
Abstención: 55,34%

Llevamos 36 años con una Constitución de renuncias y compromiso, tal y como reconocieron sus promulgadores a los dos días de ser aprobada, una Constitución que, por su propia naturaleza, no podía entusiasmar a nadie.

Si a los dos días de su ratificación ya se reconocía su condición de coyuntural, de poco atractiva, ¿cómo es posible que hoy en día, 36 años después y después de haber sido degrada con la modificación de su artículo 135, la Constitución de 1978 goce de mayor crédito a los ojos de los mismos que antaño reconocían sus deficiencias? Lo que este hecho demuestra es que estos últimos años de restauración borbónica han resultado ser, fundamentalmente, un periodo de mitificación de unos acuerdos (constitutivos del mítico consenso) en el que se ha pretendido dotar a la Constitución de una legitimidad y de una perdurabilidad de las que carece desde el primer día en el que entró en vigor.

Por lo tanto, la urgencia de iniciar un nuevo periodo constituyente en el que se desarrolle y apruebe una nueva Constitución está plenamente justificada, pues no se puede seguir manteniendo una Carta Magna fruto de renuncias y compromisos indignos. Y en esto se ha de trabajar, en primerísimo lugar, desde todas las formaciones que pretenden una regeneración democrática y aspiran a ocupar un lugar en nuestras instituciones.

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