Tras la detención de Mayte Zaldívar como imputada en la Operación Malaya parece que se cierra todavía más ese círculo maquiavélico y rocanbolesco que es el culebrón Marbella-Zaldívar-Muñóz-Pantoja-Paquirrín-Paquirri-Rivera Ordónez... y, sin embargo, lo menos sorprendente de todo (no se sí a ustedes, televidentes, les sorprende, pero a mí no) es que ya casi todos, hacía ya meses, por no decir años, sabíamos que la historia iba a acabar así. Como una muerte lenta y dolorosa, gracias a los adorables e instructivos programas del corazón, el final de esta pareja (me refiero ahora, no a la que ustedes piensan, sino a la unión Zaldívar-Muñóz) estaba algo más que cantado.
Paradójicamente, eran los espectadores del cotilleo acorazonado quienes posiblemente lo tenían más claro. Porque entre tantos vaines de pasión y rupturas amorosas salieron a la luz de los focos del plató aquellas bolsas de basura llenas de dinero de las Mayte Zaldívar desconocía su contenido, pero que bien aireaba a los cuatro vientos sentada en un sofá pastelón del programa en el que colaboraba. Ella, claro, no sabía que hacían en su casa, pero estaban. Y ese terrible conocimiento era su arma más poderosa para la ruptura de su matrimonio y su corazón.
Claro que, tal vez, usted está trabajando cuando emiten estos programas. Tal vez, por raro que parezca, usted nunca ha podido ver imágenes y entrevistas de los famosillos de sillón. O tal vez no ha querido. Entonces, señora o caballero, usted desconocía cuando se dió la noticia de la tercera fase de la Operación Malaya quien era esa señora que con nombre y apellidos todos parecían conocer, cuya detención parecía abrir más polémica y consternación que el propio delito por el que se le acusaba y en el que, por cierto, también estaba imputado el jefe de la policía local de Marbella. Poca cosa.
Es que ya ni la política, por muy corrupta que sea, se salva de lo rosa. Ni aunque a sus protagonistas les convenga callar, y tal vez esconder la cabeza bajo el pedrusco para pasar desapercibidos y poder seguir con sus quehaceres de manera que nunca sean descubiertos. Porque en este mundo de hoy todo se airea, todo es tan real y fidedigno, tan reality show, que hasta las futuras detenciones pasan por nuestros televisores años luz antes de que la historia actue.
Ahora, para estar informado, habrá que dejar de lado los reportajes de primeras horas de la noche y arrellanarse en el sillón por las tardes para ver que se cuece en los pasillos de esa salsa rosácea y pastelosa que acompaña como ingrediente principal nuestra televisión.