En el verano en el que perdimos Cuba, allá por 1898, Práxedes Amadeo Sagasta, a la sazón presidente del Gobierno de España, pasó unos días en un pueblo de Soria para tomarse unas vacaciones y, en sus propias palabras, "alejar de mí cualquier pensamiento grave". En una ocasión, contemplando desde un balcón de su casa a los paisanos que paseaban ociosos por la plaza del pueblo, entre los que se encontraba un pordiosero cojo, fue interpelado por un periodista del diario ABC.
-Me pregunto qué profundos pensamientos estarán ocupando la preclara mente de su excelencia, don Práxedes -comentó el periodista.
Sagasta dejó en suspenso su respuesta durante un cierto tiempo, hasta que acabó por responder:
-Estoy calculando el número de cojos que puede haber en la provincia de Ávila.
Cuento esta anécdota para ilustrar el estado de profunda abulia en el que vivía la clase política española en los últimos años del siglo XIX, quizá, a consecuencia de los desastres que se sucedieron ininterrumpidamente a lo largo de aquel siglo maldito. Una abulia semejante a la que durante las últimas décadas ha convertido a la clase política, la prensa, la burguesía de este país en una casta acomodada, ineficaz, amoral, retrógrada y absolutamente impermeable a la realidad. Hundida en el sueño de Morfeo, durante estos últimos treinta años esta casta se dedicó a ver el tiempo pasar, convencida de que nada ni nadie amenazaría el placentero status que habían alcanzado una vez instalados sobre los restos del franquismo, bajo el paraguas de un consenso de conveniencia, que habría de garantizarles, por los siglos de los siglos, la paz en ese jardín de las delicias que ellos mismos se habían procurado.
Pero llegó la crisis financiera y, con ella, el tsunami Podemos. De repente, un alud de ideas frescas, de voluntades regeneradoras, se coló por algún descosido de la mortaja nacional, para sacarnos del marasmo. Y a los políticos, periodistas y burgueses del régimen les pilló con el culo al aire, en plena siesta. Perdida la costumbre de pensar, la clase dominante respondió al tsunami con estridentes balbuceos, desagradables e ininteligibles para el común de la gente. Y en esas estamos. Los miembros de la casta ensayan todo tipo de artificios, cosméticas para conjurar la explosión de inteligencia que, de forma inesperada para ellos, estalló en la calle, consiguiendo el efecto contrario del deseado por ellos. Cada vez que abren la boca, crece el apoyo popular a Podemos. Pues nada, que sigan en esa línea, eso que nos ahorraremos en propaganda.