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Me falta la voz de José Luis Sampedro

Voces y silencios

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Este verano, haciendo recuento de las voces idas, he notado que, sobre todo, me falta una: la de José Luis Sampedro. De viejo se daba un aire a George Bernard Shaw. Tenía algo de duende irlandés, aunque su estatura no se correspondiera a la de un enanito del bosque, sino a la de un leñador de la foresta canadiense. Y esto me da pie a referirme a otra estatura –la moral, tan pasada de moda- que a Sampedro también le sobraba.


Le recuerdo en un acto del Instituto Internacional de Madrid en el que se homenajeaba a Jimena Menéndez-Pidal, fundadora del Colegio Estudio. No sé por qué, en un momento de su intervención, se refirió a una película que hacía poco habían estrenado: “El club de los poetas muertos”. Habló de ella con entusiasmo, evocando la figura del profesor que estimula a los alumnos, que hace que estos crean en él porque él cree en ellos, en sus capacidades, en su entusiasmo por conocer. Y no podría ser otro que Robin Williams, el actor al que se le acabó la ilusión de vivir hace pocas semanas, quien encarnara a este profesor que todos hubiéramos querido tener. Sampedro, que también fue profesor, conservó esa alegría y esa curiosidad hasta su último granizado de Campari.

A algo más de un año de su muerte uno puede preguntarse qué opinaría sobre cosas que no llegó a conocer. Por ejemplo: ¿qué pensaría de “Podemos”,él, que apoyó sin reservas el movimiento ciudadano conocido como “15M”? Es difícil saberlo, aunque intuyo que su postura estaría tan equidistante de los que lo denuestan como de los que lo aplauden sin reservas. Y ahora que no hay sabios (o muy pocos) se habla más que nunca del “comité de sabios” de esto o aquello. La palabra, que no el concepto, se ha degradado hasta el extremo de que cualquier amiguete del Poder puede convertirse en “sabio” (con sueldo, claro) de la noche a la mañana. No voy a dar nombres porque no es cuestión de cerrarse puertas, ¿verdad?, pero lo de los “sabios” pagados por el erario público merece, al menos, alguna que otra tesis doctoral. Sampedro sí lo era: un sabio, un renacentista tardío y, desde luego, personaje de una ya casi inexistente clase ilustrada.

Aventuro –y, por favor, que nadie me acuse de querer desarrollar una especie de pensamiento apócrifo del maestro- que habría apreciado el entusiasmo con que esos jóvenes políticos no “profesionales”, profesores universitarios en su mayoría, aspiran a cambiar las cosas, sacando del marasmo y la corrupción a la clase política, introduciendo reformas radicales en los modos de hacer de nuestras instituciones y nuestros dirigentes, cada vez más próximos al “tea party” norteamericano, volviendo a un concepto de Estado que cuide el interés de los ciudadanos y no las prebendas de este o aquel partido o grupo de poder. Creo que Sampedro bien podría haber sido favorable a esto y que, al mismo tiempo, habría contemplado con cierto recelo el tufillo radical y populista de “Podemos”; así como el hecho de que este embrión de partido sea, hasta que no demuestren lo contrario, un producto del marketing televisivo.

Con todo, si se abren las ventanas, no para que entre gas de azufre sino para que se renueve un aire ya muy rancio, cabe esperar que ese millón largo de personas que votaron a la agrupación en las pasadas elecciones europeas, no se vea defraudado en un futuro cercano con forzadas alianzas de última hora para desbancar a la “derecha recalcitrante”.

Queda otra duda sobre cómo José Luis Sampedro, que además de de novelista fue catedrático de Estructura Económica, habría considerado el “programa económico” de “Podemos” (Hago énfasis en las comillas) ¿Podría construirse esa “Arcadia feliz” que propugnan? ¿A costa de qué? ¿Siguiendo qué modelos? ¿Acaso el de Chávez y Maduro en Venezuela?…

Robin Williams, que, a diferencia de Sampedro, eligió no hacerse longevo, coincidió con este en bastantes cosas; entre ellas en poseer una gran sensibilidad ante los problemas ajenos, en tener eso que unos llaman “empatía” y otros “solidaridad”. El actor –y este es un hecho poco conocido de su biografía- exigía que los productores de sus películas, promociones, presentaciones etc. incluyeran siempre un porcentaje de gente sin trabajo o sin techo en ellas.

Y en la medida en que todos somos actores es preciso distinguir a los que de verdad asumen su papel de los que sobreactúan.

Voces y silencios

Me falta la voz de José Luis Sampedro
Luis del Palacio
jueves, 4 de septiembre de 2014, 06:30 h (CET)

Este verano, haciendo recuento de las voces idas, he notado que, sobre todo, me falta una: la de José Luis Sampedro. De viejo se daba un aire a George Bernard Shaw. Tenía algo de duende irlandés, aunque su estatura no se correspondiera a la de un enanito del bosque, sino a la de un leñador de la foresta canadiense. Y esto me da pie a referirme a otra estatura –la moral, tan pasada de moda- que a Sampedro también le sobraba.


Le recuerdo en un acto del Instituto Internacional de Madrid en el que se homenajeaba a Jimena Menéndez-Pidal, fundadora del Colegio Estudio. No sé por qué, en un momento de su intervención, se refirió a una película que hacía poco habían estrenado: “El club de los poetas muertos”. Habló de ella con entusiasmo, evocando la figura del profesor que estimula a los alumnos, que hace que estos crean en él porque él cree en ellos, en sus capacidades, en su entusiasmo por conocer. Y no podría ser otro que Robin Williams, el actor al que se le acabó la ilusión de vivir hace pocas semanas, quien encarnara a este profesor que todos hubiéramos querido tener. Sampedro, que también fue profesor, conservó esa alegría y esa curiosidad hasta su último granizado de Campari.

A algo más de un año de su muerte uno puede preguntarse qué opinaría sobre cosas que no llegó a conocer. Por ejemplo: ¿qué pensaría de “Podemos”,él, que apoyó sin reservas el movimiento ciudadano conocido como “15M”? Es difícil saberlo, aunque intuyo que su postura estaría tan equidistante de los que lo denuestan como de los que lo aplauden sin reservas. Y ahora que no hay sabios (o muy pocos) se habla más que nunca del “comité de sabios” de esto o aquello. La palabra, que no el concepto, se ha degradado hasta el extremo de que cualquier amiguete del Poder puede convertirse en “sabio” (con sueldo, claro) de la noche a la mañana. No voy a dar nombres porque no es cuestión de cerrarse puertas, ¿verdad?, pero lo de los “sabios” pagados por el erario público merece, al menos, alguna que otra tesis doctoral. Sampedro sí lo era: un sabio, un renacentista tardío y, desde luego, personaje de una ya casi inexistente clase ilustrada.

Aventuro –y, por favor, que nadie me acuse de querer desarrollar una especie de pensamiento apócrifo del maestro- que habría apreciado el entusiasmo con que esos jóvenes políticos no “profesionales”, profesores universitarios en su mayoría, aspiran a cambiar las cosas, sacando del marasmo y la corrupción a la clase política, introduciendo reformas radicales en los modos de hacer de nuestras instituciones y nuestros dirigentes, cada vez más próximos al “tea party” norteamericano, volviendo a un concepto de Estado que cuide el interés de los ciudadanos y no las prebendas de este o aquel partido o grupo de poder. Creo que Sampedro bien podría haber sido favorable a esto y que, al mismo tiempo, habría contemplado con cierto recelo el tufillo radical y populista de “Podemos”; así como el hecho de que este embrión de partido sea, hasta que no demuestren lo contrario, un producto del marketing televisivo.

Con todo, si se abren las ventanas, no para que entre gas de azufre sino para que se renueve un aire ya muy rancio, cabe esperar que ese millón largo de personas que votaron a la agrupación en las pasadas elecciones europeas, no se vea defraudado en un futuro cercano con forzadas alianzas de última hora para desbancar a la “derecha recalcitrante”.

Queda otra duda sobre cómo José Luis Sampedro, que además de de novelista fue catedrático de Estructura Económica, habría considerado el “programa económico” de “Podemos” (Hago énfasis en las comillas) ¿Podría construirse esa “Arcadia feliz” que propugnan? ¿A costa de qué? ¿Siguiendo qué modelos? ¿Acaso el de Chávez y Maduro en Venezuela?…

Robin Williams, que, a diferencia de Sampedro, eligió no hacerse longevo, coincidió con este en bastantes cosas; entre ellas en poseer una gran sensibilidad ante los problemas ajenos, en tener eso que unos llaman “empatía” y otros “solidaridad”. El actor –y este es un hecho poco conocido de su biografía- exigía que los productores de sus películas, promociones, presentaciones etc. incluyeran siempre un porcentaje de gente sin trabajo o sin techo en ellas.

Y en la medida en que todos somos actores es preciso distinguir a los que de verdad asumen su papel de los que sobreactúan.

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