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Pablo Iglesias, sorprendido in fraganti

La paja en el ojo ajeno

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Siempre pensé que reprender las infracciones cometidas al volante, eran competencia exclusiva de la Dirección General de Tráfico. Que me corrijan si me equivoco, pero esos señores con tricornio y uniforme que patrullan las carreteras son quienes se encargan de mantener el orden vial, corrigiendo a quienes las perpetran no siempre de la manera que a cualquier conductor le gustaría, es decir, con una amonestación verbal. Pero hace ya tiempo que el cuerpo militarizado es consciente que la aplicación de refuerzos es la manera más viable de modificar y después prolongar en el tiempo determinadas conductas disruptivas al volante.

Pero resulta que no, que no es de la Guardia Civil en exclusiva eso de reprender a los conductores irresponsables, sino también de quienes no tienen otra cosa más interesante que hacer que criticar determinadas actitudes ajenas, obviando la más que probable viga en el ojo propio. Yo mismo, sin ir más lejos, me permito en esta columna elucubrar sobre lo que pudo haber sido y no fue, cada semana, y me quedo tan ancho.

Es la información que yo, como espectador de tercera generación, deduzco de la instantánea que circula por Internet mostrando a Pablo Iglesias, líder de Podemos, al volante de un humilde utilitario. Puestos a lucubrar, nada indica que no esté parado en el arcén, haciendo una llamada a su seguro de automóvil para que le envíe una grúa para recogerlo a él y a su coche.

Con la llegada de los celulares con cámara fotográfica incorporada, nadie está a salvo de de ser sorprendido en una situación comprometida. A partir de ya, cada cual tendrá que otear su entorno en busca de un objetivo indiscreto que pueda poner en entredicho su proceder cívico; sobre todo si es un personaje público, que ha tenido que pisar muchos juanetes para llegar a estar donde está, porque de otra forma –todo hay que decirlo- no habría podido ni acercarse.

Es el precio de la fama, dirán algunos, y probablemente tengan mucha razón. No se puede pecar de pardillo de esa manera, y esperar que nadie aproveche la tesitura para arrimar el ascua a su sardina.

La paja en el ojo ajeno

Pablo Iglesias, sorprendido in fraganti
Francisco J. Caparrós
martes, 2 de septiembre de 2014, 07:04 h (CET)
Siempre pensé que reprender las infracciones cometidas al volante, eran competencia exclusiva de la Dirección General de Tráfico. Que me corrijan si me equivoco, pero esos señores con tricornio y uniforme que patrullan las carreteras son quienes se encargan de mantener el orden vial, corrigiendo a quienes las perpetran no siempre de la manera que a cualquier conductor le gustaría, es decir, con una amonestación verbal. Pero hace ya tiempo que el cuerpo militarizado es consciente que la aplicación de refuerzos es la manera más viable de modificar y después prolongar en el tiempo determinadas conductas disruptivas al volante.

Pero resulta que no, que no es de la Guardia Civil en exclusiva eso de reprender a los conductores irresponsables, sino también de quienes no tienen otra cosa más interesante que hacer que criticar determinadas actitudes ajenas, obviando la más que probable viga en el ojo propio. Yo mismo, sin ir más lejos, me permito en esta columna elucubrar sobre lo que pudo haber sido y no fue, cada semana, y me quedo tan ancho.

Es la información que yo, como espectador de tercera generación, deduzco de la instantánea que circula por Internet mostrando a Pablo Iglesias, líder de Podemos, al volante de un humilde utilitario. Puestos a lucubrar, nada indica que no esté parado en el arcén, haciendo una llamada a su seguro de automóvil para que le envíe una grúa para recogerlo a él y a su coche.

Con la llegada de los celulares con cámara fotográfica incorporada, nadie está a salvo de de ser sorprendido en una situación comprometida. A partir de ya, cada cual tendrá que otear su entorno en busca de un objetivo indiscreto que pueda poner en entredicho su proceder cívico; sobre todo si es un personaje público, que ha tenido que pisar muchos juanetes para llegar a estar donde está, porque de otra forma –todo hay que decirlo- no habría podido ni acercarse.

Es el precio de la fama, dirán algunos, y probablemente tengan mucha razón. No se puede pecar de pardillo de esa manera, y esperar que nadie aproveche la tesitura para arrimar el ascua a su sardina.

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