Últimamente me ha dado por ocuparme del siglo XIX español. Le intento dar una explicación y lo único que se me ocurre es que, desde la llegada de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno, estamos como recreando las esencias de aquel siglo maldito.
Un personaje que me fascina y que seguramente es la mismísima reencarnación de algún otro decimonónico es César Vidal. Le vi el otro día por Youtube, dando una conferencia en no sé dónde, ni a cuento de qué. Pero el hecho es que me transportó al siglo XIX como por encantamiento o ensalmo (que no sé yo muy bien si aquello se trataba de una cura de siglo).
Con ese tono grave, doliente, con esa prosodia laureada tan propia de los cronistas y poetas románticos, desnudó su alma ante su arrobada audiencia, trasladándole la enorme aflicción que le causaba la destrucción de la patria, otrora majestuosa y hoy pálida sombra de nación demediada, rota en sus partes, despojada de todos los valores éticos, morales, metafísicos y estéticos que durante medio milenio la habían adornado. Vaticinó que la cosa no tenía arreglo posible, que no daba más de sí y recomendó a la juventud que tomara el hatillo y partiera allende nuestras fronteras a buscar fortuna. La madre patria está exhausta, víctima de todo tipo de latrocinio, expoliación y corruptelas, y ya no le queda ni pescado ni caña que dar a sus retoños.
Luego, cambiando de ánimo, iluminado por una alegría proveniente de sus recuerdos más recientes, habló de las maravillas que guardan las Américas para todo aquel que posea la audacia de cruzar la mar salada, el vasto océano Atlántico. Desgranó un buen puñado de ejemplos para eliminar toda sombra de duda sobre la infinita capacidad empleadora de aquellas tierras de promisión. Un cortacésped gana ¡¡50!! dólares a la hora (con cuatro o cinco jornadas que dedique a la semana se ha hecho rico), por las calles de Miami circula ¡¡un afilador!! (sí, sí ese que canta:"¡¡El afilador. Afila cuchillos, navajas y jarros del meao!!") que ya es propietario de un espléndido chalet (con su backyard, su frontyard y sus dos chevrolettes). Aquellas buenas nuevas hicieron vibrar a la audiencia, es fácil que a estas horas un par de decenas de españoles hechizados por la oratoria de César Vidal, se encuentren retenidos en el departamento de inmigración esperando a ver cuándo les repatrían.
Finalmente, César Vidal habló de los asuntos que le ocuparon este verano: varias y diversas conferencias a lo largo y ancho de la península de Florida, la redacción de una novela más y un libro de mil páginas, además de la relectura de todos los clásicos españoles, sí, desde Gonzalo de Berceo hasta Arturo Pérez-Reverte, pasando por Ibn al-Arabi, Maimónides, Averroes y el mismísimo Manuel Fernández y González. Como colofón a su conferencia, César Vidal confesó su intención de no volver a la patria que le vio nacer, que (con resignación cristiana y enorme aflicción) no abandonará su forzado exilio (en este país no hay libertad de prensa) hasta que las ranas no críen pelo. Lo cierto es que don César ha dejado un importante pufo en Hacienda (me lo ha confesado un funcionario al que el abogado del prolijo escritor se dirigió para pedirle un favor en nombre de su representado).
Bueno, pues nada, a seguir en el XIX.