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Opinión
Etiquetas | EEUU | Obama | IRAK
El Presidente Obama debate la situación en Irak en la Casa Blanca el 9 de agosto,

Su estrategia era errada, Señor Presidente

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A nadie le gusta admitir haberse equivocado en una cuestión fundamental. Para un presidente estadounidense, pocas cosas son más difíciles.

Cuando se es investido de un poder y una imagen tremendas fruto de haber convencido a decenas de millones de ciudadanos de elevarle al cargo público más elevado del país, reconocer públicamente que te has equivocado de forma garrafal no sale de manera natural. Aún menos cuando el error garrafal ocupa la posición angular de tu estrategia en el mundo.

La política exterior Obama está en las últimas. Transcurridos casi seis años de una presidencia cuyo enfoque sobre el mundo se ha fundamentado en la contracción de la presencia norteamericana, el "liderar a la zaga", la delegación de responsabilidades en organizaciones multinacionales y el rechazo tajante a las soluciones militares, el mundo se ha convertido en un lugar mucho más peligroso.

La prueba principal de la acusación, por supuesto, es Irak, donde Obama no sólo se mostró inflexible en que todos los efectivos regulares estadounidenses fueran retirados, sino que presumió — una y otra vez sin parar — de haber cumplido su promesa.

Está claro ya que la desconexión americana de Irak, acompañada de la disposición reacia de Obama a ayudar a los moderados en la guerra civil siria, generó un vacío que los yihadistas virulentos del ISIS se prestaron puntualmente a ocupar. Su autoproclamado califato rige ya en alrededor de 90.000 kilómetros cuadrados de Irak y la Siria septentrional. Este mes, Obama ordenaba a regañadientes los ataques aéreos selectivos de las inmediaciones de Irbil, y el Pentágono está sopesando objetivos potenciales de ataque dentro de Siria. Pero el presidente sigue sin mostrarse dispuesto a reconocer lo que cada vez más estadounidenses están captando: La retirada norteamericana del escalafón global fue profundamente imprudente.

Pero reconocer públicamente el error sería una señal de carácter. Otros presidentes lo han hecho.

George W. Bush apoyó inicialmente la opinión, auspiciada por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, de que la presencia militar norteamericana en Irak sería un acicate de la insurgencia violenta post- Saddam, y que la única estrategia para paliar el derramamiento de sangre sería contraer la presencia militar norteamericana. Pero en 2006, Bush cambió radicalmente de opinión. "Está claro que hemos de cambiar nuestra estrategia en Irak", informó a la nación en una intervención televisada, anunciando el despliegue de 20.000 efectivo regulares adicionales. El incremento de efectivos era profundamente impopular - Bush lo llama "la decisión más dura" de su presidencia. Pero derrotó a la insurgencia y ganó la guerra.

Cuando Yugoslavia saltó por los aires en los años 90 y los bosnios estaban siendo brutalmente atacados por los serbios, Bill Clinton no ofreció a las víctimas más que discursos de consuelo. No solamente era reacio a intervenir directamente para detener los ataques genocidas de los serbios, ni siquiera pondría fin al embargo de armamento que dejaba indefensos a los bosnios. Una mayor intervención militar, decía la administración, no acercaría la paz "ni un milímetro".

Pero la postura cambió radicalmente tras la masacre serbia de más de 7.000 bosnios menores de edad en el presunto "refugio" de Srebrenica, y, más tarde, con el mortal ataque del mercado de Sarajevo. Tras oponerse durante mucho tiempo a la intervención militar, Clinton cambió radicalmente de rumbo. Estados Unidos lideró una campaña de bombardeos de la OTAN que no solamente acercó la paz un milímetro, puso punto final a la Guerra de Bosnia. Hoy, con todos sus defectos, Clinton es ampliamente considerado un héroe entre los bosnios.

Quizá ningún presidente moderno haya sido tan franco como Jimmy Carter al admitir que su orientación en política exterior estaba seriamente desencarrilada.

"... una admisión personal de que usted tenía razón y yo no" — Escrito remitido por el Presidente Lincoln al General Grant tras la Victoria de Vicksburg.

Carter había llegado a la administración dispuesto a pensar lo mejor de la Unión Soviética y advirtiendo a los estadounidenses que debían superar "su miedo infundado al comunismo". La invasión soviética de Afganistán en 1979 le hizo despertar. La agresión de Moscú "ha formulado un cambio en mi opinión de los objetivos finales de los soviéticos más dramático", confesaba Carter, más que nada de lo observado anteriormente. Al poco tiempo dio a conocer la Doctrina Carter, que anunciaba que Estados Unidos haría uso de la fuerza militar si era necesaria para defender sus intereses nacionales en el Golfo Pérsico.

También ordenó una ampliación del ejército, que despejó el terreno a las ampliaciones de Ronald Reagan.

Durante la Guerra Civil, Abraham Lincoln no había puesto ninguna fe en la estrategia del General Ulysses Grant para recuperar el fortín de Vicksburg, Missouri. Cuando cayó Vicksburg, Lincoln remitió a Grant una misiva reconociendo abiertamente su error: "Desearía ahora realizar una admisión personal", finaliza, "de que usted estaba en lo cierto y yo no".

Al presidente 44, que dice tener como referencia al decimosexto, le vendría bien parte de esa franqueza. La política exterior Obama no llevó a donde él esperaba, y admitirlo públicamente no reviste ninguna vergüenza.

Su estrategia era errada, Señor Presidente

El Presidente Obama debate la situación en Irak en la Casa Blanca el 9 de agosto,
Jeff Jacoby
viernes, 29 de agosto de 2014, 19:39 h (CET)
A nadie le gusta admitir haberse equivocado en una cuestión fundamental. Para un presidente estadounidense, pocas cosas son más difíciles.

Cuando se es investido de un poder y una imagen tremendas fruto de haber convencido a decenas de millones de ciudadanos de elevarle al cargo público más elevado del país, reconocer públicamente que te has equivocado de forma garrafal no sale de manera natural. Aún menos cuando el error garrafal ocupa la posición angular de tu estrategia en el mundo.

La política exterior Obama está en las últimas. Transcurridos casi seis años de una presidencia cuyo enfoque sobre el mundo se ha fundamentado en la contracción de la presencia norteamericana, el "liderar a la zaga", la delegación de responsabilidades en organizaciones multinacionales y el rechazo tajante a las soluciones militares, el mundo se ha convertido en un lugar mucho más peligroso.

La prueba principal de la acusación, por supuesto, es Irak, donde Obama no sólo se mostró inflexible en que todos los efectivos regulares estadounidenses fueran retirados, sino que presumió — una y otra vez sin parar — de haber cumplido su promesa.

Está claro ya que la desconexión americana de Irak, acompañada de la disposición reacia de Obama a ayudar a los moderados en la guerra civil siria, generó un vacío que los yihadistas virulentos del ISIS se prestaron puntualmente a ocupar. Su autoproclamado califato rige ya en alrededor de 90.000 kilómetros cuadrados de Irak y la Siria septentrional. Este mes, Obama ordenaba a regañadientes los ataques aéreos selectivos de las inmediaciones de Irbil, y el Pentágono está sopesando objetivos potenciales de ataque dentro de Siria. Pero el presidente sigue sin mostrarse dispuesto a reconocer lo que cada vez más estadounidenses están captando: La retirada norteamericana del escalafón global fue profundamente imprudente.

Pero reconocer públicamente el error sería una señal de carácter. Otros presidentes lo han hecho.

George W. Bush apoyó inicialmente la opinión, auspiciada por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, de que la presencia militar norteamericana en Irak sería un acicate de la insurgencia violenta post- Saddam, y que la única estrategia para paliar el derramamiento de sangre sería contraer la presencia militar norteamericana. Pero en 2006, Bush cambió radicalmente de opinión. "Está claro que hemos de cambiar nuestra estrategia en Irak", informó a la nación en una intervención televisada, anunciando el despliegue de 20.000 efectivo regulares adicionales. El incremento de efectivos era profundamente impopular - Bush lo llama "la decisión más dura" de su presidencia. Pero derrotó a la insurgencia y ganó la guerra.

Cuando Yugoslavia saltó por los aires en los años 90 y los bosnios estaban siendo brutalmente atacados por los serbios, Bill Clinton no ofreció a las víctimas más que discursos de consuelo. No solamente era reacio a intervenir directamente para detener los ataques genocidas de los serbios, ni siquiera pondría fin al embargo de armamento que dejaba indefensos a los bosnios. Una mayor intervención militar, decía la administración, no acercaría la paz "ni un milímetro".

Pero la postura cambió radicalmente tras la masacre serbia de más de 7.000 bosnios menores de edad en el presunto "refugio" de Srebrenica, y, más tarde, con el mortal ataque del mercado de Sarajevo. Tras oponerse durante mucho tiempo a la intervención militar, Clinton cambió radicalmente de rumbo. Estados Unidos lideró una campaña de bombardeos de la OTAN que no solamente acercó la paz un milímetro, puso punto final a la Guerra de Bosnia. Hoy, con todos sus defectos, Clinton es ampliamente considerado un héroe entre los bosnios.

Quizá ningún presidente moderno haya sido tan franco como Jimmy Carter al admitir que su orientación en política exterior estaba seriamente desencarrilada.

"... una admisión personal de que usted tenía razón y yo no" — Escrito remitido por el Presidente Lincoln al General Grant tras la Victoria de Vicksburg.

Carter había llegado a la administración dispuesto a pensar lo mejor de la Unión Soviética y advirtiendo a los estadounidenses que debían superar "su miedo infundado al comunismo". La invasión soviética de Afganistán en 1979 le hizo despertar. La agresión de Moscú "ha formulado un cambio en mi opinión de los objetivos finales de los soviéticos más dramático", confesaba Carter, más que nada de lo observado anteriormente. Al poco tiempo dio a conocer la Doctrina Carter, que anunciaba que Estados Unidos haría uso de la fuerza militar si era necesaria para defender sus intereses nacionales en el Golfo Pérsico.

También ordenó una ampliación del ejército, que despejó el terreno a las ampliaciones de Ronald Reagan.

Durante la Guerra Civil, Abraham Lincoln no había puesto ninguna fe en la estrategia del General Ulysses Grant para recuperar el fortín de Vicksburg, Missouri. Cuando cayó Vicksburg, Lincoln remitió a Grant una misiva reconociendo abiertamente su error: "Desearía ahora realizar una admisión personal", finaliza, "de que usted estaba en lo cierto y yo no".

Al presidente 44, que dice tener como referencia al decimosexto, le vendría bien parte de esa franqueza. La política exterior Obama no llevó a donde él esperaba, y admitirlo públicamente no reviste ninguna vergüenza.

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