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Conviene recordar que Islandia es un pequeño país, con apenas unos 320.000

En Islandia dejaron quebrar a los bancos ¿Por qué en España no?

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Si uno se entretiene en leerse lo que ha sido la Historia de una nación tan pequeña como es Islandia, desde los años 80 del siglo pasado, no puede menos que encontrar un gran paralelismo con lo que ha sido la evolución de nuestra nación a través de estos últimos 34 años. Sin duda podríamos buscar analogías que nos ayudarían a encontrar un factor esencial, común a las dos naciones, que pueden explicar las causas originarias de que la recesión del 2008 tuviera tanta repercusión y causara el desplome de ambas economías, con fatales consecuencias para ambas naciones.

Conviene recordar que Islandia es un pequeño país, con apenas unos 320.000 habitantes, situado en el extremo noroeste de Europa, cuya capital es Reykiavik también se debe resaltar que, como ha sucedido en España, los grandes responsables del desmoronamiento de su economía con motivo de la llegada de la crisis fueron los bancos. El hecho de que notables economistas se hayan fijado en aquellas tierras, en los cambios económicos y financieros que tuvieron lugar en ellas; es, sin duda, lo paradigmático de su caso y las consecuencias que se pueden extraer de aquel proceso; lo que no quiere decir que, para todos los expertos, la explicación de las causas del aparatoso derrumbe de las finanzas islandesas con la llegada de la crisis, fueran las mismas.

En los años 80 el Gobierno de Islandia privatizó la pesca, la dividió en cuotas que entregó a los pescadores y, con ello, sembró las raíces de una prosperidad que convirtió a la nación en el patrón del modelo liberal. Una política económica gravada con bajos impuestos; privatizaciones, y desregulaciones, muy en consonancias con las teorías del economista Milton Friedman e influenciados por las políticas de Reagan y Thatcher. Un paro de un 1%, una renta per cápita de las más altas del mundo, inversiones en energía verde, plantas de aluminio y tecnología, elevaron al país a la categoría de paraíso para sus ciudadanos. Con la llegada del nuevo siglo y la privatización de la banca, parecía que se había redondeado aquel ciclo de prosperidad. Nada más lejos de la realidad. Como dice un articulista “una economía, sentada sobre sólidas bases, se convirtió en una mesa de Blak jack”. La población se imbuyó de ideas nacionalistas a favor de su supremacía racial -¿qué nos recuerda a los españoles esta situación? –, sacaron a relucir su pasado vikingo (recordemos la obsesión de Hitler por la super raza aria, por lo que especialista calificaron sus ideas de darwinismo social y de apoyo a la eugenesia) y la famosa idea, que durante tantos años se ha venido compartiendo en España, de que “las casas nunca bajan de precio”.

La especulación tomó carta de naturaleza. Los ejecutivos se concedían créditos millonarios a sí mismos, a sus familiares, a sus amigos, y a los políticos cercanos, en ocasiones sin exigir garantía alguna. La Bolsa multiplicó por nueve, desde 2003 hasta 2007 y los precios de los pisos se triplicaron. Llegó la crisis del 2008 y la caída fue espectacular. La corona se desplomó, el paro creció a toda velocidad, el PIB cayó un 15% y los bancos perdieron 100.000 millones de dólares. Todo había ido bien hasta que se privatizó la banca y los banqueros con sus excesos, con su afán de riqueza, con sus especulaciones mal calculadas. ¿Sólo de ellos? Puede que también fue culpa de los políticos que lo permitieron.

No hay duda alguna de que el esquema de lo que pasó en Islandia se puede aplicar, casi punto por punto, a la trayectoria recorrida por nuestra economía; sólo que, en el caso de España, el desgraciado gobierno del señor Rodríguez Zapatero, su falta de previsión, su desmesurado gasto público y su ceguera ante una crisis anunciada, acabó de favorecer que nuestra crisis tuviera unas características todavía más preocupantes de lo ocurrido en Islandia que, si sufrió un gran costalazo, el hecho de que su población gozara de más recursos económicos que los españoles; ayudó a que las consecuencias para los islandeses fueran menos dramáticas que en nuestro caso (hablamos de un paro del 8%).

En Islandia se produjeron unas reacciones que, algunos, hubiéramos querido que se hubieran imitado en España. El gobierno de Zapatero decidió salvar a los bancos (especialmente a las cajas de ahorros, las grandes culpables de la catástrofe inmobiliaria) y para ello primero se reunió con los banqueros para escuchar sus excusas y luego, incomprensiblemente, concedió un aval para ellos de 50.000 millones de euros. El Islandia no los salvaron, fuera porque no quisieron o porque no tuvieron dinero para hacerlo y… los dejaron quebrar, inculpando a los banqueros (algunos aún andan huidos) para que respondieran de sus errores. Si en España se hubieran tomado medidas parecidas y los 50.000 millones de euros se hubieran dedicado a salvar a los clientes de los bancos que tuvieran sus dineros en ellos, otro gallo hubiera cantado.

Los 50.000 millones de euros sólo sirvieron para empezar pero, desde entonces, a pesar de que las entidades apalancadas no cumplieron con su promesa de conceder créditos a los industriales, han sido favorecidas con otros préstamos a cargo del FROP, aparte de los 40.000 millones de euros que nos entregó Europa, para acabar de cubrir las necesidades de algunas entidades especialmente afectadas por la famosa burbuja inmobiliaria. La creación del banco malo, ha contribuido de forma determinante a limpiar los balances de las entidades de crédito del pesado lastre de los activos tóxicos; pero las responsabilidades por la debacle bancaria siguen sin ser demandadas.

Los ciudadanos de a pie tenemos la impresión de que hay muchos directivos de banco, muchos gestores y muchos políticos implicados directamente en el desastre bancario y las cajas de ahorro. No entendemos que, muchos de ellos, hayan salido de rositas, cuando se ha demostrado que su gestión ha sido ruinosa, que se han saltado las normas por las que se rigen las cajas de ahorros y que han sido responsables de su quiebra o, en su caso, de la necesidad de que fueran rescatadas a cargo del Erario Público. Más que un problema de derechas o izquierdas; más que atribuir responsabilidades al gobierno, que también, deberíamos reclamar a la Administración de Justicia y al propio Banco de España, por haber permitido que los españoles hayamos contribuido con nuestros impuestos a que se salvaran a unas entidades que no debieran de haber sido rescatadas; que sus directivos se fueran con jubilaciones millonarias; que la Justicia no haya actuado de oficio para pedir cuentas por una gestión que, en ocasiones, puede ser merecedora de ser considerada delictiva. El caso del señor Pujol y sus hijos, un affaire que todos conocían en Barcelona y que los separatistas no se atrevieron a denunciar para que no perjudicar a su causa, es un ejemplo de la pasividad de una Justicia, evidentemente dominada por intereses políticos y por influencias nacionalistas.

La perspectiva de lo sucedido en España, después de los cinco años de crisis y de las reminiscencias que todavía nos afectan de aquellos tiempos, nos permite ver con claridad que no se trata de culpar ni a derechas ni a izquierdas, aunque pudieran haber factores que ayudaron a que llegáramos a la recesión; sino, a un sector especialmente responsable, el de los banqueros, que siempre sobreviven a cualquier régimen y que, pase lo que pase, siempre salen a flote; como se viene demostrando cuando, hoy en día, la mayoría de ellos siguen consiguiendo beneficios cuando, en España, todavía existen casi cinco millones de personas sin trabajo. El Gobierno, del signo que sea, debería valorar el impacto que en la ciudadanía ha tenido el que, aquellos a los que se les responsabiliza mayoritariamente de los efectos de la crisis, pudieran salir beneficiados de su incompetencia o su falta de ética. O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos quejamos de la impunidad de algunos que merecerían estar purgando sus culpas en una celda.

En Islandia dejaron quebrar a los bancos ¿Por qué en España no?

Conviene recordar que Islandia es un pequeño país, con apenas unos 320.000
Miguel Massanet
viernes, 29 de agosto de 2014, 07:33 h (CET)
Si uno se entretiene en leerse lo que ha sido la Historia de una nación tan pequeña como es Islandia, desde los años 80 del siglo pasado, no puede menos que encontrar un gran paralelismo con lo que ha sido la evolución de nuestra nación a través de estos últimos 34 años. Sin duda podríamos buscar analogías que nos ayudarían a encontrar un factor esencial, común a las dos naciones, que pueden explicar las causas originarias de que la recesión del 2008 tuviera tanta repercusión y causara el desplome de ambas economías, con fatales consecuencias para ambas naciones.

Conviene recordar que Islandia es un pequeño país, con apenas unos 320.000 habitantes, situado en el extremo noroeste de Europa, cuya capital es Reykiavik también se debe resaltar que, como ha sucedido en España, los grandes responsables del desmoronamiento de su economía con motivo de la llegada de la crisis fueron los bancos. El hecho de que notables economistas se hayan fijado en aquellas tierras, en los cambios económicos y financieros que tuvieron lugar en ellas; es, sin duda, lo paradigmático de su caso y las consecuencias que se pueden extraer de aquel proceso; lo que no quiere decir que, para todos los expertos, la explicación de las causas del aparatoso derrumbe de las finanzas islandesas con la llegada de la crisis, fueran las mismas.

En los años 80 el Gobierno de Islandia privatizó la pesca, la dividió en cuotas que entregó a los pescadores y, con ello, sembró las raíces de una prosperidad que convirtió a la nación en el patrón del modelo liberal. Una política económica gravada con bajos impuestos; privatizaciones, y desregulaciones, muy en consonancias con las teorías del economista Milton Friedman e influenciados por las políticas de Reagan y Thatcher. Un paro de un 1%, una renta per cápita de las más altas del mundo, inversiones en energía verde, plantas de aluminio y tecnología, elevaron al país a la categoría de paraíso para sus ciudadanos. Con la llegada del nuevo siglo y la privatización de la banca, parecía que se había redondeado aquel ciclo de prosperidad. Nada más lejos de la realidad. Como dice un articulista “una economía, sentada sobre sólidas bases, se convirtió en una mesa de Blak jack”. La población se imbuyó de ideas nacionalistas a favor de su supremacía racial -¿qué nos recuerda a los españoles esta situación? –, sacaron a relucir su pasado vikingo (recordemos la obsesión de Hitler por la super raza aria, por lo que especialista calificaron sus ideas de darwinismo social y de apoyo a la eugenesia) y la famosa idea, que durante tantos años se ha venido compartiendo en España, de que “las casas nunca bajan de precio”.

La especulación tomó carta de naturaleza. Los ejecutivos se concedían créditos millonarios a sí mismos, a sus familiares, a sus amigos, y a los políticos cercanos, en ocasiones sin exigir garantía alguna. La Bolsa multiplicó por nueve, desde 2003 hasta 2007 y los precios de los pisos se triplicaron. Llegó la crisis del 2008 y la caída fue espectacular. La corona se desplomó, el paro creció a toda velocidad, el PIB cayó un 15% y los bancos perdieron 100.000 millones de dólares. Todo había ido bien hasta que se privatizó la banca y los banqueros con sus excesos, con su afán de riqueza, con sus especulaciones mal calculadas. ¿Sólo de ellos? Puede que también fue culpa de los políticos que lo permitieron.

No hay duda alguna de que el esquema de lo que pasó en Islandia se puede aplicar, casi punto por punto, a la trayectoria recorrida por nuestra economía; sólo que, en el caso de España, el desgraciado gobierno del señor Rodríguez Zapatero, su falta de previsión, su desmesurado gasto público y su ceguera ante una crisis anunciada, acabó de favorecer que nuestra crisis tuviera unas características todavía más preocupantes de lo ocurrido en Islandia que, si sufrió un gran costalazo, el hecho de que su población gozara de más recursos económicos que los españoles; ayudó a que las consecuencias para los islandeses fueran menos dramáticas que en nuestro caso (hablamos de un paro del 8%).

En Islandia se produjeron unas reacciones que, algunos, hubiéramos querido que se hubieran imitado en España. El gobierno de Zapatero decidió salvar a los bancos (especialmente a las cajas de ahorros, las grandes culpables de la catástrofe inmobiliaria) y para ello primero se reunió con los banqueros para escuchar sus excusas y luego, incomprensiblemente, concedió un aval para ellos de 50.000 millones de euros. El Islandia no los salvaron, fuera porque no quisieron o porque no tuvieron dinero para hacerlo y… los dejaron quebrar, inculpando a los banqueros (algunos aún andan huidos) para que respondieran de sus errores. Si en España se hubieran tomado medidas parecidas y los 50.000 millones de euros se hubieran dedicado a salvar a los clientes de los bancos que tuvieran sus dineros en ellos, otro gallo hubiera cantado.

Los 50.000 millones de euros sólo sirvieron para empezar pero, desde entonces, a pesar de que las entidades apalancadas no cumplieron con su promesa de conceder créditos a los industriales, han sido favorecidas con otros préstamos a cargo del FROP, aparte de los 40.000 millones de euros que nos entregó Europa, para acabar de cubrir las necesidades de algunas entidades especialmente afectadas por la famosa burbuja inmobiliaria. La creación del banco malo, ha contribuido de forma determinante a limpiar los balances de las entidades de crédito del pesado lastre de los activos tóxicos; pero las responsabilidades por la debacle bancaria siguen sin ser demandadas.

Los ciudadanos de a pie tenemos la impresión de que hay muchos directivos de banco, muchos gestores y muchos políticos implicados directamente en el desastre bancario y las cajas de ahorro. No entendemos que, muchos de ellos, hayan salido de rositas, cuando se ha demostrado que su gestión ha sido ruinosa, que se han saltado las normas por las que se rigen las cajas de ahorros y que han sido responsables de su quiebra o, en su caso, de la necesidad de que fueran rescatadas a cargo del Erario Público. Más que un problema de derechas o izquierdas; más que atribuir responsabilidades al gobierno, que también, deberíamos reclamar a la Administración de Justicia y al propio Banco de España, por haber permitido que los españoles hayamos contribuido con nuestros impuestos a que se salvaran a unas entidades que no debieran de haber sido rescatadas; que sus directivos se fueran con jubilaciones millonarias; que la Justicia no haya actuado de oficio para pedir cuentas por una gestión que, en ocasiones, puede ser merecedora de ser considerada delictiva. El caso del señor Pujol y sus hijos, un affaire que todos conocían en Barcelona y que los separatistas no se atrevieron a denunciar para que no perjudicar a su causa, es un ejemplo de la pasividad de una Justicia, evidentemente dominada por intereses políticos y por influencias nacionalistas.

La perspectiva de lo sucedido en España, después de los cinco años de crisis y de las reminiscencias que todavía nos afectan de aquellos tiempos, nos permite ver con claridad que no se trata de culpar ni a derechas ni a izquierdas, aunque pudieran haber factores que ayudaron a que llegáramos a la recesión; sino, a un sector especialmente responsable, el de los banqueros, que siempre sobreviven a cualquier régimen y que, pase lo que pase, siempre salen a flote; como se viene demostrando cuando, hoy en día, la mayoría de ellos siguen consiguiendo beneficios cuando, en España, todavía existen casi cinco millones de personas sin trabajo. El Gobierno, del signo que sea, debería valorar el impacto que en la ciudadanía ha tenido el que, aquellos a los que se les responsabiliza mayoritariamente de los efectos de la crisis, pudieran salir beneficiados de su incompetencia o su falta de ética. O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos quejamos de la impunidad de algunos que merecerían estar purgando sus culpas en una celda.

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Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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