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Herme Cerezo

Rodolfo Walsh, un tipo comprometido

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Ahora que hace ya más de un año que les doy la vara con mis artículos, mis cuentos, mis entrevistas y mis reseñas, mientras mi memoria añora la playa de L’Almadrava de Benicàssim, azotada por las olas y arañada por los balandros de la Escuela de Vela, se me ocurre hablarles de alguien a quien, a pesar de su fama mundial, no conocía hasta el verano pasado. Mi ignorancia es grande, lo confieso, como también lo es mi afán por aprender. ¡Ay de mí cuando mi curiosidad por lo desconocido desaparezca! Ese día, como decía mi tío Enrique, q.e.p.d., estaré “més perdut que un garrofí en alta mar” que, en castellano verbo, quiere decir “más perdido que un algarrobo en alta mar”. Por eso fue una grata sorpresa y una enorme satisfacción para mí leer unos cuantos relatos del escritor Rodolfo Walsh.

Y, como siempre sucede, en cuanto me intereso por algo o por alguien, automáticamente comienzan a llegarme ondas, ideas, noticias o pistas sobre el tipo en cuestión. Les juro que no lo hago a propósito, pero siempre ocurre así y por ello hace tiempo que dejé de creer en las casualidades. Es una realidad que se me impone y que he aceptado sin más.

Rodolfo Walsh era de nacionalidad argentina, un pibe, viste. Lo cual explica esa curiosa alianza de nombre castellano y apellido probablemente sajón, ya que todos sabemos que el pueblo argentino es una populosa, rica y variopinta mezcla de etnias y procedencias. Sin embargo, también columbré otra explicación, ya que la posibilidad del seudónimo era evidente. Pero, por la información que conseguí reunir, me consta que estos datos eran auténticos. Y el tal Walsh era ― y es ― un escritor importante dentro del género policiaco, muy importante. Incluso hay un Premio Literario que lleva su nombre. ¡Vaya por Dios, y yo sin enterarme!

El libro que cayó en mis manos se titula “Cuento para tahúres y otros relatos policiales”. No es nuevo, pero en las librerías de moda está en los mostradores de novedades. “Cuento para tahúres ...” reúne una colección de relatos que, en 1953, apareció publicada bajo el título de “Diez cuentos policiales argentinos”. Si hay algo que me gusta del género policiaco, además de las grandes novelas, clarostá, mirusté, son los textos breves.

Y aquí hay una selección de primer nivel: “Cuento para tahúres” es el relato de una partida de dados; “La sombra de un pájaro”, un crimen pasional mezclado con el béisbol y un joven poeta; “Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto), un original rompecabezas policial donde en menos de seis páginas se descubre el asesinato de uno de los cuatro portugueses, su asesino y el móvil; ‘Las tres noches de Isaías Bloom’, una amalgama de crimen y estupefacientes; ‘Trasposición de jugadas’, ‘Simbiosis’, ‘Los dos montones de tierra’ y ‘En defensa propia’ constituyen el grupo de cuentos protagonizados por el comisario Laurenzi, un policía venido a menos, cuyos recuerdos sirven de pretexto a Walsh para pergeñar intrigas delictivas cortas, de gran categoría y con distintos ambientes: desde villorrios de mala muerte “donde nunca termina de posarse el polvo”, hasta la vivienda del juez Reynal, egregio magistrado de pasado triste; ‘Los nutrieros’ es una historia de cazadores de nutrias que da paso a los dos últimos relatos, los menos policiales pero quizá también las perlas de la corona: ‘Los ojos del traidor’ y ‘El viaje circular’. A ambos cabe encasillarlos dentro del género negro, aunque en ninguno de ellos se produzca la acostumbrada investigación, que sí encontramos en la mayoría de cuentos que le preceden. ‘Los ojos del traidor’ es una joya, un relato para disfrutar que, mientras se lee, trae a la memoria los ecos de otra novela mítica ”Las manos de Orlac” del escritor Maurice Renard, llevada al cine en tres ocasiones, las dos primeras protagonizadas por Peter Lorre y la tercera por Mel Ferrer y Christopher Lee. Aquí, el trasplante no es de manos, sino de córnea y las consecuencias que ello acarrea son traumáticas. ‘El viaje circular’, que cierra el volumen, es sin duda un buen relato, aunque de desarrollo previsible: las pistas que suministra Walsh en sus breves páginas son excesivamente evidentes.

Siempre he pensado que en América del Sur es un saco sin fondo, un terreno abonado para las historias más variopintas y originales. En ‘Cuento para tahúres y otros ... ‘ hay Borges y también Vargas Llosa, aunque en este último caso, en realidad, habría que afirmar lo contrario: hay Walsh en Vargas Llosa (‘Simbiosis’). En los cuentos del escritor argentino hay acción, fuerza narrativa, argumentos interesantes, deducciones verosímiles y explicaciones convincentes. No se puede pedir más a un libro que apenas alcanza las 150 páginas.

Bien, no querría despedirme sin contarles algo más de su vida. Y aunque lo escriba yo, lo dice su editor en la Nota previa del libro. Rodolfo Walsh nació en 1927 en la ciudad argentina de Choele-Choel, en la provincia de Río Negro. Pronto se trasladó a Buenos Aires donde trabajó como traductor de la editorial Hachette. Según la Nota “la investigación del crimen fue un tema que le obsesionó durante toda su vida”, lo que plasmó en un buen número de obras: ‘Diez cuentos argentinos’ y ‘Variaciones en rojo’ (1953), ‘Antología del cuento extraño’ (1956), ‘Operación masacre’ (1957), ‘Los oficios terrestres’ (1965), ‘¿Quién mató a Rosendo’ (1969), ‘Un oscuro día de justicia’ (1973) y ‘El caso Satanowsky (1973).

Escritor comprometido, a Rodolfo Walsh le visitó la muerte el 25 de marzo de 1977. Veinticuatro horas antes, había escrito su ‘Carta Abierta a la Junta Militar’ que tiranizó Argentina desde 1976 a 1983. En ella acusaba a los militares de los crímenes que, en nombre de la justicia, se perpetraban en su país. El final de la carta decía así: “Éstas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Un día después, un escuadrón especial irrumpió en su propio domicilio de Buenos Aires, asesinándolo. Su nombre pasó entonces a engrosar la larga nómina de los desaparecidos argentinos.

No cabía pedir otro colofón para quien pasó su vida explicando crímenes y amando la libertad. El propio Walsh proporcionó el argumento de la escena de su muerte. Y, de paso, dejó pistas concluyentes para conocer quiénes serían sus asesinos.

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‘Cuento para tahúres y otros relatos policiales’ de Rodolfo Walsh. Colección Línea de Sombra. Ed. Espasa Calpe, S.A. Precio: 5’95 euros.

Rodolfo Walsh, un tipo comprometido

Herme Cerezo
Herme Cerezo
domingo, 15 de abril de 2007, 09:17 h (CET)
Ahora que hace ya más de un año que les doy la vara con mis artículos, mis cuentos, mis entrevistas y mis reseñas, mientras mi memoria añora la playa de L’Almadrava de Benicàssim, azotada por las olas y arañada por los balandros de la Escuela de Vela, se me ocurre hablarles de alguien a quien, a pesar de su fama mundial, no conocía hasta el verano pasado. Mi ignorancia es grande, lo confieso, como también lo es mi afán por aprender. ¡Ay de mí cuando mi curiosidad por lo desconocido desaparezca! Ese día, como decía mi tío Enrique, q.e.p.d., estaré “més perdut que un garrofí en alta mar” que, en castellano verbo, quiere decir “más perdido que un algarrobo en alta mar”. Por eso fue una grata sorpresa y una enorme satisfacción para mí leer unos cuantos relatos del escritor Rodolfo Walsh.

Y, como siempre sucede, en cuanto me intereso por algo o por alguien, automáticamente comienzan a llegarme ondas, ideas, noticias o pistas sobre el tipo en cuestión. Les juro que no lo hago a propósito, pero siempre ocurre así y por ello hace tiempo que dejé de creer en las casualidades. Es una realidad que se me impone y que he aceptado sin más.

Rodolfo Walsh era de nacionalidad argentina, un pibe, viste. Lo cual explica esa curiosa alianza de nombre castellano y apellido probablemente sajón, ya que todos sabemos que el pueblo argentino es una populosa, rica y variopinta mezcla de etnias y procedencias. Sin embargo, también columbré otra explicación, ya que la posibilidad del seudónimo era evidente. Pero, por la información que conseguí reunir, me consta que estos datos eran auténticos. Y el tal Walsh era ― y es ― un escritor importante dentro del género policiaco, muy importante. Incluso hay un Premio Literario que lleva su nombre. ¡Vaya por Dios, y yo sin enterarme!

El libro que cayó en mis manos se titula “Cuento para tahúres y otros relatos policiales”. No es nuevo, pero en las librerías de moda está en los mostradores de novedades. “Cuento para tahúres ...” reúne una colección de relatos que, en 1953, apareció publicada bajo el título de “Diez cuentos policiales argentinos”. Si hay algo que me gusta del género policiaco, además de las grandes novelas, clarostá, mirusté, son los textos breves.

Y aquí hay una selección de primer nivel: “Cuento para tahúres” es el relato de una partida de dados; “La sombra de un pájaro”, un crimen pasional mezclado con el béisbol y un joven poeta; “Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto), un original rompecabezas policial donde en menos de seis páginas se descubre el asesinato de uno de los cuatro portugueses, su asesino y el móvil; ‘Las tres noches de Isaías Bloom’, una amalgama de crimen y estupefacientes; ‘Trasposición de jugadas’, ‘Simbiosis’, ‘Los dos montones de tierra’ y ‘En defensa propia’ constituyen el grupo de cuentos protagonizados por el comisario Laurenzi, un policía venido a menos, cuyos recuerdos sirven de pretexto a Walsh para pergeñar intrigas delictivas cortas, de gran categoría y con distintos ambientes: desde villorrios de mala muerte “donde nunca termina de posarse el polvo”, hasta la vivienda del juez Reynal, egregio magistrado de pasado triste; ‘Los nutrieros’ es una historia de cazadores de nutrias que da paso a los dos últimos relatos, los menos policiales pero quizá también las perlas de la corona: ‘Los ojos del traidor’ y ‘El viaje circular’. A ambos cabe encasillarlos dentro del género negro, aunque en ninguno de ellos se produzca la acostumbrada investigación, que sí encontramos en la mayoría de cuentos que le preceden. ‘Los ojos del traidor’ es una joya, un relato para disfrutar que, mientras se lee, trae a la memoria los ecos de otra novela mítica ”Las manos de Orlac” del escritor Maurice Renard, llevada al cine en tres ocasiones, las dos primeras protagonizadas por Peter Lorre y la tercera por Mel Ferrer y Christopher Lee. Aquí, el trasplante no es de manos, sino de córnea y las consecuencias que ello acarrea son traumáticas. ‘El viaje circular’, que cierra el volumen, es sin duda un buen relato, aunque de desarrollo previsible: las pistas que suministra Walsh en sus breves páginas son excesivamente evidentes.

Siempre he pensado que en América del Sur es un saco sin fondo, un terreno abonado para las historias más variopintas y originales. En ‘Cuento para tahúres y otros ... ‘ hay Borges y también Vargas Llosa, aunque en este último caso, en realidad, habría que afirmar lo contrario: hay Walsh en Vargas Llosa (‘Simbiosis’). En los cuentos del escritor argentino hay acción, fuerza narrativa, argumentos interesantes, deducciones verosímiles y explicaciones convincentes. No se puede pedir más a un libro que apenas alcanza las 150 páginas.

Bien, no querría despedirme sin contarles algo más de su vida. Y aunque lo escriba yo, lo dice su editor en la Nota previa del libro. Rodolfo Walsh nació en 1927 en la ciudad argentina de Choele-Choel, en la provincia de Río Negro. Pronto se trasladó a Buenos Aires donde trabajó como traductor de la editorial Hachette. Según la Nota “la investigación del crimen fue un tema que le obsesionó durante toda su vida”, lo que plasmó en un buen número de obras: ‘Diez cuentos argentinos’ y ‘Variaciones en rojo’ (1953), ‘Antología del cuento extraño’ (1956), ‘Operación masacre’ (1957), ‘Los oficios terrestres’ (1965), ‘¿Quién mató a Rosendo’ (1969), ‘Un oscuro día de justicia’ (1973) y ‘El caso Satanowsky (1973).

Escritor comprometido, a Rodolfo Walsh le visitó la muerte el 25 de marzo de 1977. Veinticuatro horas antes, había escrito su ‘Carta Abierta a la Junta Militar’ que tiranizó Argentina desde 1976 a 1983. En ella acusaba a los militares de los crímenes que, en nombre de la justicia, se perpetraban en su país. El final de la carta decía así: “Éstas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Un día después, un escuadrón especial irrumpió en su propio domicilio de Buenos Aires, asesinándolo. Su nombre pasó entonces a engrosar la larga nómina de los desaparecidos argentinos.

No cabía pedir otro colofón para quien pasó su vida explicando crímenes y amando la libertad. El propio Walsh proporcionó el argumento de la escena de su muerte. Y, de paso, dejó pistas concluyentes para conocer quiénes serían sus asesinos.

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‘Cuento para tahúres y otros relatos policiales’ de Rodolfo Walsh. Colección Línea de Sombra. Ed. Espasa Calpe, S.A. Precio: 5’95 euros.

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