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La niña

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Clint Eastwood, en la película “Gran Torino”, realiza una extraña confesión de tres pecadillos sin importancia: haber dado un beso a una mujer que no era la suya, defraudar una vez al fisco y no conocer o comprender a sus dos hijos.


Los hijos únicos, creo, se diferencian del resto de otros en que siempre son el niño o la niña. Pueden pasar años, lustros o decenios que nuestra única hija, Rosamary, siempre será la niña a secas. Ella tiene dos hijas, pero para nosotros, por muy niñas que sean nuestras nietas, ella seguirá siendo la niña.



No sé si al igual que Clint algún día me confesaré, pero si lo hiciera ese error de no conocer a Rosamary creo que no se encuentra en el saco de mi escombrera.



Desde el día, hace ahora quince años, en que dejó de ejercer como profesora de EEMM para dedicarse a ser madre y esposa o compañera comprendí que me encontraba ante un ser extraño y excepcional. Hoy, cuando estos valores, aunque sigan siendo valorados por la actual sociedad no son comparables ante el de la autonomía económica “por lo que pueda pasar”. Ella, mi niña, nuestra niña, ha vivido a tope la infancia de sus hijas, ha saboreado hasta la totalidad esa conexión que se establece entre el pezón y el bebé, ha sabido ser madre las veinticuatro horas del día, ha cambiado la verde pizarra donde explicaba logaritmos por la narración de cuentos infantiles y ha comprendido que la auténtica autonomía es la de servir, reinar diría yo; y todo ello sabiendo ser esposa que prepara un puchero en condiciones o unos ricos filetes empanados y, tal vez, nunca se sabe, pueda ser el regazo donde sus ancianos padres reclinen el último suspiro.



Es tan niña la niña que durante años ha rodeado la terraza de este viejo apartamento de pájaros de todos colores, desde Kiwi a Almíbar y este año el ladrido del chihuahua Rambo es el alborozo de la chiquillería de la vecindad; y es que Rosamary siendo una mujer de fuste es más niña que sus hijas, más madre que la “pastora” y menos crítica que su padre.



Este es mi regalo para mañana que será su santo, aunque para santa con ella me basta.

La niña

José García Pérez
sábado, 23 de agosto de 2014, 07:21 h (CET)

Clint Eastwood, en la película “Gran Torino”, realiza una extraña confesión de tres pecadillos sin importancia: haber dado un beso a una mujer que no era la suya, defraudar una vez al fisco y no conocer o comprender a sus dos hijos.


Los hijos únicos, creo, se diferencian del resto de otros en que siempre son el niño o la niña. Pueden pasar años, lustros o decenios que nuestra única hija, Rosamary, siempre será la niña a secas. Ella tiene dos hijas, pero para nosotros, por muy niñas que sean nuestras nietas, ella seguirá siendo la niña.



No sé si al igual que Clint algún día me confesaré, pero si lo hiciera ese error de no conocer a Rosamary creo que no se encuentra en el saco de mi escombrera.



Desde el día, hace ahora quince años, en que dejó de ejercer como profesora de EEMM para dedicarse a ser madre y esposa o compañera comprendí que me encontraba ante un ser extraño y excepcional. Hoy, cuando estos valores, aunque sigan siendo valorados por la actual sociedad no son comparables ante el de la autonomía económica “por lo que pueda pasar”. Ella, mi niña, nuestra niña, ha vivido a tope la infancia de sus hijas, ha saboreado hasta la totalidad esa conexión que se establece entre el pezón y el bebé, ha sabido ser madre las veinticuatro horas del día, ha cambiado la verde pizarra donde explicaba logaritmos por la narración de cuentos infantiles y ha comprendido que la auténtica autonomía es la de servir, reinar diría yo; y todo ello sabiendo ser esposa que prepara un puchero en condiciones o unos ricos filetes empanados y, tal vez, nunca se sabe, pueda ser el regazo donde sus ancianos padres reclinen el último suspiro.



Es tan niña la niña que durante años ha rodeado la terraza de este viejo apartamento de pájaros de todos colores, desde Kiwi a Almíbar y este año el ladrido del chihuahua Rambo es el alborozo de la chiquillería de la vecindad; y es que Rosamary siendo una mujer de fuste es más niña que sus hijas, más madre que la “pastora” y menos crítica que su padre.



Este es mi regalo para mañana que será su santo, aunque para santa con ella me basta.

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