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Darren Aronofsky presenta su “personal” visión de la leyenda bíblica de Noé

El arca de Aronofsky

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En un mundo asolado por la maldad humana, Dios ha decidido castigar a los hombres enviándoles un diluvio. Noé (Russell Crowe), descendiente de Set, y su familia, son los únicos elegidos para sobrevivir al apocalipsis e iniciar un nuevo comienzo.

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No creo que Darren Aronofsky sea el director más adecuado para realizar una epopeya bíblica de gran presupuesto (Mel Gibson hubiese sido, de largo, la mejor elección), pero tampoco me parece que el resultado final sea tan desdeñable como sus detractores se afanan en afirmar estos días. De hecho, Noé cumple a la perfección con los dos requisitos fundamentales de cualquier adaptación bíblica filmada en Hollywood desde los tiempos de DeMille: entretenimiento y espectáculo. Otra cosa bien diferente, es que viniendo del autor de Réquiem por un sueño, todos esperásemos una visión algo más personal de los acontecimientos expuestos en el Génesis. En ese sentido, Noah no supera la prueba, al tratarse de la obra más comercial/convencional de su talentoso director.

En lugar de optar por una plasmación realista de la conocida historia de Noé y su Arca, que sería lo previsible, Aronofsky prefiere plegarse a los cánones del género fantástico. De otro modo, no se habría entendido la tan criticada presencia en el relato de los Nefilim, una serie de ángeles caídos prisioneros de un gigantesco armazón de piedra que ayudan al protagonista en la construcción del Arca, pese a que en el texto bíblico se haga referencia expresa a ellos. Con diferentes connotaciones, eso sí. Tampoco hubiera tenido cabida el hecho de dotar a Matusalén (Anthony Hopkins) de poderes mágicos. La decisión del realizador de adscribirse a dicho género (que nadie espere un filme histórico), guste o no, debe ser aceptada por el espectador, quien, en consecuencia, difícilmente podrá reprocharle la aparición de elementos más o menos inverosímiles a lo largo de la trama, puesto que sería igual de absurdo que asombrarse por la existencia de orcos, elfos, trolls o dragones en una adaptación de El señor de los Anillos. De lo que sí se puede acusar a Aronofsky y a Ari Handel, autores del libreto, es de haber cometido el tremendo error de incluir en la película a un villano tan prescindible como Tubalcaín (Ray Winstone), símbolo del mal y descendiente de Caín. Esta concesión, muy de Hollywood, sobra por completo; pero claro, había que engordar el guión de alguna forma para que pudiera extenderse durante más de dos horas de metraje.

El mayor interés de Noé, a mi entender, radica en la encrucijada moral en la que se ve envuelto su personaje principal, un estupendo Russell Crowe que debe elegir entre la humanidad y lo que él ha creído interpretar del mensaje de Dios; entre los suyos y el genocidio divino. Resulta curioso verlo deambular, completamente enajenado, por el interior del Arca del mismo modo en que Jack Torrance lo hacía por las estancias del hotel Overlook en El resplandor. Ese oscuro dilema es lo más aronofskyano que encontramos en toda la cinta.

El arca de Aronofsky

Darren Aronofsky presenta su “personal” visión de la leyenda bíblica de Noé
Ricardo Pérez
viernes, 1 de agosto de 2014, 07:38 h (CET)
En un mundo asolado por la maldad humana, Dios ha decidido castigar a los hombres enviándoles un diluvio. Noé (Russell Crowe), descendiente de Set, y su familia, son los únicos elegidos para sobrevivir al apocalipsis e iniciar un nuevo comienzo.

010814cine2

No creo que Darren Aronofsky sea el director más adecuado para realizar una epopeya bíblica de gran presupuesto (Mel Gibson hubiese sido, de largo, la mejor elección), pero tampoco me parece que el resultado final sea tan desdeñable como sus detractores se afanan en afirmar estos días. De hecho, Noé cumple a la perfección con los dos requisitos fundamentales de cualquier adaptación bíblica filmada en Hollywood desde los tiempos de DeMille: entretenimiento y espectáculo. Otra cosa bien diferente, es que viniendo del autor de Réquiem por un sueño, todos esperásemos una visión algo más personal de los acontecimientos expuestos en el Génesis. En ese sentido, Noah no supera la prueba, al tratarse de la obra más comercial/convencional de su talentoso director.

En lugar de optar por una plasmación realista de la conocida historia de Noé y su Arca, que sería lo previsible, Aronofsky prefiere plegarse a los cánones del género fantástico. De otro modo, no se habría entendido la tan criticada presencia en el relato de los Nefilim, una serie de ángeles caídos prisioneros de un gigantesco armazón de piedra que ayudan al protagonista en la construcción del Arca, pese a que en el texto bíblico se haga referencia expresa a ellos. Con diferentes connotaciones, eso sí. Tampoco hubiera tenido cabida el hecho de dotar a Matusalén (Anthony Hopkins) de poderes mágicos. La decisión del realizador de adscribirse a dicho género (que nadie espere un filme histórico), guste o no, debe ser aceptada por el espectador, quien, en consecuencia, difícilmente podrá reprocharle la aparición de elementos más o menos inverosímiles a lo largo de la trama, puesto que sería igual de absurdo que asombrarse por la existencia de orcos, elfos, trolls o dragones en una adaptación de El señor de los Anillos. De lo que sí se puede acusar a Aronofsky y a Ari Handel, autores del libreto, es de haber cometido el tremendo error de incluir en la película a un villano tan prescindible como Tubalcaín (Ray Winstone), símbolo del mal y descendiente de Caín. Esta concesión, muy de Hollywood, sobra por completo; pero claro, había que engordar el guión de alguna forma para que pudiera extenderse durante más de dos horas de metraje.

El mayor interés de Noé, a mi entender, radica en la encrucijada moral en la que se ve envuelto su personaje principal, un estupendo Russell Crowe que debe elegir entre la humanidad y lo que él ha creído interpretar del mensaje de Dios; entre los suyos y el genocidio divino. Resulta curioso verlo deambular, completamente enajenado, por el interior del Arca del mismo modo en que Jack Torrance lo hacía por las estancias del hotel Overlook en El resplandor. Ese oscuro dilema es lo más aronofskyano que encontramos en toda la cinta.

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