El ritmo frenético de vida que lleva buena parte de la población, ha provocado unos sustanciales cambios de hábitos en la educación familiar en la última década, especialmente.
En cada vez mayor número de matrimonios o parejas trabajan fuera de casa ambos dos, con lo que ello implica en cuanto a la merma de atención, educación y ayuda a los jóvenes hijos - si los hay – que vuelven del colegio y están en casa sin ese apoyo y referente durante muchas horas, en no pocos casos. Cuando la madre / padre llega, pueden ser las 8 o 9 de la noche, obviamente cansados y sin apenas tiempo ni ganas de charlar de las incidencias escolares del hijo, lo que ha pasado durante el día, etc.
¿Quién ocupa ese lugar? Pues puede ser la televisión, la abuela, la play station, de todo un poco.
Es una dinámica o inercia que se ha convertido en pauta común en multitud de hogares. Esos hogares que normalmente ya ocupan un hijo o dos a lo sumo.
Definitivamente, estos ritmos de vida y prioridades que nos marcamos no encajan bien con más de uno o dos infantes en el hogar.
Es cuestión de valores y costumbres sociales. Casi todo aquel que supera hoy los 25 o 30 años se ha educado a buen seguro con su madre y/o padre en casa, ayudándoles estos con los deberes, la merienda y ‘administrando’ su ocio y sus deberes, con sabio criterio, normalmente.
Nada más lejos de mi intención satanizar o encumbrar un comportamiento u otro, es simplemente una constatación de lo mucho que está cambiando nuestra sociedad y los comportamientos familiares en muy poco tiempo.
Esta dinámica ha propiciado en muchas ocasiones una falta de autoridad moral de los padres ciertamente preocupante, cuyos paganos últimos son los propios hijos, en forma de educación familiar defectuosa y en último término, los propios profesores, que se las ven y se las desean para imponer sus enseñanzas y un mínimo de disciplina en clase.
A ver quién le pone el cascabel al gato; si el chaval llega a clase sin una educación clara en valores básicos y un respeto a la autoridad paterna, difícilmente la va a poder imponer el profesor, por bueno y didáctico que sea. Y el rol principal del padre no es comprarle al nene todo lo que pida, o lo más caro, lavando de esa manera la mala conciencia por no estar más tiempo con él, sino hacerle ver el valor de las cosas, instruirle en el esfuerzo, el respeto y la solidaridad, poner todos los instrumentos de crecimiento personal a su alcance, más que instrumentos materiales sofisticados... y por supuesto, estar más con él.
Recapacitemos pues sobre el modelo de educación y actitudes que inculcamos a nuestros pibes.