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Una de las obras más personales y conseguidas del realizador franco-polaco en mucho tiempo

La Venus de Polanski

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Un teatro de París. Tras un largo día de audiciones fallidas, el autor y director teatral Thomas (Mathieu Amalric), cansado de no encontrar a la actriz adecuada para que interprete a la protagonista de su nueva obra, una adaptación de La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch, está a punto de marcharse a casa cuando, de repente, una nueva aspirante, Vanda (Emmanuelle Seigner), entra en escena. ¿Será Vanda lo que Thomas busca?

Hacía años que el veterano director franco-polaco no acometía un trabajo tan personal como el que nos ofrece en La Vénus à la fourrure, adaptación de una pieza teatral de David Ives (coautor del guión junto al propio Polanski) que, a su vez, adaptaba la novela Venus im Pelz (1870), del escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch, cuyo apellido inspiró la acuñación de la palabra masoquismo: “perversión sexual de quien goza con verse humillado o maltratado por otra persona”, según la primera acepción que le otorga el diccionario de la Real Academia Española.

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El espacio cerrado polanskiano
Probablemente ningún otro realizador en la historia del cine, excepción hecha de Alfred Hitchcock, haya sabido moverse tan bien en espacios cerrados o reducidos como el autor de Repulsión. En la presente película, iniciada con un magnífico plano secuencia (como veremos, en realidad se trata del punto de vista subjetivo de Vanda) que recorre una calle parisina en medio de una tormentosa noche hasta introducirse en el interior de un teatro, la acción se desarrolla de manera íntegra y a tiempo real sobre un escenario. Dos actores y un único escenario. Polanski no necesita nada más para dar rienda suelta a algunas de sus habituales obsesiones: perversión sexual, fetichismo, ambigüedad identitaria.

Un juego de espejos: seducción y dominación
Uno de los aspectos más destacados del filme, es que consigue invertir los roles de la novela original de Sacher-Masoch. Recordemos que en ésta, su protagonista, Severin von Kusiemski, pervierte a una joven, Wanda von Dunajew, para que sea partícipe de sus prácticas sexuales masoquistas, obligándola a que lo trate como si fuese su esclavo. Aquí, en un principio también debería ser así, pero conforme los dos personajes van ensayando distintos pasajes de la obra (Thomas asume el papel de Severin en los ensayos), y reflexionando en torno a la naturaleza de la misma, el poder de seducción de Vanda (Emmanuelle Seigner está increíble), su capacidad para persuadir, terminará por imponerse a la voluntad inicial del autor, convertido ahora, sin saberlo, en simple títere. Ella es, sin duda, el ejemplar dominante; no porque se le imponga tal condición, sino porque así lo desea. Y es que La Venus de las pieles no deja de ser un divertido juego de espejos donde nada es lo que parece.

El diablo es una mujer
La alusión al Fausto de Goethe como el libro a través del cual se conocen Severin y Wanda en un hotel de Viena, según indica el texto de Masoch, no es en absoluto gratuita. De hecho, la relación que se establece entre Thomas/Severin y Vanda/Wanda resulta muy fáustica. La atractiva fémina, supone una suerte de Mefistófeles cuyo objeto es tentar a Thomas hasta convertirlo en su esclavo. Incluso se firma un contrato ficticio entre ambos, como en la obra de Goethe. El personaje de Emmanuelle Seigner tiene evidentes connotaciones sobrenaturales pese a su pose de mujer frívola y vulgar del principio. Para empezar, se presenta en medio de una noche de tormenta, tal y como suele hacerlo el diablo. Se conoce al dedillo el texto de Thomas, cuando afirma que sólo le ha echado un vistazo por encima mientras venía de camino. Es más, posee un duplicado del mismo, cosa que extraña al autor, puesto que no lo había compartido con nadie. Pero sigamos, porque hay más, mucho más. Casualmente, Vanda comparte nombre con la protagonista de la obra y, también por ¿casualidad?, lleva en su bolso todo lo necesario para llevar a cabo una representación convincente, incluyendo un batín vienés del siglo XIX que dice haber obtenido por unos cuarenta euros. Existen otros detalles, de los que no hablaré por respeto al lector, que revelan el carácter supra humano de Vanda. ¿Se trata del diablo hecho mujer, o tal vez sea la mismísima diosa Venus?

La vanitas castigada
El título de la novela de Masoch, hace referencia a una pintura de Tiziano, Venus con un espejo (1555), donde la diosa aparece envuelta en un manto de piel que recubre parte de su desnudez. Diversos y numerosos han sido los pintores que han representado a la divinidad del amor frente a un espejo como metáfora de la vanidad humana, entre ellos Diego Velázquez (no se pierdan los títulos de crédito finales, donde se hace un breve recorrido por las distintas representaciones de Venus a lo largo de la historia del arte). En la película, el realizador toca el tema de la vanidad del artista en particular, y el de la vanidad masculina en general. Tanto la una como la otra, serán castigadas por su soberbia frente al sexo femenino durante siglos.

En definitiva, un Polanski notable y juguetón que despliega todo su enorme talento tras las cámaras en una cinta que posee muchas más capas de lectura de las que en principio cabría esperar.

La Venus de Polanski

Una de las obras más personales y conseguidas del realizador franco-polaco en mucho tiempo
Ricardo Pérez
martes, 15 de julio de 2014, 07:22 h (CET)
Un teatro de París. Tras un largo día de audiciones fallidas, el autor y director teatral Thomas (Mathieu Amalric), cansado de no encontrar a la actriz adecuada para que interprete a la protagonista de su nueva obra, una adaptación de La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch, está a punto de marcharse a casa cuando, de repente, una nueva aspirante, Vanda (Emmanuelle Seigner), entra en escena. ¿Será Vanda lo que Thomas busca?

Hacía años que el veterano director franco-polaco no acometía un trabajo tan personal como el que nos ofrece en La Vénus à la fourrure, adaptación de una pieza teatral de David Ives (coautor del guión junto al propio Polanski) que, a su vez, adaptaba la novela Venus im Pelz (1870), del escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch, cuyo apellido inspiró la acuñación de la palabra masoquismo: “perversión sexual de quien goza con verse humillado o maltratado por otra persona”, según la primera acepción que le otorga el diccionario de la Real Academia Española.

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El espacio cerrado polanskiano
Probablemente ningún otro realizador en la historia del cine, excepción hecha de Alfred Hitchcock, haya sabido moverse tan bien en espacios cerrados o reducidos como el autor de Repulsión. En la presente película, iniciada con un magnífico plano secuencia (como veremos, en realidad se trata del punto de vista subjetivo de Vanda) que recorre una calle parisina en medio de una tormentosa noche hasta introducirse en el interior de un teatro, la acción se desarrolla de manera íntegra y a tiempo real sobre un escenario. Dos actores y un único escenario. Polanski no necesita nada más para dar rienda suelta a algunas de sus habituales obsesiones: perversión sexual, fetichismo, ambigüedad identitaria.

Un juego de espejos: seducción y dominación
Uno de los aspectos más destacados del filme, es que consigue invertir los roles de la novela original de Sacher-Masoch. Recordemos que en ésta, su protagonista, Severin von Kusiemski, pervierte a una joven, Wanda von Dunajew, para que sea partícipe de sus prácticas sexuales masoquistas, obligándola a que lo trate como si fuese su esclavo. Aquí, en un principio también debería ser así, pero conforme los dos personajes van ensayando distintos pasajes de la obra (Thomas asume el papel de Severin en los ensayos), y reflexionando en torno a la naturaleza de la misma, el poder de seducción de Vanda (Emmanuelle Seigner está increíble), su capacidad para persuadir, terminará por imponerse a la voluntad inicial del autor, convertido ahora, sin saberlo, en simple títere. Ella es, sin duda, el ejemplar dominante; no porque se le imponga tal condición, sino porque así lo desea. Y es que La Venus de las pieles no deja de ser un divertido juego de espejos donde nada es lo que parece.

El diablo es una mujer
La alusión al Fausto de Goethe como el libro a través del cual se conocen Severin y Wanda en un hotel de Viena, según indica el texto de Masoch, no es en absoluto gratuita. De hecho, la relación que se establece entre Thomas/Severin y Vanda/Wanda resulta muy fáustica. La atractiva fémina, supone una suerte de Mefistófeles cuyo objeto es tentar a Thomas hasta convertirlo en su esclavo. Incluso se firma un contrato ficticio entre ambos, como en la obra de Goethe. El personaje de Emmanuelle Seigner tiene evidentes connotaciones sobrenaturales pese a su pose de mujer frívola y vulgar del principio. Para empezar, se presenta en medio de una noche de tormenta, tal y como suele hacerlo el diablo. Se conoce al dedillo el texto de Thomas, cuando afirma que sólo le ha echado un vistazo por encima mientras venía de camino. Es más, posee un duplicado del mismo, cosa que extraña al autor, puesto que no lo había compartido con nadie. Pero sigamos, porque hay más, mucho más. Casualmente, Vanda comparte nombre con la protagonista de la obra y, también por ¿casualidad?, lleva en su bolso todo lo necesario para llevar a cabo una representación convincente, incluyendo un batín vienés del siglo XIX que dice haber obtenido por unos cuarenta euros. Existen otros detalles, de los que no hablaré por respeto al lector, que revelan el carácter supra humano de Vanda. ¿Se trata del diablo hecho mujer, o tal vez sea la mismísima diosa Venus?

La vanitas castigada
El título de la novela de Masoch, hace referencia a una pintura de Tiziano, Venus con un espejo (1555), donde la diosa aparece envuelta en un manto de piel que recubre parte de su desnudez. Diversos y numerosos han sido los pintores que han representado a la divinidad del amor frente a un espejo como metáfora de la vanidad humana, entre ellos Diego Velázquez (no se pierdan los títulos de crédito finales, donde se hace un breve recorrido por las distintas representaciones de Venus a lo largo de la historia del arte). En la película, el realizador toca el tema de la vanidad del artista en particular, y el de la vanidad masculina en general. Tanto la una como la otra, serán castigadas por su soberbia frente al sexo femenino durante siglos.

En definitiva, un Polanski notable y juguetón que despliega todo su enorme talento tras las cámaras en una cinta que posee muchas más capas de lectura de las que en principio cabría esperar.

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