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Lo barato de torturar y matar perros en España

Alguien mató en Júzcar. Todos callan en Júzcar

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Hola, me llamo Atila y era un rotweiller, ahora soy el cadáver de un perro en proceso de descomposición. El 5 de julio, después de una semana luchando por vivir, dejé de hacerlo y me marché a hacer compañía a Ronnie, Regina, Schnauzi y muchos, muchos más. A todos nos une haber sido perros torturados, sólo variaba la duración de la tortura. A todos nos iguala acabar asesinados. Y todos nos parecemos, más allá de esa agonía y muerte, en que nuestros torturadores y asesinos no perderán su libertad por lo que nos hicieron.

Mis compañeros y yo tuvimos la inmensa fortuna de haber nacido en España, así que nunca nos sacaron de una jaula con un gancho, no nos hirvieron vivos, no nos despellejaron y no nos pusieron a la venta en un mercado divididos en paletillas, cuartos traseros y costillar. Pero tuvimos la gran desgracia de haber nacido en España, eso quiere decir que quemarnos, apalearnos, tirotearnos, mutilarnos, dejarnos morir de hambre y sed o ahorcarnos, le saldrá más barato a quien lo hizo que comprar nuestro peso en filetes.

Me llamo Atila y el 27 de junio alguien me asesinó en un pueblo de Málaga llamado Júzcar, lo hizo golpeándome una y otra vez en al cabeza y disparándome con una escopeta de postas. Me mató ese viernes aunque yo tardase tanto en morir. Estaba lleno de tristeza pero lo hice para no dejaros olvidar, para ser noticia ocho días en vuestros estómagos y no ocho segundos en vuestros ojos. Tenía mucho miedo pero lo hice porque no era la primera vez que maltrataban y porque ninguna criatura puede ser molida a palos y recibir un tiro a bocajarro sin que nadie se entere de nada. A ratos no podía soportar el dolor de mis heridas, pero lo hice porque alguien en Júzcar sabe quién me mató con tanta saña y permanece callado. Lo hice hasta mi último aliento y mi última lágrima. Lo hice hasta que ya no pude ni un minuto más.

Me llamaba Atila y me asesinaron. Vi el rostro de quien lo hizo aunque haya sido incapaz de deciros cómo se llama. Por favor, seguid vosotros, seguid por mí, encontradlo y gritad su nombre, gritadlo bien alto. Seguro que en ese instante me escucharéis ladrar, y aunque no me podáis ver estaré moviendo mi rabo.

Alguien mató en Júzcar. Todos callan en Júzcar

Lo barato de torturar y matar perros en España
Julio Ortega Fraile
miércoles, 9 de julio de 2014, 07:27 h (CET)
Hola, me llamo Atila y era un rotweiller, ahora soy el cadáver de un perro en proceso de descomposición. El 5 de julio, después de una semana luchando por vivir, dejé de hacerlo y me marché a hacer compañía a Ronnie, Regina, Schnauzi y muchos, muchos más. A todos nos une haber sido perros torturados, sólo variaba la duración de la tortura. A todos nos iguala acabar asesinados. Y todos nos parecemos, más allá de esa agonía y muerte, en que nuestros torturadores y asesinos no perderán su libertad por lo que nos hicieron.

Mis compañeros y yo tuvimos la inmensa fortuna de haber nacido en España, así que nunca nos sacaron de una jaula con un gancho, no nos hirvieron vivos, no nos despellejaron y no nos pusieron a la venta en un mercado divididos en paletillas, cuartos traseros y costillar. Pero tuvimos la gran desgracia de haber nacido en España, eso quiere decir que quemarnos, apalearnos, tirotearnos, mutilarnos, dejarnos morir de hambre y sed o ahorcarnos, le saldrá más barato a quien lo hizo que comprar nuestro peso en filetes.

Me llamo Atila y el 27 de junio alguien me asesinó en un pueblo de Málaga llamado Júzcar, lo hizo golpeándome una y otra vez en al cabeza y disparándome con una escopeta de postas. Me mató ese viernes aunque yo tardase tanto en morir. Estaba lleno de tristeza pero lo hice para no dejaros olvidar, para ser noticia ocho días en vuestros estómagos y no ocho segundos en vuestros ojos. Tenía mucho miedo pero lo hice porque no era la primera vez que maltrataban y porque ninguna criatura puede ser molida a palos y recibir un tiro a bocajarro sin que nadie se entere de nada. A ratos no podía soportar el dolor de mis heridas, pero lo hice porque alguien en Júzcar sabe quién me mató con tanta saña y permanece callado. Lo hice hasta mi último aliento y mi última lágrima. Lo hice hasta que ya no pude ni un minuto más.

Me llamaba Atila y me asesinaron. Vi el rostro de quien lo hizo aunque haya sido incapaz de deciros cómo se llama. Por favor, seguid vosotros, seguid por mí, encontradlo y gritad su nombre, gritadlo bien alto. Seguro que en ese instante me escucharéis ladrar, y aunque no me podáis ver estaré moviendo mi rabo.

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