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Aunque no los oigas romperse

Todos los días aplastas caracoles

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¿Cómo devolver el blanco a las muelas de quien lleva tanto rojo en las suelas de sus zapatos?

¿Cómo pedir consideración por lo que se mastica cuando es tal desprecio hacia lo que se pisa?

¿Cómo exigirle reflexión al que desconoce la compasión?

"Hay que comer carne y pescado y hay que beber mucha leche de vaca para tener una dieta completa y equilibrada. El vegetarianismo es insano y muy peligroso. La malnutrición y a la larga la muerte – dicen, dicen y mienten -, son las consecuencias terribles e inexorables para aquellos que renuncian a los animales en su menú".


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Y uno, al verles mientras hablan con sus arterias rígidas, al escuchar sus palabras con acento de triglicéridos y ecos de colesterol, desearía mostrarles todos los estudios médicos que asocian las dietas carnívoras al riesgo de contraer enfermedades que son la principal razón de fallecimiento en países del primer mundo además de la causa de graves lesiones físicas. Uno querría recitarles los nombres de tantas personas, anónimas y famosas, actores, parados, profesoras, atletas, políticos, apolíticas, ateos, creyentes, homo, bi, heterosexuales, altos y bajos, sosos o graciosos, con acento de Kansas, de Mieres o perfecto dominio del hindi, vicepresidentes del Citibank, componentes de los Beatles, tú, yo... Los nombres de quienes llevan años, en algunos casos prácticamente toda su vida, sin meter en sus bocas alimentos de origen animal y sin más aporte suplementario que la vitamina B12.

Y están vivos. Estamos vivos y nos funciona bien el cerebro, aunque algunos crean que se nos ha secado por la no ingesta de proteínas animales (lo de combinar cereales y legumbres es para ellos un arcano). Poco importa que después lean a John Michael Coetzee (vegetariano) o escuchen a Jesulín de Ubrique (come y mata de todo), que seguirán afirmando que sin carne no hay inteligencia.

Pero, ¿cómo rogarte que modifiques tu digestión cuando soy incapaz de detener tus pisotones? Y aquí no está presuntamente en juego tu salud, la física digo, la moral claro que sí. En el otro caso tampoco, pero la diferencia es que allí no lo admites y aquí te resultará imposible negarlo, no creo que me digas que no maltratar animales produce indisposición, trastorno y malestar.

¿Hay que aplastar para sobrevivir?

Niños y padres que pisan caracoles y el "crunch" sólo se escucha bajo sus pies, porque en su corazón y en su conciencia el silencio es absoluto. Padres que sonríen mientras sus hijos chafan unas pobres hormigas que ni "crunch" hacen, así resulta todavía más fácil. En las ejecuciones se tiende a que la víctima no grite para no herir la sensibilidad de verdugos y espectadores, y los que matan jugando y miran consintiendo también tienen la suya. Padres, a veces con sus hijos al lado, que si es un erizo, una culebrilla, un conejo o cualquier otro animal incapaz de causar desperfectos en el vehículo no tienen reparos en atropellarlo. Y poco me importa que sea por no molestarse en esquivarlo que molestándose en dar un volantazo para alcanzarlo.

Aplastado bajo un zapato o un rueda. Aplastado con drogas, hambre y latigazos sobre la pista de un circo. Aplastado con la madre asesinada y la libertad cercada contra los barrotes de una jaula o la roca de cartón piedra de un zoológico. Aplastada unos días en el potro de violación y cada noche en la celda del criador de perros. Aplastado desangrado en el maletero de un cazador, traspasado en la cesta de un pescador o atravesada en el álbum de un coleccionista de cadáveres de mariposas. Aplastado en la baba, los insultos y el acero de quinientos lanceros, entre la chapa de un encierro con tractores y todoterrenos, contra la arena con el peso de la puya, de las banderillas, de la espada, de la puntilla y de las hemorragias. Aplastadas en bajo el vómito de los borrachos de mil Algemesí. Aplastados entre las maderas de un establo por los lados y contra sus excrementos por abajo. Aplastado contra el resto de las vísceras su hígado hipertrofiado aumentado en diez veces su tamaño. Aplastados en un programa de festejos, en las cuentas de resultados o en las páginas del olvido. Y tapados con mentiras.

Y ahora, te ruego que te centres en lo que te quiero decir y no en cómo lo digo, que la expresión verbal es un juego abierto y cerrados son el egoísmo, la ignorancia, la soberbia, la maldad y la estupidez. Yo sé que las suelas de tus zapatos y los neumáticos de tu coche, - como los de la mayor parte de las personas, porque canallas por vocación no hay tantos afortunadamente -, no están manchados de rojo, que no disfrutas matando pero, ¿qué me dices de las entradas para el zoológico y el circo con animales al que fuiste con tus chavales hace poco, qué del lavavajillas que limpia tus platos e intoxica a los monos a los que le obligan a beberlo, qué de los legítimos dueños de la piel del abrigo que le regalaste a tu esposa en su cumpleaños, qué de la vaca a la que preñaron y le robaron su cría al parir para quedarse con la carne del hijo y la leche de la madre, esa que os habéis desayunado esta mañana, qué de la gallina enjaulada que puso el huevo con el que hoy te harás una tortilla francesa para cenar y cuyo cuerpo triturado te tomarás en un cubito de caldo de carne dentro de unos meses, qué del foie por el que pagaste un dineral en un Tres Estrellas Michelín la misma noche del cumpleaños de tu mujer?

¿Sabes?, la agonía de los anteriores es mucho más larga, mucho más espantosa que la de un erizo atropellado o la de un caracol pisado, aunque en su caso nunca escuches cómo hacen “crunch”. En todos los que te acabo de enumerar estás tú y en ninguno, en ninguno de ellos, se trata de un accidente.

Todos los días aplastas caracoles

Aunque no los oigas romperse
Julio Ortega Fraile
miércoles, 2 de julio de 2014, 06:56 h (CET)
¿Cómo devolver el blanco a las muelas de quien lleva tanto rojo en las suelas de sus zapatos?

¿Cómo pedir consideración por lo que se mastica cuando es tal desprecio hacia lo que se pisa?

¿Cómo exigirle reflexión al que desconoce la compasión?

"Hay que comer carne y pescado y hay que beber mucha leche de vaca para tener una dieta completa y equilibrada. El vegetarianismo es insano y muy peligroso. La malnutrición y a la larga la muerte – dicen, dicen y mienten -, son las consecuencias terribles e inexorables para aquellos que renuncian a los animales en su menú".


020714caracol
Y uno, al verles mientras hablan con sus arterias rígidas, al escuchar sus palabras con acento de triglicéridos y ecos de colesterol, desearía mostrarles todos los estudios médicos que asocian las dietas carnívoras al riesgo de contraer enfermedades que son la principal razón de fallecimiento en países del primer mundo además de la causa de graves lesiones físicas. Uno querría recitarles los nombres de tantas personas, anónimas y famosas, actores, parados, profesoras, atletas, políticos, apolíticas, ateos, creyentes, homo, bi, heterosexuales, altos y bajos, sosos o graciosos, con acento de Kansas, de Mieres o perfecto dominio del hindi, vicepresidentes del Citibank, componentes de los Beatles, tú, yo... Los nombres de quienes llevan años, en algunos casos prácticamente toda su vida, sin meter en sus bocas alimentos de origen animal y sin más aporte suplementario que la vitamina B12.

Y están vivos. Estamos vivos y nos funciona bien el cerebro, aunque algunos crean que se nos ha secado por la no ingesta de proteínas animales (lo de combinar cereales y legumbres es para ellos un arcano). Poco importa que después lean a John Michael Coetzee (vegetariano) o escuchen a Jesulín de Ubrique (come y mata de todo), que seguirán afirmando que sin carne no hay inteligencia.

Pero, ¿cómo rogarte que modifiques tu digestión cuando soy incapaz de detener tus pisotones? Y aquí no está presuntamente en juego tu salud, la física digo, la moral claro que sí. En el otro caso tampoco, pero la diferencia es que allí no lo admites y aquí te resultará imposible negarlo, no creo que me digas que no maltratar animales produce indisposición, trastorno y malestar.

¿Hay que aplastar para sobrevivir?

Niños y padres que pisan caracoles y el "crunch" sólo se escucha bajo sus pies, porque en su corazón y en su conciencia el silencio es absoluto. Padres que sonríen mientras sus hijos chafan unas pobres hormigas que ni "crunch" hacen, así resulta todavía más fácil. En las ejecuciones se tiende a que la víctima no grite para no herir la sensibilidad de verdugos y espectadores, y los que matan jugando y miran consintiendo también tienen la suya. Padres, a veces con sus hijos al lado, que si es un erizo, una culebrilla, un conejo o cualquier otro animal incapaz de causar desperfectos en el vehículo no tienen reparos en atropellarlo. Y poco me importa que sea por no molestarse en esquivarlo que molestándose en dar un volantazo para alcanzarlo.

Aplastado bajo un zapato o un rueda. Aplastado con drogas, hambre y latigazos sobre la pista de un circo. Aplastado con la madre asesinada y la libertad cercada contra los barrotes de una jaula o la roca de cartón piedra de un zoológico. Aplastada unos días en el potro de violación y cada noche en la celda del criador de perros. Aplastado desangrado en el maletero de un cazador, traspasado en la cesta de un pescador o atravesada en el álbum de un coleccionista de cadáveres de mariposas. Aplastado en la baba, los insultos y el acero de quinientos lanceros, entre la chapa de un encierro con tractores y todoterrenos, contra la arena con el peso de la puya, de las banderillas, de la espada, de la puntilla y de las hemorragias. Aplastadas en bajo el vómito de los borrachos de mil Algemesí. Aplastados entre las maderas de un establo por los lados y contra sus excrementos por abajo. Aplastado contra el resto de las vísceras su hígado hipertrofiado aumentado en diez veces su tamaño. Aplastados en un programa de festejos, en las cuentas de resultados o en las páginas del olvido. Y tapados con mentiras.

Y ahora, te ruego que te centres en lo que te quiero decir y no en cómo lo digo, que la expresión verbal es un juego abierto y cerrados son el egoísmo, la ignorancia, la soberbia, la maldad y la estupidez. Yo sé que las suelas de tus zapatos y los neumáticos de tu coche, - como los de la mayor parte de las personas, porque canallas por vocación no hay tantos afortunadamente -, no están manchados de rojo, que no disfrutas matando pero, ¿qué me dices de las entradas para el zoológico y el circo con animales al que fuiste con tus chavales hace poco, qué del lavavajillas que limpia tus platos e intoxica a los monos a los que le obligan a beberlo, qué de los legítimos dueños de la piel del abrigo que le regalaste a tu esposa en su cumpleaños, qué de la vaca a la que preñaron y le robaron su cría al parir para quedarse con la carne del hijo y la leche de la madre, esa que os habéis desayunado esta mañana, qué de la gallina enjaulada que puso el huevo con el que hoy te harás una tortilla francesa para cenar y cuyo cuerpo triturado te tomarás en un cubito de caldo de carne dentro de unos meses, qué del foie por el que pagaste un dineral en un Tres Estrellas Michelín la misma noche del cumpleaños de tu mujer?

¿Sabes?, la agonía de los anteriores es mucho más larga, mucho más espantosa que la de un erizo atropellado o la de un caracol pisado, aunque en su caso nunca escuches cómo hacen “crunch”. En todos los que te acabo de enumerar estás tú y en ninguno, en ninguno de ellos, se trata de un accidente.

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