Política y fútbol ya son unas constantes en nuestro país, no obstante, si algo faltaba para acabar de desbordar el vaso y confirmar la inestabilidad de España, ha sido la abdicación del Rey Juan Carlos y el enérgico resurgimiento del debate entre monárquicos y parlamentarios.
Parece, indudablemente, que nuestro país está sufriendo una situación difícil y contradictoria, más aún, si cabe. No es novedosa ya la mala fama de nuestros políticos -véase, sino, la última noticia donde el exconseller Ausás es condenado a cuatro años de cárcel por contrabando de tabaco-, ni tampoco la mala gestión de nuestra economía en estos tiempos de crisis, realidad que no debemos eludir.
Obvia es, también, nuestra popularidad internacional gracias al fútbol, siempre reconocidos en el exterior gracias a estos grandes jugadores: antes victoriosos, ahora derrotados, destrozados tras su eliminación del Mundial.
Sin embargo, lo más relevante en los últimos días ha sido la abdicación del rey de España y la coronación como tal de Felipe VI.
Fueron muchos los que confiaron en un referéndum, en la posibilidad de instaurar una república con el fin de establecer una democracia real. Una idea, al final, rehuida, a pesar de ser miles los ciudadanos que salieron a la calle para proclamar y reivindicar su derecho a la elección.
No es asunto principal debatir aquí qué sistema es el mejor, sino la privación de la opción.
Si el español ya hace tiempo que dejó de confiar plenamente en el país, si es que lo ha hecho alguna vez, ahora su esperanza es menor porque, ya no es sólo la crisis económica y financiera, es también la crisis política, la cultural, la deportiva…
Quizás debamos creer en las palabras de nuestro ya rey Felipe VI, confiando entonces en una España “plural y diversa en la que cabemos todos”. Aun poseemos la “elección” de aguardar un buen futuro para nuestra patria. ¡Afortunados nosotros!