En ocasiones pregunto a mis conocidos qué es, qué significa para ellos, la palabra democracia aplicada en la España -Europa, en realidad- del siglo XXI. Acompaño esa misma pregunta con otra inevitable y posterior a la primera que relaciona la respuesta con un cambio substancial en la pregunta. ¿Qué fue la democracia del siglo XX?
A pesar de que la definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) es técnicamente impecable creo, en esta ocasión, que la enmienda a la palabra -democracia- debe ser mayor de la que prevé la vigésima tercera edición del DRAE, que no es otra que haber encontrado un origen latino a la raíz de la palabra y así despojar del griego la originalidad de la etimología para adjudicársela al latín tardío. Digo, que la enmienda debe ser mayor porque al significado de la palabra democracia, después de la (negra) experiencia del siglo XX, hay que añadirle la coletilla -adaptable por los sabios de la Academia- de: respetuoso con la legalidad establecida por el mismo sistema político.
Todo esto viene a cuento de lo sucedido el pasado miércoles en Cataluña. Más concretamente, me refiero, a las elecciones autonómicas que repartieron los 135 escaños que componen el Parlamento autonómico. Todos sabemos que fue CiU la formación vencedora, en votos y escaños- como repetían una y otra vez la misma noche electoral-; sabemos también que el tripartito puede volver a repetirse, los números dan, aunque las exigencias de ERC serán, seguro, mucho mayores en esta ocasión que en 2003. El PP e ICV-EUiA volverán a ser, en este Parlamento, fuerzas políticas sin poder de decisión real. El primero porque no suma con CiU. El segundo porque solo puede pactar con el PSC.
¿Y Ciutadans-Partido de la Ciudadanía? Es ahí a donde quiero llegar. La noticia de este miércoles no era -ni fue- saber quién iba a ganar -todas las encuestas daban la victoria a CiU-; ni saber si el tripartito podría reeditarse -las encuestas no lo dudaban-. ¿Entonces, cuál podía ser la noticia? El punto de atención real, no el ficticio que crean los medios públicos (¿alguno no lo es?) regionales, estaba alrededor de un grupo extraparlamentario que por primera vez en la historia de la democracia en Cataluña podía romper la barrera del 3% necesario para acceder al Parlamento. Esa era, y fue, la verdadera noticia.
Desde entonces, y envueltos en una sábana y ceguera fuera de lo normal, los medios de comunicación en Cataluña no saben cómo actuar ni qué decir. Desde partido antisistema hasta ultraderecha, los intentos de descalificación, en lugar de investigación abundan en los micrófonos y artículos periodísticos. Cuesta hacerse a la idea de la realidad cuando se ha vivido en una burbuja tanto tiempo.
Yo estuve allí. Yo estuve en ese hotel céntrico barcelonés en el que la euforia contenida de los primeros momentos -tras el cierre de los colegios- se desbordó con la confirmación televisiva de los primeros avances de resultados. Pero no una confirmación cualquiera. No. Estaban esperando que fuera TV3 -oficial esa noche en la sede electoral-, la televisión (teórica y económicamente) de todos los catalanes, la que dijese que Ciutadans estaría en el nuevo Parlamento. De ahí que el grito de guerra de los militantes, una vez confirmada la presencia en el hemiciclo, fuera el “¡Toma 3, TV3!”.
Democracia es respetar las reglas del juego, y no solo es una doctrina política o la teoría de que el pueblo decide. Sí. Democracia es estas tres definiciones o no es. Y esto deberían ir aprendiéndolo los diputados compañeros de los señores Rivera, Domingo y Robles, que compartirán debates y parlamentos que no les gustarán, precisamente por aquello del cumplimiento de las reglas.
¡Ah! Por cierto... ¡A ver cuándo empezamos a discutir sobre lo que propone Ciutadans y no a descalificar a sus mensajeros! Algo muy típico, ¿verdad?, pero de otros tiempos.