Cuando las cuestiones afectan al 'modus vivendi' de la casta política, ésta 'pierden el culo' por gestionarlas en su provecho. Viene esto a cuento por el abuso de los ayuntamientos y de las Juntas Electorales centrales una convocatoria tras otra: los primeros llevan las cabinas a los centros electorales y las segundas mandan cajas con papeletas, sobres y demás parafernalia; de todo ello responsabilizan a los equipos directivos de los centros educativos, desde el momento que les exigen que firmen la recepción, pongan sello del centro educativo y el DNI. Bien es verdad que quien se lleva las caradas es la correspondiente empresa de reparto.
Esa casta política parece creerse por encima del bien y del mal para presionar, amenazar y responsabilizar a otros de la intendencia, cuando los propios políticos son los reyes de la corrupción, de la irresponsabilidad y del 'sacerdocio' de la mentira: posiblemente alguien esté pensando que todos no son iguales. Es cierto que generalizar es peligroso, pero díganme --amables lectores-- cuántos han ayudado a la ciudadanía a salvar la crisis o cuántos han renunciado a sus sueldos desorbitados o cuántos europarlamentarios se han bajado el sueldo y renunciado a sus emolumentos fuera del alcance de cualquier trabajador.
Es sabido que, cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. Y a la casta aprovechada la hemos perdido el respeto hace tiempo; es más, cada vez somos más quienes propugnamos y defendemos que se les dé un escarmiento duro y rotundo por la vía legal y formal. Ha llegado un momento en el que ya no generan rechazo sino otra cosa que, por educación y respeto al lector, no parece procedente plasmar el adjetivo.
Como decía hace unos días un eminente y conocido profesor universitario: "la prueba de ese rechazo es que, cuando un ciudadano o una ciudadana ven acercarse a un político, lo primero que piensan es en echarse la mano al bolso y comprobar que aún tienen la cartera". Cada vez menos, la ciudadanía quiere tener cerca a esa casta mencionada, depositaria de mucho de lo negativo de la transición, de la picaresca que han ido aprendiendo y de la maldad que se le presupone al ser humano.
Viene todo esto a cuenta por el malestar que muchos equipos directivos de centros educativos han mostrado a sus superiores jerárquicos, precisamente por tenerse que hacer cargo de toda la intendencia que conlleva la convocatoria electoral. Algo no funciona cuando una y otra vez se aprovecha la Administración de la buena voluntad, del buen hacer y de la responsabilidad de los cargos directivos de los colegios, institutos, etc.
Si es imprescindible cambiar cuanto afecta a las elecciones y abrir de una vez la Constitución para modificar cuestiones relativas a la Corona, a las comunidades autónomas y a los sindicatos, no es menos urgente que de esos detalles que hemos mencionado se hagan cargo quienes cobran por ello, pero nunca los equipos directivos de los centros docentes. Mientras no cambie lo indicado, el malestar será mayor cada vez. Al tiempo.