En estos días de alto el fuego, de estatutos y de candidatos, miles de españoles andan preocupados por un tema bastante más de andar por casa: la hipoteca. Precisamente hoy se celebra en Madrid una de las ya tradicionales manifestaciones por una vivienda digna. Es raro el fin de semana que en algún punto de España no se concentran centenares de personas con un motivo similar. Razones no faltan.
Las últimas informaciones indican que la subida del precio de la vivienda se ha decelerado. Esto no significa, claro, que sean más baratas, sino que podrían ser todavía más caras. Son formas de ver las cosas: con un poco de optimismo, que los precios suban un 9 por ciento puede ser hasta una buena noticia. Claro, que las hipotecas también están alcanzando máximos históricos. ¿Hasta qué punto podrán seguir hinchando el globo?
Creo que fue Álvarez Cascos quien dijo que los pisos no serían tan caros si había gente que los compraba. Liberalismo económico puro y duro. Oferta y demanda. Le cayeron muchos palos al entonces ministro de Fomento, pero la verdad es que en cierto modo no le faltaba razón. En el momento en que los ciudadanos dejen de hipotecarse hasta las cejas para comprar un pisito los precios tendrán que bajar. “¿Y qué hacemos entonces, vivir debajo de un puente?”, me preguntaran ustedes. Pues miren, sí…
Seamos realistas: esperar que el Gobierno, por eso del socialismo, vaya a fomentar políticas efectivas para facilitar el acceso a la vivienda es una utopía. Del tan celebrado Ministerio de la Vivienda apenas hemos sabido nada, aparte del esperpento aquél de las soluciones habitacionales y del engendro en forma de página web denominado kelifinder. El artículo 47 de nuestra Constitución reza así: “Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”. ¿Quién dijo que el Estatut era inconstitucional?