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Lucha de clases

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En una reciente entrevista concedida  por el historiador y profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Josep Fontana, manifestaba que “las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas. Temían unas fuerzas oscuras que medraban para un día cambiar el mundo y quitarles todo”. Gracias a esos miedos, existía un equilibrio social entre la clase trabajadora y las clases dominantes. Según Fontana, hasta los años setenta el miedo a que un descontento popular masivo conllevara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema sirvió para la obtención de concesiones sociales que conformaron el Estado del bienestar. Una vez desaparecido el miedo existente antaño en las clases dominantes (la caída del muro de Berlín fue la demostración palpable de que no existían tales fantasmas ancestrales) se inició la fase crítica del sistema en la que nos encontramos, en donde la Europa social (que ha conllevado más de siglo y medio de luchas sociales) está siendo sistemáticamente desmantelada a tenor de una praxis de hechos consumados.

La encarnación de lo anterior lo supusieron las recientes declaraciones de Warren Buffett (inversionista y empresario estadounidense que posee la cuarta mayor fortuna del mundo). Sin ningún tipo de rubor Buffett señaló: “Hay una lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la clase rica, la que hace la guerra, y la estamos ganando". La clase dominante y, lo que es peor, sus acólitos, han perdido el miedo, se han quitado las caretas y amenazan con hacer patente el calvario que se nos avecina. Ya lo adelantaba Alberto Ruiz Gallardón, en diciembre de 2012, al afirmar que “a veces, gobernar, es repartir dolor”. 

La última en practicar el destape del pensamiento ultracapitalista ha sido Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, quien en un alarde de inmoralidad verbal ha señalado, refiriéndose a la necesidad de abonar un salario mínimo, que este “te obliga a pagar un sueldo a estos jóvenes aunque no valgan nada … /… Hay que darles un dinero que no producen … / … No deberían de recibir dicho salario hasta que no produzcan lo que cuestan”.

Dicho en román paladino, lo que añora la clase dominante es la vuelta a la sociedad preindustrial, al feudalismo y, por qué no, al esclavismo. Retornar a aquellos momentos de la historia en los que la vida de las personas era menos valiosa que un saco de boniatos. Un lugar idílico perdido, y que pretenden recuperar, cuando el derecho de pernada les otorgaba el privilegio de usar y abusar de sus súbditos ya que estos no eran más que mera mercancía, trozos de carne sin espíritu, ánimas innobles vagando por los predios de su propiedad.

Lo peor de todo es que a nosotros ya nos pilla mayores, sin demasiada fuerza como para volver a levantar barricadas o enarbolar banderas, y que la mayoría de los jóvenes (a pesar de estos exabruptos y de la que está cayendo) se conforman con el móvil de última generación que les ha comprado papá y que lleva whatsup, con la paga que les da mamá para ir tirando y con encontrase la cama limpia después de volver del botellón. No les interesa meterles el miedo a las clases dominantes para volver a reequilibrar las fuerzas, permitiendo que el monstruo de la oligarquía financiera cada vez se haga más virulento. Llegará un día en el que ya no estarán ni papá ni mamá y entonces estos jóvenes querrán reclamar sus derechos, recuperar la dignidad perdida y ya, para entonces, quizás sea demasiado tarde.

Lucha de clases

José Sarria
lunes, 28 de abril de 2014, 06:48 h (CET)
En una reciente entrevista concedida  por el historiador y profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Josep Fontana, manifestaba que “las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas. Temían unas fuerzas oscuras que medraban para un día cambiar el mundo y quitarles todo”. Gracias a esos miedos, existía un equilibrio social entre la clase trabajadora y las clases dominantes. Según Fontana, hasta los años setenta el miedo a que un descontento popular masivo conllevara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema sirvió para la obtención de concesiones sociales que conformaron el Estado del bienestar. Una vez desaparecido el miedo existente antaño en las clases dominantes (la caída del muro de Berlín fue la demostración palpable de que no existían tales fantasmas ancestrales) se inició la fase crítica del sistema en la que nos encontramos, en donde la Europa social (que ha conllevado más de siglo y medio de luchas sociales) está siendo sistemáticamente desmantelada a tenor de una praxis de hechos consumados.

La encarnación de lo anterior lo supusieron las recientes declaraciones de Warren Buffett (inversionista y empresario estadounidense que posee la cuarta mayor fortuna del mundo). Sin ningún tipo de rubor Buffett señaló: “Hay una lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la clase rica, la que hace la guerra, y la estamos ganando". La clase dominante y, lo que es peor, sus acólitos, han perdido el miedo, se han quitado las caretas y amenazan con hacer patente el calvario que se nos avecina. Ya lo adelantaba Alberto Ruiz Gallardón, en diciembre de 2012, al afirmar que “a veces, gobernar, es repartir dolor”. 

La última en practicar el destape del pensamiento ultracapitalista ha sido Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, quien en un alarde de inmoralidad verbal ha señalado, refiriéndose a la necesidad de abonar un salario mínimo, que este “te obliga a pagar un sueldo a estos jóvenes aunque no valgan nada … /… Hay que darles un dinero que no producen … / … No deberían de recibir dicho salario hasta que no produzcan lo que cuestan”.

Dicho en román paladino, lo que añora la clase dominante es la vuelta a la sociedad preindustrial, al feudalismo y, por qué no, al esclavismo. Retornar a aquellos momentos de la historia en los que la vida de las personas era menos valiosa que un saco de boniatos. Un lugar idílico perdido, y que pretenden recuperar, cuando el derecho de pernada les otorgaba el privilegio de usar y abusar de sus súbditos ya que estos no eran más que mera mercancía, trozos de carne sin espíritu, ánimas innobles vagando por los predios de su propiedad.

Lo peor de todo es que a nosotros ya nos pilla mayores, sin demasiada fuerza como para volver a levantar barricadas o enarbolar banderas, y que la mayoría de los jóvenes (a pesar de estos exabruptos y de la que está cayendo) se conforman con el móvil de última generación que les ha comprado papá y que lleva whatsup, con la paga que les da mamá para ir tirando y con encontrase la cama limpia después de volver del botellón. No les interesa meterles el miedo a las clases dominantes para volver a reequilibrar las fuerzas, permitiendo que el monstruo de la oligarquía financiera cada vez se haga más virulento. Llegará un día en el que ya no estarán ni papá ni mamá y entonces estos jóvenes querrán reclamar sus derechos, recuperar la dignidad perdida y ya, para entonces, quizás sea demasiado tarde.

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