Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | España | Sociedad
“Me opongo a una división en dos Españas diferentes, una compuesta por dos o tres regiones ariscas; otra integrada por el resto, más dócil al poder central […] Pues tan pronto como existan un par de regiones estatutarias, asistiremos en toda España a una pululación de demandas parejas, las cuales seguirán el tono de las ya concedidas, que es más o menos, querámoslo o no, nacionalista, enfermo de particularismo”, José Ortega y Gasset, filósofo y ensayista español

El absurdo de los nacionalismos

|

Nadie duda hoy que la democracia española atraviesa por una profunda crisis. Entre los muchos factores que han dado origen a la misma, no es ajena la escalada iniciada por los partidos nacionalistas, semilla del independentismo.

Sobre las ideologías, decía el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, que “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”. La hemiplejia como ya sabemos, produce la parálisis de todo un lado del cuerpo. En este caso se trataría de la parálisis de la mitad del concepto de moral, ética y del propio intelecto. Ortega, muy bien podría haber añadido a las dos ideologías citadas, a los nacionalistas.

Sobre este sarpullido, el científico alemán Albert Einstein, manifestó que: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”.

Los nacionalismos, a falta de bases más sólidas, elevan a la categoría de iconos sagrados —para utilizarlos como características diferenciales excluyentes—, cosas tan simples y comunes como un baile, un tipo de vino, un embutido o simplemente el nombre que se le da al hecho de salir a tomar unas copas.

Es esta una arrogancia propia de quienes se encierran en sí mismos, que termina empobreciendo, degradando y por último, desfigurando la auténtica personalidad de quien adopta esa máscara.

Uno de los objetivos capitales a los que el ser humano no renunciará jamás es a ser libre, porque solo en libertad podrá alcanzar valores supremos como la verdad y el amor, fuentes de la tan anhelada felicidad.

Los nacionalismos, sustituyen los auténticos valores del ser humano, por engañosos espejismos presentados como el camino a seguir para alcanzar una ilusoria liberación, espejismo que una vez desvanecido muestra su verdadera faz, que no es otra que un régimen de vida que arruina al individuo y a la sociedad en la que se integra, convirtiéndolo en esclavo al idolatrar símbolos e ideas insustanciales que la masa mitifica, en beneficio de los espurios intereses de quienes instigan y dirigen escaladas tan suicidas.

Con frecuencia estas aventuras discurren por un camino sin retorno, cuya meta no proporciona otra conquista que el derrumbamiento de las aspiraciones de la persona, al haber sustituido sus valores esenciales por la quimera de una entelequia.

El nacionalismo es una enfermedad colectiva inducida mediante el falseamiento y manipulación de la historia y la realidad social. Una enfermedad infantil, pero peligrosamente contagiosa, cuya manifestación más visible es el fanatismo agresivo sin precedentes de que hace gala. Un fanatismo que únicamente crea problemas y sufrimientos innecesarios porque perturba la convivencia y socava las libertades. Su curación consiste en leer la verdadera historia de las naciones.

Los adalides de estos movimientos, presentan a los mismos como un sentimiento natural del pueblo al que dicen representar, pero del cual se sirven en beneficio de sus propios y no siempre claros intereses. Corrompen la lengua, manipulan las ideas y envenenan la conciencia en las escuelas para provocar lo que ellos llaman un sentimiento, que no es otra cosa que la reacción natural de defensa contra aquellos que les han inculcado que les oprimen y esclavizan. El sentimiento no se induce. Surge espontáneamente de nuestro interior, como el dolor, la ternura o el amor.

Es bueno reconocer y amar nuestras raíces. Para saber de nuestra propia identidad, resulta necesario tener un sentido de pertenencia porque en ella está escrita una parte de nuestro propio yo, de nuestra propia vida. Sin embargo la vida es algo mucho más trascendente y hermoso, como para encontrar su razón de ser en el solo hecho de pertenecer a un minúsculo trozo de tierra. Al fin y al cabo, haber nacido en un determinado lugar, no representa otra cosa que el que nuestra madre se encontraba allí en el momento del alumbramiento.

La vida no tiene por objetivo ser de una determinada parte o ser anti lo que sea. La verdadera razón de nuestra existencia, es la búsqueda de la felicidad y la felicidad no se alcanza por el hecho de ostentar un determinado patronímico. Así que como nadie puede dar aquello de lo que carece, no se puede ser feliz, si no es haciendo felices a los demás.

Cuando dos miradas se cruzan, no se preguntan por el rh de su sangre. Cuando en dos corazones nace un mismo sentimiento, no importa de dónde proceda cada uno de ellos. Cuando dos manos se entrelazan, se hablan entre sí sin que haya ninguna lengua que les separe.

Y es que el amor no se arredra y por muchas e insuperables que parezcan, siempre termina por saltar las barreras artificiales creadas por los prejuicios humanos.

Quizá fuera Pablo Neruda, quien mejor expresara esta idea cuando dijo: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.

El absurdo de los nacionalismos

“Me opongo a una división en dos Españas diferentes, una compuesta por dos o tres regiones ariscas; otra integrada por el resto, más dócil al poder central […] Pues tan pronto como existan un par de regiones estatutarias, asistiremos en toda España a una pululación de demandas parejas, las cuales seguirán el tono de las ya concedidas, que es más o menos, querámoslo o no, nacionalista, enfermo de particularismo”, José Ortega y Gasset, filósofo y ensayista español
César Valdeolmillos
jueves, 24 de abril de 2014, 06:32 h (CET)
Nadie duda hoy que la democracia española atraviesa por una profunda crisis. Entre los muchos factores que han dado origen a la misma, no es ajena la escalada iniciada por los partidos nacionalistas, semilla del independentismo.

Sobre las ideologías, decía el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, que “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”. La hemiplejia como ya sabemos, produce la parálisis de todo un lado del cuerpo. En este caso se trataría de la parálisis de la mitad del concepto de moral, ética y del propio intelecto. Ortega, muy bien podría haber añadido a las dos ideologías citadas, a los nacionalistas.

Sobre este sarpullido, el científico alemán Albert Einstein, manifestó que: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”.

Los nacionalismos, a falta de bases más sólidas, elevan a la categoría de iconos sagrados —para utilizarlos como características diferenciales excluyentes—, cosas tan simples y comunes como un baile, un tipo de vino, un embutido o simplemente el nombre que se le da al hecho de salir a tomar unas copas.

Es esta una arrogancia propia de quienes se encierran en sí mismos, que termina empobreciendo, degradando y por último, desfigurando la auténtica personalidad de quien adopta esa máscara.

Uno de los objetivos capitales a los que el ser humano no renunciará jamás es a ser libre, porque solo en libertad podrá alcanzar valores supremos como la verdad y el amor, fuentes de la tan anhelada felicidad.

Los nacionalismos, sustituyen los auténticos valores del ser humano, por engañosos espejismos presentados como el camino a seguir para alcanzar una ilusoria liberación, espejismo que una vez desvanecido muestra su verdadera faz, que no es otra que un régimen de vida que arruina al individuo y a la sociedad en la que se integra, convirtiéndolo en esclavo al idolatrar símbolos e ideas insustanciales que la masa mitifica, en beneficio de los espurios intereses de quienes instigan y dirigen escaladas tan suicidas.

Con frecuencia estas aventuras discurren por un camino sin retorno, cuya meta no proporciona otra conquista que el derrumbamiento de las aspiraciones de la persona, al haber sustituido sus valores esenciales por la quimera de una entelequia.

El nacionalismo es una enfermedad colectiva inducida mediante el falseamiento y manipulación de la historia y la realidad social. Una enfermedad infantil, pero peligrosamente contagiosa, cuya manifestación más visible es el fanatismo agresivo sin precedentes de que hace gala. Un fanatismo que únicamente crea problemas y sufrimientos innecesarios porque perturba la convivencia y socava las libertades. Su curación consiste en leer la verdadera historia de las naciones.

Los adalides de estos movimientos, presentan a los mismos como un sentimiento natural del pueblo al que dicen representar, pero del cual se sirven en beneficio de sus propios y no siempre claros intereses. Corrompen la lengua, manipulan las ideas y envenenan la conciencia en las escuelas para provocar lo que ellos llaman un sentimiento, que no es otra cosa que la reacción natural de defensa contra aquellos que les han inculcado que les oprimen y esclavizan. El sentimiento no se induce. Surge espontáneamente de nuestro interior, como el dolor, la ternura o el amor.

Es bueno reconocer y amar nuestras raíces. Para saber de nuestra propia identidad, resulta necesario tener un sentido de pertenencia porque en ella está escrita una parte de nuestro propio yo, de nuestra propia vida. Sin embargo la vida es algo mucho más trascendente y hermoso, como para encontrar su razón de ser en el solo hecho de pertenecer a un minúsculo trozo de tierra. Al fin y al cabo, haber nacido en un determinado lugar, no representa otra cosa que el que nuestra madre se encontraba allí en el momento del alumbramiento.

La vida no tiene por objetivo ser de una determinada parte o ser anti lo que sea. La verdadera razón de nuestra existencia, es la búsqueda de la felicidad y la felicidad no se alcanza por el hecho de ostentar un determinado patronímico. Así que como nadie puede dar aquello de lo que carece, no se puede ser feliz, si no es haciendo felices a los demás.

Cuando dos miradas se cruzan, no se preguntan por el rh de su sangre. Cuando en dos corazones nace un mismo sentimiento, no importa de dónde proceda cada uno de ellos. Cuando dos manos se entrelazan, se hablan entre sí sin que haya ninguna lengua que les separe.

Y es que el amor no se arredra y por muchas e insuperables que parezcan, siempre termina por saltar las barreras artificiales creadas por los prejuicios humanos.

Quizá fuera Pablo Neruda, quien mejor expresara esta idea cuando dijo: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.

Noticias relacionadas

Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto