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Emulando a sus adversarios políticos de Cataluña, ha hecho del arte de Cúchares una batallita política

La corrida de Esperanza Aguirre

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Últimamente no veo muy afortunada a Esperanza Aguirre en sus intervenciones pseudo políticas, caso del Pregón Taurino que ha ofrecido en Sevilla con motivo de la Feria de Abril.

Emulando a sus adversarios políticos de Cataluña, ha hecho del arte de Cúchares una batallita política, pero sin tener el valor de nombrarlos a lo claro y ha dejado, tal vez a causa de la edad que no perdona, flotando en el ambiente un interrogante entre ser español y no ser un fiebre de la fiesta de los toros.

El que estas líneas escribe sabe lo que es una larga cambiada, la verónica y su media, el pase de pecho, la manoletina, los adornos, la distancia, un par bien puesto, una media estocada, un volapié y, por encima de todo, un natural, o sea, ese pase de muleta que se da con la izquierda y en la que el morlaco tiene todas las de ganar, pero donde el engaño del torero supera al bravo.

Me gustó la fiesta, tal vez no en demasía, y aprendí de ella justamente donde doña Esperanza ha ido a poner una plica en Flandes en vez de ir a Barcelona y decir a sus enemigos, los de ella y los de la fiesta, la tres verdades que afirman decía el barquero.

Soy español, andaluz y ciudadano del mundo (ya lo dice nuestro himno), y en ese mundo incluyo a Cataluña, pero ya no me gustan los toros, entre otras cosas que a continuación explicaré, por la barbaridad que ha cometido Aguirre al intentar unir españolidad con el martirio del toro bravo que, pienso yo, porque sea bravo no tiene que ser sometido a semejante sufrimiento.

No me gusta la sangre, señora liberal, no me agradan las picas que son las que realmente se cargan -valga la expresión- al toro sin defensa. Ni pizca me agrada la sangre de los caballos, las banderillas punzantes, la estocada, el descabello y la muerte del toro dejando tras de sí un reguero de sangre espeluznante. Y menos me agrada cuando él no se deja engañar e introduce su cornamenta en las entrañas del torero resultando éste muerto o herido de gravedad.

Esa es la pura verdad, y otra es que respeto a los que les agrade una buena tarde donde se corten orejas y rabos. Lo siento mucho, pero aunque usted no lo crea sigo siendo español y, claro es, andaluz. Y no me pregunte de qué lado cae la balanza, porque puedo darle una sorpresa.

La corrida de Esperanza Aguirre

Emulando a sus adversarios políticos de Cataluña, ha hecho del arte de Cúchares una batallita política
José García Pérez
miércoles, 23 de abril de 2014, 06:22 h (CET)
Últimamente no veo muy afortunada a Esperanza Aguirre en sus intervenciones pseudo políticas, caso del Pregón Taurino que ha ofrecido en Sevilla con motivo de la Feria de Abril.

Emulando a sus adversarios políticos de Cataluña, ha hecho del arte de Cúchares una batallita política, pero sin tener el valor de nombrarlos a lo claro y ha dejado, tal vez a causa de la edad que no perdona, flotando en el ambiente un interrogante entre ser español y no ser un fiebre de la fiesta de los toros.

El que estas líneas escribe sabe lo que es una larga cambiada, la verónica y su media, el pase de pecho, la manoletina, los adornos, la distancia, un par bien puesto, una media estocada, un volapié y, por encima de todo, un natural, o sea, ese pase de muleta que se da con la izquierda y en la que el morlaco tiene todas las de ganar, pero donde el engaño del torero supera al bravo.

Me gustó la fiesta, tal vez no en demasía, y aprendí de ella justamente donde doña Esperanza ha ido a poner una plica en Flandes en vez de ir a Barcelona y decir a sus enemigos, los de ella y los de la fiesta, la tres verdades que afirman decía el barquero.

Soy español, andaluz y ciudadano del mundo (ya lo dice nuestro himno), y en ese mundo incluyo a Cataluña, pero ya no me gustan los toros, entre otras cosas que a continuación explicaré, por la barbaridad que ha cometido Aguirre al intentar unir españolidad con el martirio del toro bravo que, pienso yo, porque sea bravo no tiene que ser sometido a semejante sufrimiento.

No me gusta la sangre, señora liberal, no me agradan las picas que son las que realmente se cargan -valga la expresión- al toro sin defensa. Ni pizca me agrada la sangre de los caballos, las banderillas punzantes, la estocada, el descabello y la muerte del toro dejando tras de sí un reguero de sangre espeluznante. Y menos me agrada cuando él no se deja engañar e introduce su cornamenta en las entrañas del torero resultando éste muerto o herido de gravedad.

Esa es la pura verdad, y otra es que respeto a los que les agrade una buena tarde donde se corten orejas y rabos. Lo siento mucho, pero aunque usted no lo crea sigo siendo español y, claro es, andaluz. Y no me pregunte de qué lado cae la balanza, porque puedo darle una sorpresa.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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