Dijo el escritor inglés William Hazlitt que el prejuicio es hijo de la ignorancia, aunque el racismo selectivo de ciertas autoridades paraguayas pareciera tener más motivaciones.
La decisión del intendente de Asunción Arnaldo Samaniego de enrejar la Plaza Uruguaya y clausurar otros espacios puso en el tapete varios temas, entre ellos el racismo y clasismo subyacente en dichas medidas.
Cuando anunció tal decisión, Samaniego aseguró que tenía como meta colocar Wi Fi para que los visitantes accedan de forma gratuita al internet. Como fanático internauta y habitué de la plaza puedo dar fe que tal anuncio jamás se hizo realidad, y en los años que la plaza lleva enrejada jamás se dispuso de tal servicio, menos aún gratuito.
Sucedía que la Plaza Uruguaya era el lugar predilecto de los indígenas que realizaban reclamos al gobierno, algo que según la óptica de Samaniego causaba molestias a los vecinos y destrozos al sitio. Un grupo crítico a tal medida, lamentó en su momento que algunos vecinos del lugar tengan actitudes discriminatorias hacia las poblaciones indígenas. En un manifiesto público, señalaron sentirse indignados de la forma en que estos nativos son acusados de ladrones y proxenetas, endilgándoles la falta de tranquilidad o seguridad en un breve espacio público como una plaza.
Más recientemente, Samaniego tomó una medida similar con la costanera de Asunción, clausurándola los fines de semana, esta vez sin distinguir entre nativos o ciudadanos comunes de la ciudad. Antes había ordenado desalojar violentamente un sector del Jardín Botánico, que hoy también ha clausurado portones al ciudadano común.
Estas medidas autoritarias de Samaniego trajeron al tapete las ideas respecto a los espacios públicos y su aprovechamiento, las libertades, la democracia, la participación de la población en decisiones que atañen al conjunto, y el papel de los espacios como los plazas, desde siempre sitios donde ciudadanos se reúnen para expresar su disconformidad con las autoridades.
En el caso de la plaza uruguaya, el intendente Samaniego, pidió que la policía desaloje a los indígenas porque su presencia traía “inseguridad a la ciudadanía asuncena”. Dijo que con su medida fascistoide y racista iba a devolver la plaza a su “estado original” y garantizar la “seguridad” de los ciudadanos desalojando a los indígenas Mby’a y Ava Guaraní que acampaban en la plaza.
Un periódico alternativo publicó al respecto la opinión del historiador Ignacio Telesca, quien señaló que antes de la guerra grande, esa plaza era un cuartel; y antes de eso, hasta 1824, en esa plaza estaba la ranchería de los esclavos del convento de San Francisco; y antes que los franciscanos estuvieran ahí, ese pedazo de tierra pertenecía a los grupos indígenas ‘carios’, guaraníes. O sea, el ‘estado original’ era que los indígenas eran los dueños de dicho espacio.
De acuerdo con sociólogos e indigenistas, en la posición pública de Samaniego con respecto al desalojo de la plaza subyace claramente una postura clasista, racista y autoritaria.
Clasista porque lo realmente insoportable es la presencia de pobres en un espacio público de Asunción, exhibiendo impúdicamente su miseria.
El medio E-á denunció como un signo más del racismo de Samaniego la orden de desinfectar el lugar luego del violento desalojo, que incluyó maltratos a mujeres indígenas.
Todo indica que la medida autoritaria de impedir acceso a cada vez más espacios públicos por parte de Samaniego obedece a su intención de dificultar a los ciudadanos manifestar su disconformidad con las autoridades.
Para lograr su objetivo de estigmatizar a los indígenas como borrachos, drogadictos, proxenetas, etc., Samaniego contó con la diligente asistencia de ciertos medios a los cuales le unen cultos tenebrosos de ciertas sectas como la fundada por el coreano Sun Myung Moon, identificados con dictaduras de extrema derecha. También se trata de religiones dirigidas por personajes de otras razas y culturas, pero el intendente de Asunción no le hace asco si éstos son ricos.
La actitud ambigua sólo demuestra cuanta razón tenía quien reflexionó que detrás del racismo siempre hay un egoísmo económico, que primero se camufla con teorías y cuando estas fallan, con violencia.