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Ya no se puede hablar de que las chicas no puedan estudiar una carrera o ocupar un puesto de directiva

No todas las mujeres comulgan con los principios feministas

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A pesar de que las feministas siguen insistiendo en que las mujeres no son un objeto que se pueda medir o valorar por su apariencia física, sino que está a la altura intelectual de los hombres por su capacidad para el estudio, inteligencia, sus dotes para el mando, su intuición etc.: lo cierto es que hay muchas que prefieren encontrar el camino más corto para alcanzar la fama, el dinero, el poder y la popularidad, sin esperar a demostrar los méritos que les podrían conferir un expediente académico espectacular, unos años de esfuerzo y sacrificio o, simplemente, el haber conseguido llegar a la cúpula de un escalafón, por haber sido capaz de superar, una a una, todas las metas en erudición que se le hubieran exigido.

Si se fijan, podrán comprobar que, la mayoría de estas artistas famosas, las que se llevan los aplausos y acaparan la admiración de los fans; las que lucen en los escenarios y se llevan los premios o las que consiguen escalar la cima de la consideración social, no son precisamente las más preparadas, inteligentes, las más cultivadas, las que carezcan de atractivos físicos, las más comedidas y recatadas o aquellas que hayan dedicado su vida a la investigación científica. Por mucho que les pese a estas feministas, que tanto se empeñan en que haya cupos de mujeres en los consejos de administración de las empresas o paridad en las listas de políticos para ocupar cargos públicos, las mujeres que siguen triunfando en la vida, pasando por delante de los títulos académicos o los curriculums más impresionantes; siguen siendo aquellas que tienen las curvas, los rostros, las sonrisas o las miradas más cautivadoras.

Si alguien se toma la molestia de buscar en las redes los antecedentes de muchas de estas famosas, a las que tanto envidian las mujeres corrientes, se podrán dar cuenta de que, en muchos casos, lo que las encumbró a la cima fue su paso por el cine porno; sus escarceos amorosos con productores, directores, grandes publicistas o millonarios, que las ayudaron a escalar posiciones que, en otro caso, difícilmente hubieran alcanzado por sus propios méritos y preparación. Resultan patéticas estas campañas feministas en contra de las artistas que exhiben sus esculturales cuerpos o de las que adoptan posturas de aparente sumisión ante los hombres en anuncios publicitarios o de las que exhiben, sin recato, sus cuerpos en la mayoría de películas en las que las escenas eróticas suelen ser las que consiguen la mayor audiencia. En otros tiempos se valoraba más la actuación de actores y actrices por el valor dramático, la expresividad, la dicción o el valor de los diálogos; hoy en día, por el contrario, lo que más atrae a la audiencia son las escenas violentas, la sangre a borbotones, las escenas de alcoba y la exhibición de cuerpos con escasa ropa o ninguna.

No nos engañemos, por mucho que se quiera cambiar el mundo y especialmente el de los roles de las mujeres, una gran mayoría de ellas sigue pensando que, detrás de un buen contrato publicitario o de la participación en un picante espectáculo de una gran revista o en representaciones y filmes en los que la sexualidad, la provocación y la exhibición de cuerpos medio desnudos sean el meollo de la función; van a conseguir la fama, la fortuna y la popularidad con más rapidez y seguridad que siguiendo el trabajoso camino de un laborioso empleo, en un centro de investigación; en una oficina o dedicándose a otros oficios como la pintura, la literatura o la enseñanza, en los que, para llegar a alcanzar la fama se suele tardar mucho tiempo y, aún así, en ocasiones, ni con el esfuerzo y dedicación se llega a conseguir. Tal y como les ocurre a la mayoría de hombres.

Ya no se trata de que sean los hombres los que pretendan cortarles el paso a las mujeres en el camino de la igualdad, ya no se puede hablar de que las chicas no puedan estudiar una carrera o ocupar un puesto de directiva; ya no se necesitan para lograr la igualdad a estas feministas obcecadas, enemigas del hombre, que ven signos de machismo en cualquier acto del sexo contrario; en cualquier palabra del diccionario del género neutro o se lamentan de que las mujeres no lleguen a los altos cargos de las empresas; porque, señores, cada vez son más las posibilidades de aquellas mujeres preparadas, inteligentes y decididas, de ocupar cargos directivos, incluso en los consejos de administración de importantes sociedades; no, precisamente, porque hayan sido impuestas por medio de cupos, sino por haber demostrado su valía, haber destacado del resto de aspirantes, hombres y mujeres, por sus méritos personales y cualidades, que les han permitido acceder a aquellos puestos de responsabilidad.

Creo que, tanto el feminismo anacrónico de algunas mujeres, empeñadas en luchar a cara de perro contra del género contrario o de aquellas políticas de izquierdas, que están empeñadas en continuar repitiendo, en sus campañas y mítines, las consabidas listas de reproches, críticas y censuras contra sus oponentes varones; deberían considerar si, lo que actualmente están pretendiendo, al insistir en mantener el camelo de que, las mujeres, siguen sojuzgadas por los hombres y, valiéndose de este argumento ya obsoleto, intentar dar un paso más, por medio del cual lo que ahora se intente, ya no se trate en igualar las oportunidades de los dos sexos para que no existan preferencias basadas en el género de las personas, sino que, lo que ahora pretendan las feministas radicales, aquellas que no renuncian a su cruzada en contra de los hombres; sea, precisamente, el obtener, bajo el amparo de supuestos agravios, ventajas a su favor; algo que, al parecer, vienen consiguiendo, con estas, mal llamadas “discriminaciones positivas”; un término absurdo e inapropiado, que sólo se puede entender como un burdo intento de establecer un privilegio inconstitucional a favor del llamado sexo “débil”, como es el caso de los “cupos” obligatorios, que le conceden ventaja a las mujeres, aunque no tengan las mismas capacidades de los hombres, para ocupar un determinado destino.

Por desgracia o por suerte, el mito de que “con las mujeres al poder se acabarían los problemas de los ciudadanos”, ha quedado convertido en humo cuando las mujeres han podido ir accediendo a los mismos puestos que antes eran exclusivos del llamado “sexo fuerte”. Mujeres que han gobernado naciones, empresarias, etc.; así como, en muchas ocasiones, han demostrado poderlo hacer tan bien como los hombres; también podemos decir que se han sobrepasado en el ejercicio de su mando, cometiendo errores fatales, como llevar al país a la guerra, a una situación peligrosa o han mantenido a una parte de sus gobernados por debajo del nivel de pobreza. Basta que se observe lo que está sucediendo en algunas naciones ricas, gobernadas por damas que, cuando ha llegado el momento no han dudado en obligar a las naciones, que en peor situación económica se encontraban, a realizar sacrificios que, al fin y a la postre, el propio FMI, también gobernado por una mujer, ha llegado a la conclusión que no hubiera sido necesario llegar a tales extremos. Sin embargo, los sacrificios ya se habían hecho y las consecuencias han influido en que miles de empresas cerraran sus puertas creando millones de desempleados.

Como suele ocurrir en la vida, no siempre, cuando se la lleva a extremos radicales una justa reivindicación, el resultado es justo y, podríamos decir que, en ocasiones puede llegar a ser peor el remedio que la enfermedad. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos los excesos del feminismo radical.

No todas las mujeres comulgan con los principios feministas

Ya no se puede hablar de que las chicas no puedan estudiar una carrera o ocupar un puesto de directiva
Miguel Massanet
lunes, 21 de abril de 2014, 09:12 h (CET)
A pesar de que las feministas siguen insistiendo en que las mujeres no son un objeto que se pueda medir o valorar por su apariencia física, sino que está a la altura intelectual de los hombres por su capacidad para el estudio, inteligencia, sus dotes para el mando, su intuición etc.: lo cierto es que hay muchas que prefieren encontrar el camino más corto para alcanzar la fama, el dinero, el poder y la popularidad, sin esperar a demostrar los méritos que les podrían conferir un expediente académico espectacular, unos años de esfuerzo y sacrificio o, simplemente, el haber conseguido llegar a la cúpula de un escalafón, por haber sido capaz de superar, una a una, todas las metas en erudición que se le hubieran exigido.

Si se fijan, podrán comprobar que, la mayoría de estas artistas famosas, las que se llevan los aplausos y acaparan la admiración de los fans; las que lucen en los escenarios y se llevan los premios o las que consiguen escalar la cima de la consideración social, no son precisamente las más preparadas, inteligentes, las más cultivadas, las que carezcan de atractivos físicos, las más comedidas y recatadas o aquellas que hayan dedicado su vida a la investigación científica. Por mucho que les pese a estas feministas, que tanto se empeñan en que haya cupos de mujeres en los consejos de administración de las empresas o paridad en las listas de políticos para ocupar cargos públicos, las mujeres que siguen triunfando en la vida, pasando por delante de los títulos académicos o los curriculums más impresionantes; siguen siendo aquellas que tienen las curvas, los rostros, las sonrisas o las miradas más cautivadoras.

Si alguien se toma la molestia de buscar en las redes los antecedentes de muchas de estas famosas, a las que tanto envidian las mujeres corrientes, se podrán dar cuenta de que, en muchos casos, lo que las encumbró a la cima fue su paso por el cine porno; sus escarceos amorosos con productores, directores, grandes publicistas o millonarios, que las ayudaron a escalar posiciones que, en otro caso, difícilmente hubieran alcanzado por sus propios méritos y preparación. Resultan patéticas estas campañas feministas en contra de las artistas que exhiben sus esculturales cuerpos o de las que adoptan posturas de aparente sumisión ante los hombres en anuncios publicitarios o de las que exhiben, sin recato, sus cuerpos en la mayoría de películas en las que las escenas eróticas suelen ser las que consiguen la mayor audiencia. En otros tiempos se valoraba más la actuación de actores y actrices por el valor dramático, la expresividad, la dicción o el valor de los diálogos; hoy en día, por el contrario, lo que más atrae a la audiencia son las escenas violentas, la sangre a borbotones, las escenas de alcoba y la exhibición de cuerpos con escasa ropa o ninguna.

No nos engañemos, por mucho que se quiera cambiar el mundo y especialmente el de los roles de las mujeres, una gran mayoría de ellas sigue pensando que, detrás de un buen contrato publicitario o de la participación en un picante espectáculo de una gran revista o en representaciones y filmes en los que la sexualidad, la provocación y la exhibición de cuerpos medio desnudos sean el meollo de la función; van a conseguir la fama, la fortuna y la popularidad con más rapidez y seguridad que siguiendo el trabajoso camino de un laborioso empleo, en un centro de investigación; en una oficina o dedicándose a otros oficios como la pintura, la literatura o la enseñanza, en los que, para llegar a alcanzar la fama se suele tardar mucho tiempo y, aún así, en ocasiones, ni con el esfuerzo y dedicación se llega a conseguir. Tal y como les ocurre a la mayoría de hombres.

Ya no se trata de que sean los hombres los que pretendan cortarles el paso a las mujeres en el camino de la igualdad, ya no se puede hablar de que las chicas no puedan estudiar una carrera o ocupar un puesto de directiva; ya no se necesitan para lograr la igualdad a estas feministas obcecadas, enemigas del hombre, que ven signos de machismo en cualquier acto del sexo contrario; en cualquier palabra del diccionario del género neutro o se lamentan de que las mujeres no lleguen a los altos cargos de las empresas; porque, señores, cada vez son más las posibilidades de aquellas mujeres preparadas, inteligentes y decididas, de ocupar cargos directivos, incluso en los consejos de administración de importantes sociedades; no, precisamente, porque hayan sido impuestas por medio de cupos, sino por haber demostrado su valía, haber destacado del resto de aspirantes, hombres y mujeres, por sus méritos personales y cualidades, que les han permitido acceder a aquellos puestos de responsabilidad.

Creo que, tanto el feminismo anacrónico de algunas mujeres, empeñadas en luchar a cara de perro contra del género contrario o de aquellas políticas de izquierdas, que están empeñadas en continuar repitiendo, en sus campañas y mítines, las consabidas listas de reproches, críticas y censuras contra sus oponentes varones; deberían considerar si, lo que actualmente están pretendiendo, al insistir en mantener el camelo de que, las mujeres, siguen sojuzgadas por los hombres y, valiéndose de este argumento ya obsoleto, intentar dar un paso más, por medio del cual lo que ahora se intente, ya no se trate en igualar las oportunidades de los dos sexos para que no existan preferencias basadas en el género de las personas, sino que, lo que ahora pretendan las feministas radicales, aquellas que no renuncian a su cruzada en contra de los hombres; sea, precisamente, el obtener, bajo el amparo de supuestos agravios, ventajas a su favor; algo que, al parecer, vienen consiguiendo, con estas, mal llamadas “discriminaciones positivas”; un término absurdo e inapropiado, que sólo se puede entender como un burdo intento de establecer un privilegio inconstitucional a favor del llamado sexo “débil”, como es el caso de los “cupos” obligatorios, que le conceden ventaja a las mujeres, aunque no tengan las mismas capacidades de los hombres, para ocupar un determinado destino.

Por desgracia o por suerte, el mito de que “con las mujeres al poder se acabarían los problemas de los ciudadanos”, ha quedado convertido en humo cuando las mujeres han podido ir accediendo a los mismos puestos que antes eran exclusivos del llamado “sexo fuerte”. Mujeres que han gobernado naciones, empresarias, etc.; así como, en muchas ocasiones, han demostrado poderlo hacer tan bien como los hombres; también podemos decir que se han sobrepasado en el ejercicio de su mando, cometiendo errores fatales, como llevar al país a la guerra, a una situación peligrosa o han mantenido a una parte de sus gobernados por debajo del nivel de pobreza. Basta que se observe lo que está sucediendo en algunas naciones ricas, gobernadas por damas que, cuando ha llegado el momento no han dudado en obligar a las naciones, que en peor situación económica se encontraban, a realizar sacrificios que, al fin y a la postre, el propio FMI, también gobernado por una mujer, ha llegado a la conclusión que no hubiera sido necesario llegar a tales extremos. Sin embargo, los sacrificios ya se habían hecho y las consecuencias han influido en que miles de empresas cerraran sus puertas creando millones de desempleados.

Como suele ocurrir en la vida, no siempre, cuando se la lleva a extremos radicales una justa reivindicación, el resultado es justo y, podríamos decir que, en ocasiones puede llegar a ser peor el remedio que la enfermedad. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos los excesos del feminismo radical.

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