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Etiquetas | Periodismo
Crónica de una "muerte periodística"

Unidad en la muerte de una colega

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Texto escrito por Jeff Jacoby

ANJA NIEDRINGHAUS, galardonada fotógrafa de Associated Press, perdió la vida el pasado viernes trabajando cuando un agente afgano de policía de Jost abrió fuego con un AK-47 contra el asiento trasero del vehículo en el que viajaban tres colegas y ella. Niedringhaus falleció en el acto. Tenía 48 años de edad y llevaba cubriendo conflictos y zonas de guerra, lo que consideraba "esencia del periodismo", desde el asedio a Sarajevo en 1992. Por lo que se ve, era una persona fabulosa y una soberbia periodista – "una fuerza vital", en palabras del consejero delegado de AP Gary Pruitt, "inspirada, intrépida y valiente".
 
La jornada en que fue asesinada Niedringhaus, la portada del Boston Globe estuvo acaparada por la noticia del sepelio de Michael Kennedy, uno de los dos bomberos municipales que perdieron la vida sofocando un siniestro de categoría nueve registrado en Back Bay el 26 de marzo. El funeral de Kennedy, como el del teniente Edward Walsh Jr. la víspera, contó con la asistencia de alrededor de 10.000 bomberos de tres continentes, que llegaron en tropel a Massachusetts procedentes de los 50 estados y de países tan distantes como Australia. Cada caballero fue enterrado en despedida solemne con honores y una sobrecogedora muestra de solidaridad: un mar de colegas bomberos, ataviados de gala con el uniforme azul y guantes blancos, guardaron una formación en hilera al paso de la comitiva fúnebre que se prolongó durante un mínimo de seis manzanas.

Hubo más muestras de solemnidad y solidaridad ayer en Plymouth, donde se dio sepultura al agente de policía Gregory Maloney una semana después de fallecer en un accidente de tráfico de patrulla.

El sepelio de Niedringhaus tendrá lugar el sábado en las inmediaciones de su lugar de nacimiento en Hoxter, Alemania. No pongo en duda que su funeral será concurrido, con muchos amigos, seres queridos y veteranos colegas reunidos para dar el último adiós. Pero nadie espera que se presenten fotógrafos de prensa a miles mientras es enterrada. Nadie concibe que cadenas informativas de todo el mundo hagan lo que agentes del orden o bomberos tienen por distinguida y veterana costumbre hacer: a saber, enviar representantes a participar en el oficio cuando un camarada de algún lado ha perdido la vida en el cumplimiento del deber.

Esto no es en ningún sentido una crítica a los medios convencionales. Cuando un trabajador social o un taxista o un peón de una plataforma petrolera pierden la vida desempeñando su trabajo no es diferente. 

Menciono a Niedringhaus solamente a causa del momento del atentado que se cobró su vida. La muerte violenta de una fotoperiodista valiente con pasión para recabar y ser testigo de la realidad de la guerra, al igual que la muerte de valientes bomberos que entran heroicamente en un inmueble en llamas, fue una sobrecogedora tragedia y una monumental pérdida para la comunidad. Pero aun así la pena de la opinión pública cuando cae un bombero o un agente del orden sobrepasa en varios órdenes de magnitud a la angustia sufrida en casi todos los demás casos.

Quizá se deba a que bomberos y agentes del orden reaccionan a la muerte de un colega — de cualquiera, en cualquier parte — con muestras de solidaridad tan visibles y abrumadoras que al resto de nosotros nos es imposible no sentirnos conmovidos. Si las enfermeras o los camioneros o los tenderos — o los periodistas — reaccionaran de igual forma cuando pierde la vida uno de los de su gremio, a lo mejor la muerte de una enfermera o un camionero o un tendero también sería calificada invariablemente de gran noticia y motivo de gran respeto público.
 
Claro está que bomberos y policías ocupan una categoría especial en virtud de su papel de agentes del orden público. Sus empleos se fundamentan en ideales de deber cívico y servicio a la comunidad, explica el sociólogo de Wellesley Thomas Cushman; de manera que cuando alguien pierde la vida desempeñando su trabajo, "surge la obligación de distinguir el sacrificio y refrendar el deber sagrado del servicio al prójimo". Eso a su vez consolida la acusada sensación de hermandad entre los gremios que acuden en socorro al ciudadano. Los elaborados rituales y el simbolismo del sepelio de policías y bomberos intensifican ésa noción de hermandad moral entre los que llevan uniforme, al tiempo que simultáneamente envían el mensaje de que la muerte de un individuo es algo que lamentar para todos nosotros.

Si alguien hubiera preguntado a Walsh o a Kennedy qué pasaría si no volvían con vida mientras conducían a toda velocidad su camión de bomberos 33 respondiendo a aquel fatídico aviso de la calle Beacon, esto es lo que habrían tenido claro: Que miles de bomberos de todo el país y más allá, la mayor parte de los cuales no se habían conocido nunca, llegarían para dar el último adiós. Contemplar tal homenaje en todo su grave esplendor e inolvidable tristeza es captar la magnitud de lo que se pierde cuando se pierde una vida humana.

¿Sería práctico que los demás gremios y profesiones enviaran a miles de asistentes cuando uno de sus camaradas pierde la vida en su puesto de trabajo? Tal vez no. Pero ay, qué efectos tendría.

Unidad en la muerte de una colega

Crónica de una "muerte periodística"
Redacción
sábado, 19 de abril de 2014, 08:26 h (CET)
Texto escrito por Jeff Jacoby

ANJA NIEDRINGHAUS, galardonada fotógrafa de Associated Press, perdió la vida el pasado viernes trabajando cuando un agente afgano de policía de Jost abrió fuego con un AK-47 contra el asiento trasero del vehículo en el que viajaban tres colegas y ella. Niedringhaus falleció en el acto. Tenía 48 años de edad y llevaba cubriendo conflictos y zonas de guerra, lo que consideraba "esencia del periodismo", desde el asedio a Sarajevo en 1992. Por lo que se ve, era una persona fabulosa y una soberbia periodista – "una fuerza vital", en palabras del consejero delegado de AP Gary Pruitt, "inspirada, intrépida y valiente".
 
La jornada en que fue asesinada Niedringhaus, la portada del Boston Globe estuvo acaparada por la noticia del sepelio de Michael Kennedy, uno de los dos bomberos municipales que perdieron la vida sofocando un siniestro de categoría nueve registrado en Back Bay el 26 de marzo. El funeral de Kennedy, como el del teniente Edward Walsh Jr. la víspera, contó con la asistencia de alrededor de 10.000 bomberos de tres continentes, que llegaron en tropel a Massachusetts procedentes de los 50 estados y de países tan distantes como Australia. Cada caballero fue enterrado en despedida solemne con honores y una sobrecogedora muestra de solidaridad: un mar de colegas bomberos, ataviados de gala con el uniforme azul y guantes blancos, guardaron una formación en hilera al paso de la comitiva fúnebre que se prolongó durante un mínimo de seis manzanas.

Hubo más muestras de solemnidad y solidaridad ayer en Plymouth, donde se dio sepultura al agente de policía Gregory Maloney una semana después de fallecer en un accidente de tráfico de patrulla.

El sepelio de Niedringhaus tendrá lugar el sábado en las inmediaciones de su lugar de nacimiento en Hoxter, Alemania. No pongo en duda que su funeral será concurrido, con muchos amigos, seres queridos y veteranos colegas reunidos para dar el último adiós. Pero nadie espera que se presenten fotógrafos de prensa a miles mientras es enterrada. Nadie concibe que cadenas informativas de todo el mundo hagan lo que agentes del orden o bomberos tienen por distinguida y veterana costumbre hacer: a saber, enviar representantes a participar en el oficio cuando un camarada de algún lado ha perdido la vida en el cumplimiento del deber.

Esto no es en ningún sentido una crítica a los medios convencionales. Cuando un trabajador social o un taxista o un peón de una plataforma petrolera pierden la vida desempeñando su trabajo no es diferente. 

Menciono a Niedringhaus solamente a causa del momento del atentado que se cobró su vida. La muerte violenta de una fotoperiodista valiente con pasión para recabar y ser testigo de la realidad de la guerra, al igual que la muerte de valientes bomberos que entran heroicamente en un inmueble en llamas, fue una sobrecogedora tragedia y una monumental pérdida para la comunidad. Pero aun así la pena de la opinión pública cuando cae un bombero o un agente del orden sobrepasa en varios órdenes de magnitud a la angustia sufrida en casi todos los demás casos.

Quizá se deba a que bomberos y agentes del orden reaccionan a la muerte de un colega — de cualquiera, en cualquier parte — con muestras de solidaridad tan visibles y abrumadoras que al resto de nosotros nos es imposible no sentirnos conmovidos. Si las enfermeras o los camioneros o los tenderos — o los periodistas — reaccionaran de igual forma cuando pierde la vida uno de los de su gremio, a lo mejor la muerte de una enfermera o un camionero o un tendero también sería calificada invariablemente de gran noticia y motivo de gran respeto público.
 
Claro está que bomberos y policías ocupan una categoría especial en virtud de su papel de agentes del orden público. Sus empleos se fundamentan en ideales de deber cívico y servicio a la comunidad, explica el sociólogo de Wellesley Thomas Cushman; de manera que cuando alguien pierde la vida desempeñando su trabajo, "surge la obligación de distinguir el sacrificio y refrendar el deber sagrado del servicio al prójimo". Eso a su vez consolida la acusada sensación de hermandad entre los gremios que acuden en socorro al ciudadano. Los elaborados rituales y el simbolismo del sepelio de policías y bomberos intensifican ésa noción de hermandad moral entre los que llevan uniforme, al tiempo que simultáneamente envían el mensaje de que la muerte de un individuo es algo que lamentar para todos nosotros.

Si alguien hubiera preguntado a Walsh o a Kennedy qué pasaría si no volvían con vida mientras conducían a toda velocidad su camión de bomberos 33 respondiendo a aquel fatídico aviso de la calle Beacon, esto es lo que habrían tenido claro: Que miles de bomberos de todo el país y más allá, la mayor parte de los cuales no se habían conocido nunca, llegarían para dar el último adiós. Contemplar tal homenaje en todo su grave esplendor e inolvidable tristeza es captar la magnitud de lo que se pierde cuando se pierde una vida humana.

¿Sería práctico que los demás gremios y profesiones enviaran a miles de asistentes cuando uno de sus camaradas pierde la vida en su puesto de trabajo? Tal vez no. Pero ay, qué efectos tendría.

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