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Lo que se debatía la semana pasada en el Congreso de los Diputados era si un grupito de personas podían pisotear el Derecho

La charada parlamentaria

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He querido dejar pasar días desde que se consumara la charada parlamentaria. Me refiero al espectáculo nada edificante, ofrecido por la clase política española, la naif Marta Rovira inclusive por más que le moleste, en la sede de la soberanía nacional a cuenta del proyecto secesionista de la oligarquía catalana, que es, junto con el contemplador de nubes del “discutido y discutible” –quien a su vez es consecuencia y no causa- la responsable máxima del desaguisado. Desde entonces, en lo que a mi parecer constituye un error, han corrido ríos de tinta en prensa, el asunto ha ocupado horas y horas de tertulias radiofónicas y televisivas. Empero, lo que se debatía la semana pasada en el Congreso de los Diputados era si un grupito de personas podían pisotear el Derecho. Porque la propuesta que dio lugar al show, como recordó Mariano Rajoy quien sin embargo nada hace para que se cumpla la Ley, vulneraba la legalidad vigente y el derecho de los españoles, de todos, a decidir sobre su futuro. La propuesta vulnera la Carta otorgada de 1978, tan de moda y reivindicada estos días por la casta a cuenta del fallecimiento de Adolfo Suárez, quien dijera un 29 de enero de 1981, desmintiendo así a su hijo en busca de ducado, aquello de “no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Es decir, el parlamento español, se ve que España va bien, perdió toda una tarde discutiendo sobre una propuesta ilegal. Una charada. Un vodevil. Vamos, que puestos a debatir idioteces, podrían sus señorías haber debatido acerca de si entre nosotros se encuentran infiltrados extraterrestres reptilianos. O si podemos entrar en un banco y llevarnos la pasta porque sí. O si, a falta de ciudadanía –ésta presupone la existencia de libertad política- reinstauramos la esclavitud. Sostienen algunos, emulando al ZP de la democracia deliberativa, que para ser demócrata hay que debatir. Sin fin y sobre cualquier bobada. Y eso habría legitimado tal pérdida de tiempo. Falso. La democracia consiste en la libertad colectiva, la libertad política, esto es, división de poderes y representación. Y ni lo uno ni lo otro. No consiste ni en sólo votar 4 años –mucho menos una lista cerrada y bloqueada-, ni en hablar por hablar. El espectáculo ofrecido por toda la clase política la semana pasada lo que puso de manifiesto es el nulo respeto que ésta tiene hacia el Derecho. Si fueran demócratas la propuesta de Artur Mas y sus muchachos, casi niños de infantiles que son, jamás se hubiera debatido. Por extravagante y fuera de lugar.

La charada parlamentaria

Lo que se debatía la semana pasada en el Congreso de los Diputados era si un grupito de personas podían pisotear el Derecho
Almudena Negro
lunes, 14 de abril de 2014, 06:38 h (CET)
He querido dejar pasar días desde que se consumara la charada parlamentaria. Me refiero al espectáculo nada edificante, ofrecido por la clase política española, la naif Marta Rovira inclusive por más que le moleste, en la sede de la soberanía nacional a cuenta del proyecto secesionista de la oligarquía catalana, que es, junto con el contemplador de nubes del “discutido y discutible” –quien a su vez es consecuencia y no causa- la responsable máxima del desaguisado. Desde entonces, en lo que a mi parecer constituye un error, han corrido ríos de tinta en prensa, el asunto ha ocupado horas y horas de tertulias radiofónicas y televisivas. Empero, lo que se debatía la semana pasada en el Congreso de los Diputados era si un grupito de personas podían pisotear el Derecho. Porque la propuesta que dio lugar al show, como recordó Mariano Rajoy quien sin embargo nada hace para que se cumpla la Ley, vulneraba la legalidad vigente y el derecho de los españoles, de todos, a decidir sobre su futuro. La propuesta vulnera la Carta otorgada de 1978, tan de moda y reivindicada estos días por la casta a cuenta del fallecimiento de Adolfo Suárez, quien dijera un 29 de enero de 1981, desmintiendo así a su hijo en busca de ducado, aquello de “no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Es decir, el parlamento español, se ve que España va bien, perdió toda una tarde discutiendo sobre una propuesta ilegal. Una charada. Un vodevil. Vamos, que puestos a debatir idioteces, podrían sus señorías haber debatido acerca de si entre nosotros se encuentran infiltrados extraterrestres reptilianos. O si podemos entrar en un banco y llevarnos la pasta porque sí. O si, a falta de ciudadanía –ésta presupone la existencia de libertad política- reinstauramos la esclavitud. Sostienen algunos, emulando al ZP de la democracia deliberativa, que para ser demócrata hay que debatir. Sin fin y sobre cualquier bobada. Y eso habría legitimado tal pérdida de tiempo. Falso. La democracia consiste en la libertad colectiva, la libertad política, esto es, división de poderes y representación. Y ni lo uno ni lo otro. No consiste ni en sólo votar 4 años –mucho menos una lista cerrada y bloqueada-, ni en hablar por hablar. El espectáculo ofrecido por toda la clase política la semana pasada lo que puso de manifiesto es el nulo respeto que ésta tiene hacia el Derecho. Si fueran demócratas la propuesta de Artur Mas y sus muchachos, casi niños de infantiles que son, jamás se hubiera debatido. Por extravagante y fuera de lugar.

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